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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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Mis queridos sindicatos: 'botifarra!'

Veamos. Los números son los siguientes, según matemáticas aplicadas de Cristina Sen. Si Bush, como asegura, se corre sus 'cuatro kilómetros de footing en 6 minutos y 45 segundos', y su amiguete Aznar, chulín, chulín, hace '10 kilómetros en 5 y 20 segundos (sic)', sus velocidades estelares son: Bush corre a 35 kilómetros por hora y Aznar lo hace a ¡120! ¡Aleluya! Ahora ya sabemos por qué ambos dos se enseñaron ante el mundo con las patazas bien colocadas en la mesa del poder, relajados en el techo del planeta, los lindos ricos de la Tierra. No era por su natural de sheriff del Oeste versión Quintanilla de Onésimo. No. Se trataba del descanso merecido de los superhéroes, los dos Spiderman codo a codo, la musculatura laxa pero presta, midiéndose la sobrenaturalidad de sus esqueletos, únicos en la especie. 'Vaya usted por Dios', me dice el quiosquero, 'resulta que, además de mentirosos, son unos chulos de barrio'. Pero, como es un poco rojillo, atribuyo sus comentarios al natural envidioso de la izquierda. A ver, ¿cuánto corre Jesús Caldera? A seis o siete por hora, el hombre... y eso que siempre va como una moto. No señor. La izquierda, vulgar ella, nunca poseerá un superhombre, correcaminos, mic, mic, el zum, zum de La Moncloa, el héroe del asfalto. Nuestro Forrest Gump castizo...

¡Qué maravilla de periplo europeo este que se ha montado el superpresidente! Que si un coñazo por aquí, que si un dominio de idiomas por allá -nunca la lengua de Goethe llegó a cimas tan sublimes, esprege guten bajen-, que si las patitas sobre la mesa, que si ahora lo suyo es superar por 10 el récord olímpico de velocidad. Veamos, ¿nos morimos de vergüenza o directamente nos morimos de risa? Aciago dilema de nuestros tiempos...

Pero, como el día ha amanecido espléndido, con ese antipático caballito de Ferrol yéndose de una puñetera vez al destierro del olvido (y que no vuelva, yuyu, yuyu cual Van Gaal de nuestras pesadillas), una se siente conmovida por los gestos. ¡Ah, la retòrica sublime de la gestualidad, cuánta información encierra! ¡Cuánta, ese gesto rotundo en forma de desplante a cuatro tiempos! Hagamos la descripción. Primer desplante: a la petición de pacto en materia de reforma del paro, respondamos con un categórico decretazo. Segundo desplante: a una huelga general exitosa, contestemos cachondeándonos de la verdad informativa, que al fin y al cabo esto de la verdad es un paripé de la progresía cojonera. Tercer desplante: que dicen que me han enviado una carta los sindicatos, pues digo que recibo muchas, que qué pensaban, que la secre aún no ha despachado, y que se pongan a la cola. Cuarto desplante: piden verme y aún me río, como mucho que aparezca Aparicio, que ya tiene vocación de aparecido... Es decir que Aznar Correcaminos, con precisa y contundente autoridad, ha dado puerta a los sindicatos en sus mismos morros y ha lanzado un mensaje al estimable: en el mundo va bien, los sindicatos no importan una puñetera. Ha llegado la hora de que un gobernante, patas sobre la mesa, se atreva a despreciarlos. Ése es el gesto y ése es el nuevo lenguaje: la derecha ya no se mide con la izquierda, no la critica, no la combate. La derecha, ahora, sencillamente la desprecia.

Igualito, igualito que el chico este de la patronal catalana, ínclito Juanito Rosell, que hace poco decía que las huelgas eran una antigualla del siglo pasado, imposibles de casar con la modernidad. Igualito, Aznar también considera una antigualla el resto de los elementos que conforman la cultura política desde que la democracia consiguió patente colectiva: el concepto de pacto, la gramática de la negociación, el respeto a las minorías, el mimo a los derechos fundamentales, la necesaria interlocución con los agentes sociales, el reconocimiento de la pluralidad, la tontería de la libertad informativa... La nueva derecha ya no sube a los caballos de antaño, ora fatalmente caídos, sino que pone las patas sobre la mesa, se ríe de los débiles y corre a velocidad de crucero. Es la nueva cultura del poder, cofrade de una única fe ideológica: el éxito despiadado. Aznar, como Berlusconi, como su amigo el tejano, cree que la caída de las ideologías y el arrastre al abismo de las utopías que las alimentaban entronizan un nuevo imperio: el de la impunidad del libre mercado. Como si el fracaso del cuerpo crítico que lo combatía le significara alguna especie de legitimidad. Liberados de incomodidades éticas y convencidos de ser los guardianes del santo grial verdadero, el dios economía, también creen necesario soltar lastre democrático. No es que no sean demócratas. Es que no necesitan serlo demasiado.

Se han quedado solos con la razón histórica. Y ello los convierte en seres realmente peligrosos.

Peligrosos a pesar de ser bien poco brillantes. Porque, mirada la cosa con cariño, la comparación es casi de manual: Forrest Gump, Aznar, Bush, notables atletas, ¡qué almas gemelas!. Corren a igual velocidad y a igual velocidad piensan...

Pilar Rahola es periodista y escritora. pilarrahola@hotmail.com

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