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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La mirada iluminada

El comisario de las exposiciones de Bhupen Khakhar (Bombay, 1934) y Atul Dodiya (Bombay, 1959) ha sido Enrique Juncosa, subdirector del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) y un buen conocedor del arte asiático contemporáneo, el cual ha tenido la idea, a mi juicio acertada, no de, como quien dice, traer artistas indios a pares, sino de buscar un adecuado complemento para una exposición antológica 'clásica', la del senior Khakhar (en la que hay un conjunto de 69 obras entre pinturas, papeles y cerámicas, con un recorrido cronológico desde fines de los años sesenta hasta la actualidad), instalando en el Espacio Uno un montaje con 45 piezas del joven Dodiya, que representa una nueva generación, pero en estrecha relación con la del anterior.

BHUPEN KHAKHAR / ATUL DODIYA

Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía Santa Isabel, 52. Madrid Hasta el 16 de septiembre y hasta el 25 de agosto

De entrada hay ciertamente muchas razones que avalan el interés de esta iniciativa, que responde a un criterio artístico actual multiculturalista, así como, dentro de las también ahora muy proclamadas revisiones políticas de los géneros, el de exponer iconos homosexuales; pero no creo que la cuestión se deba ceñir sólo a ello, porque, por una parte, tras la obra de estos artistas, hay, como en sordina, toda una milenaria tradición, que no se debe constreñir al tópico de lo pasado, y, por otra, los destellos de un mestizaje angloindio en nuestra época, que ha aportado y aporta riquísimos resultados plásticos en ambas direcciones. En cualquier caso, los rendimientos literarios de este mestizaje han sido abrumadoramente más celebrados que los artísticos entre nuestro público, algo que merece ser equilibrado porque la pintura india actual posee una calidad excepcional. Bastaría con citar los nombres consagrados de Howard Hodgkin y Anish Kapoor para así demostrar el éxito de este mestizaje angloindio, pero, sobre todo, porque no se trata de casos aislados.

¿Cómo el arte contemporá

neo occidental iba a ser indiferente, por de pronto, al sentido del color, no digo ya de la pintura india 'culta' del siglo XX, sino de todas sus proteicas manifestaciones ancestrales del ornato y los objetos populares? Lo más sofisticado y artesanal está muy presente, por ejemplo, en la obra de Bhupen Khakhar, entremezclándose además con un complejo y sorprendente sentido narrativo. De esta manera, al recorrer su antológica, el visitante se topa con referencias pictóricas que le son familiares, como las de Kitaj y Clemente, por citar lo más obvio, pero haciéndose consciente de ese rico recorrido de ida y vuelta donde las influencias se enhebran formando un tejido que es ya otra cosa, nueva y prometedoramente fecunda. Hay algo, no obstante, que pertenece a Bhupen Khakhar como algo propio: su deslumbrante manera de contar visualmente lo que le pasa y lo que pasa, la bella y dolorosa narración de un mundo. Este fascinante relato recoge situaciones, estigmas e ideas que nos son próximas y reconocibles, pero, junto a ellas, hay una densidad que nos desborda, porque la mirada de Bhupen Khakhar no está tan aherrojada como la nuestra cuando observa la realidad. En este sentido, da igual cuál sea el soporte expresivo, porque, ya sea con pinturas o cerámicas, como es el caso de Khakhar o de Dodiya, o con cualquiera de los hoy quizá mejor conocidos, de la literatura, el cine, el vídeo o la fotografía, la realidad evocada no pierde su potencial misterioso, que no es lo que tiene de exótico, sino de complejo, de polisémico, de embriagador.

Esta capacidad de encadenar historias, unas con otras y dentro de sí, que absorbe nuestra atención en Khakhar, no se atenúa o degrada en el más 'conceptual' e irónico Atul Dodiya, porque responde en ambos a un apetito visual de amorosa insaciabilidad, donde los detalles marginales cuentan tanto como los núcleos significativos, donde las sensaciones no pierden su fuerza cautivadora, ni su frescura, porque al arte le pertenece todo simultáneamente. He aquí, por tanto, algo más que una simple doble exposición: la presencia de una forma iluminada de mirar, la que ha dado origen al arte.

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