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Columna
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Gloria

Gloria no aparecerá en la portada de las revistas del corazón, ni en Tómbola, ni en la primera página de los periódicos. Tampoco le hace falta alguna. Gloria tiene unos apellidos castellanos que nos remiten a los alcaldes protagonistas de los dramas de honor calderonianos. Pero la mujer es sencilla y el honor que siempre defendió se limitó, en el ámbito de lo privado, a la generosa convivencia familiar y a criar hijos; en el ámbito de lo público su honor fue su trabajo. A lo largo y estrecho de esta franja costera mediterránea y valenciana hubo y hay decenas de Glorias que tampoco aparecen en los medios, pero que nos son tan necesarias y nos hacen tanta falta como el aire que se respira o como el agua que aquí siempre es escasa. Gloria desgastó las suelas de los zapatos, su coraje y su voz en la escuela pública durante casi 40 años. Hasta el último día de este último junio pegajoso y caliente estuvo gastando pizarra y energía con ese rebaño chillón, multicolor e infantil que acude a aprender sus primeras letras. 'Las criaturas de hoy son como las de siempre', afirma esta maestra que se retira con la cabeza muy alta. Y añade que los que han cambiado son los padres de las criaturas; que hay demasiada brega innecesaria y demasiadas actitudes sociales que entorpecen las tareas docentes de profesionales que, como ella, siempre tuvo claro lo de la educación en valores. Eso de la educación en valores, indica, no es más que el sentido común, la ética y la coherencia de cualquier maestro o maestra que merezca tal nombre y esté en la escuela pensando en los chavales más que en la seguridad en el trabajo o en el sueldo seguro del funcionario. Esta maestra que ahora deja la escuela siguió más los consejos del Quintiliano latino y clásico, en materia de pedagogía, que los discursos huecos y burocráticos que durante los últimos años de su vida profesional se quisieron introducir en su aula. Aunque ella jamás fue una maestra cómoda y conservadora: siempre se puso al día y asumió las nuevas experiencias didácticas, y renovó métodos y estrategias. No aparecerá esta mujer en la portada de revistas frívolas ni en triviales programas televisivos. Pasará desapercibida de la pizarra activa al descanso y la pensión, a sus asistencias a cuanta obra teatral se representa en Valencia, a su familia y a sus recuerdos de un trabajo social, el magisterio, tan poco valorado en estos tiempos aciagos y superficiales, cuando cualquiera quiere saber más sobre educación y sobre las escuelas que Gloria, que jamás le dio ni un pellizco suave a la revoltosilla que se obstinaba y no quería aprender que la eme con la a hace ma, y la ce con la a hace ka. Gloria, cuya memoria prodigiosa repite sin equivocarse el nombre de los doce hijos de Jacob y los versos de Lope que explican qué es un soneto, Gloria, digo, es una valenciana de adopción que se enoja si su interlocutor deja el valenciano por el castellano cuando le dirige la palabra. Sabe que las tierras hispanas son plurales y por eso jamás tuvo el mínimo problema para enseñar y educar en Benetússer y Benisoda, en Llombai o en La Pobla, donde le dijo adiós a la escuela pública la pasada semana sin despedirse de ella. Su pensión no comporta la presencia en la puerta de su casa de un coche oficial con chófer, ni su presencia pagada en un órgano consultivo escolar. Su pensión comporta decoro vital y profesional, y comporta ejemplo para los demás, que es su mejor enseñanza. Y es necesario poner ese ejemplo de relieve cuando tanto desdén, ignorancia o menosprecio cercan la noble tarea social de todas las Glorias que en las tierras valencianas son y han sido.

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