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Crítica:TEATRO | 'MOLL OEST' | GREC 2002
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Habitantes del infierno

A medida que los años pasan, el mundo sobre el que Bernard Marie Koltès fue construyendo su denso imaginario poético va quedando atrás. Un proceso de alejamiento en el que su obra va despojándose de todo lo accesorio para abrirse a nuevas realidades. Koltés es hijo de la posguerra, y las fechas de su nacimiento y su muerte (1948-1989) señalan casi el paréntesis de ese tiempo que ha quedado congelado en la historia bajo el nombre de guerra fría. Koltès es hijo de su tiempo, de su generación, bebe de las corrientes intelectuales de unas décadas ricas en movimientos ideológicos y culturales de todo signo. Un tiempo en el que ser joven pareció una revolución. Aunque luego el espejismo se esfumara ante el muro terrible del no future.

Moll Oest

De Bernard Marie Koltès. Versión y dirección: Sergi Belbel. Intérpretes: Jordi Boixaderas, Laura Conejero, Babou Cham, Pau Durà, Mireia Izquierdo, Roberto Quintana, Julieta Serrano, Lluís Soler. Escenografía: Max Glaenzel y Estel Cristià. Vestuario: Mercè Paloma. Iluminación: Kiko Planas. Espacio sonor: Jordi Ballbé. Teatre Romea. Barcelona, 26 de junio.

Koltès escribe desde ese territorio donde el futuro ha quedado empantanado en un laberinto de cloacas sin salida. Parte, en todas sus obras, de su propia experiencia vital, los rincones más sórdidos de su propia existencia que él consigue convertir en poesía. En Moll Oest traduce la memoria de un tiempo vivido en Nueva York, en el rincón más marginal de la ciudad, un hangar abandonado de Manhattan, donde, como en su obra, florece un mundo absurdo, en el que las reglas de la sociedad han dejado de funcionar con la lógica de la maquinaria social. Es un territorio de desguace, donde el hombre, como la chatarra, ha sido expulsado del tiempo que sólo puede medirse por el tránsito de la luz a la más negra oscuridad.

Moll Oest empieza con la llegada de un coche a ese lugar de tinieblas. De él descienden un hombre y una mujer que vienen de otro mundo que sólo puede ser el de la luz. Todos sus signos -el coche, sus ropas, las tarjetas de crédito, el reloj y el encendedor de oro- los identifican como seres extraños al mundo pestilente de los muelles. El hombre ha venido con la voluntad de morir. Pero éste es sólo el punto de partida sobre el que Koltès expresa la idea de que no hay salida de la cloaca. Lo que realmente le importa es mostrar los habitantes de ese submundo infernal desde el que la sociedad normal se ve como una lejana anomalía. El único deseo posible es la huida: hacia ninguna parte.

En la puesta en escena, Sergi Belbel ha evitado acudir de una forma directa a un retrato de este submundo underground que forma parte de un modo tan claro de la estética de la década de 1980. Alude a él, en cierto modo lo caricaturiza, lo simplifica haciendo que los personajes de Moll Oest parezcan emerger de las entrañas de un cómic. Inicia así un proceso de distanciamiento que continúa en todos los aspectos de la puesta en escena: desde ese humor terrible con el que describe los sucesivos encuentros de los personajes, hasta la elegancia y artificiosidad en el uso del espacio o el vestuario. No es, desde luego, una puesta en escena construida sobre las pulsiones vitales. Al contrario, Belbel ha preferido la más fría distancia para analizar las pulsiones de la obra de Koltès. Una opción que sustrae, tal vez, a este Koltès uno de sus aspectos más característicos.

Para la puesta en escena, Belbel ha contado con un equipo de actores de enorme solvencia, como Julieta Serrano, Laura Conejero, Jordi Boixaderas o Lluís Soler, que encarnan a los personajes protagonistas. El contrapunto lo ponen sólidos secundarios como Pau Durà, Mireia Izquierdo o Roberto Quintana, a los que se suma el silencioso e inquietante Babou Cham. No dialogan, se expresan en monólogos de cadencia monótona. No siguen en realidad ninguna línea argumental, se limitan a dar vueltas en ese espacio sin salida, a reencontrarse una y otra vez para perderse o morir. Es, en cualquier caso, una revisión necesaria de uno de los grandes dramaturgos del siglo XX.

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