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Columna
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Intifada

¿Qué pueden hacer más de medio millón de personas viviendo en una ciudad pestilente y llena de basuras mientras dos administraciones juegan a mirarse a los ojos para ver quién tarda más en pestañear? Sólo pueden hacer una cosa: indignarse. Que la indignación termine transformándose en violencia era algo previsible y también era previsible que esta violencia prenda en los barrios más humildes, que son los de mayor densidad y los que soportan la mayor concentración de basuras.

Estos días pasados, durante la huelga de basuras de Málaga, he escuchado que llamaban 'gamberros' a los que quemaban contenedores de basura en esos barrios malagueños que son la espantosa trastienda de la Costa del Sol: Carretera de Cádiz, La Palmilla... Sí, puede que fueran gamberros -ya se sabe que la gente de orden no levanta barricadas-, pero no cabe duda de que no les faltaban razones para experimentar un cabreo creciente que ha terminado prendiendo en esta especie de intifada boquerona.

Durante una semana, el alcalde malagueño ha preferido no mojarse en las negociaciones, como si el asunto no fuera con él, y se limitaba a pasar la pelota a la muy rentable empresa de limpieza -privatizada por su antecesora- o a una Junta de Andalucía que no se ha dado ninguna prisa en actuar, porque tampoco era cosa de facilitarle las cosas al alcalde.

Estos juegos son frecuentes. Hace poco, la ciudad de Barcelona se vio en una situación similar durante una huelga de transportes y, como siempre, fueron los ciudadanos menos prósperos los que tuvieron que aguantar un duelo silencioso entre la Generalitat (nacionalista) y el Ayuntamiento (socialista).

En Málaga, esta última semana, han repetido este duelo un gobierno municipal incapaz -con una oposición igualmente incapaz y prácticamente ausente- y una Junta cachazudamente maquiavélica. Puede que los que quemaban contenedores de basura fueran gamberros, pero no eran los únicos gamberros, aunque quizá sí los más desaseados. Pero hay que reconocer que su protesta no ha sido inútil: en cuanto la noticia de los incidentes saltó a los medios de comunicación nacionales, la Junta nombró un árbitro y se acabó la huelga. No me extrañaría que, contrastada su eficacia, la intifada termine reproduciéndose en Málaga o en otras ciudades en cuanto se den circunstancias similares.

No sé si es para ponerse a quemar contenedores, pero la continua lucha de competencias -o, mejor, de incompetencias- entre administraciones resulta terriblemente irritante. La ciudadanía paga sus impuestos para recibir servicios, no malas excusas: no sabe ni le interesa saber cuál es la administración responsable en cada caso. Lo razonable es que las administraciones solucionen civilizadamente sus diferencias y que no transfieran sistemáticamente sus problemas y sus reivindicaciones a los ciudadanos.

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La ciudadanía termina sacando una sola conclusión de este tipo de conflictos: 'Todos los políticos son iguales'. En consecuencia, en cuanto tienen una oportunidad, terminan votando a alguien que les parece diferente y que termina llamándose Gil, Le Pen, Haider o Berlusconi.

Es decir, populistas a secas, sin complejos.

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