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ARTE Y PARTE
Columna
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Ciudad compactada o ciudad densa

Después de las sucesivas políticas expansionistas, después de la suburbialización de tantas ciudades europeas, el pensamiento urbanístico parece dividirse en dos tendencias: por un lado la voluntad de corregir esa expansión devolviendo la actividad hacia la ciudad compactada, formalizada, reconstruyendo su identidad urbana y, por otro, la aceptación -resignada, pero a menudo beligerante- de la vaguedad y la diseminación antiurbana de los nuevos asentamientos, como modelo de una modernidad real e incontestable. No quiero insistir ahora sobre los intereses económicos y políticos -a menudo inconfesados- que durante los últimos años han justificado hipócritamente la segunda tendencia. Las administraciones y los promotores privados han construido en territorios periféricos que no parecían urbanizables simplemente porque el suelo era más barato, porque no exigía de momento gastos complementarios ni diversificación de tipologías, porque la gestión era menos comprometida y, sobre todo, porque los mismos usuarios no tenían todavía conciencia de lo que valía incluirse socialmente en la identidad urbana y las administraciones locales no habían asumido la gravedad de la pérdida de actividad y residencia en la ciudad consolidada.

Ante el desastre evidente de la excesiva suburbialización -y ante los costes posteriores en servicios y equipamientos que comporta la expansión territorial cuando, al final, los usuarios reclaman una relativa centralidad- las administraciones han empezado a atender las razones de la primera tendencia y a considerar la 'reconstrucción' de la ciudad con operaciones de zurcido, de continuidad, de rehabilitación, de confortabilidad colectiva en servicios y equipamientos, de concentración de actividades y al mismo tiempo diversificación de centralidades. Pero a menudo -y en esto Barcelona empieza a no ser una excepción- los ayuntamientos están tergiversando el concepto de ciudad compactada, buscando unos resultados económicos que quieren ser tan favorables como los que se alcanzaban en la especulación suburbial. Del entendimiento de la ciudad compactada, han pasado a la justificación de la ciudad densa, extremadamente densa, con un elevado rendimiento del suelo. Y esto es una tergiversación que hay que denunciar.

Ya sé que en general la compactación puede comportar algunos aumentos racionales de densidad, pero hay que saber que es un principio morfológico -y social- cuyas instancias no dependen directamente de la densificación. En Barcelona, por ejemplo, los polígonos dormitorio de la década de 1950 son densos pero no compactos y la Villa Olímpica es compacta a pesar de una densidad de construcción y de habitantes muy baja. El Central Park de Manhattan aporta una gran reducción de densidad pero no interrumpe la compacidad de sus entornos. Las plazas y los parques de las viejas residencias cortesanas de París son focos de centralidad que compactan el tejido. Y si hablamos de conquistar un valor urbano para la plaza de les Glòries Catalanes, por ejemplo, no hace falta recurrir a la densificación, sino a la integración de un parque equipado urbanamente con referencias metropolitanas.

Una ciudad compacta es una estructura en la que no se interrumpten los elementos urbanizadores, los cuales mantienen así la continuidad de su función y de su imagen y, por lo tanto, ofrecen una adecuada lectura. Y es una estructura que marca claramente sus límites estrictos con el paisaje del entorno que no debe degenerar en suburbios o periferias antes de decidir su formal integración a la ciudad.

En ocasiones -con cierta voluntad polémica- he defendido el retorno al modelo de la ciudad amurallada, no tanto por su realidad física como por el concepto de limitación impuesta y planificada. Las murallas -de las cuales ahora tendríamos que aceptar una formulación normativa y no precisamente muraria- se iban derribando y reconstruyendo a medida que la ciudad se compactaba y requería mayor extensión de terreno. Y la compactación interna podía incluir grandes sectores no construidos -no densificados- como las plazas y los parques, los monumentos y las instituciones.

Reconozco que la imposición de límites puede ser muy problemática en las conurbaciones desequilibradas, como es el caso del área metropolitana de Barcelona. Habría que hacer un esfuerzo de clasificación y determinar cuál es el sector que admite ahora una urbanización continua a partir del centro y cuáles los que, de momento, pueden mantener su autonomía. La agregación política y administrativa del primer círculo de municipios sería para ello indispensable, pero no veo que ningún político -ni los más entusiastas por la compactación- esté atento a ese problema: se limitan a densificar el territorio propio, tergiversando la teoría de la compactación. Y no creo que Barcelona pueda soportar ya mayores densificaciones.

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