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Crónica
Texto informativo con interpretación

Europa debe reflexionar

Santiago Segurola

Hay dos maneras de observar el Mundial. Una está relacionada con lo que se podría llamar eurocentrismo, mirada que tiende a deplorar este Mundial que coloca en semifinales a Corea y Turquía, dos países sin relación con la vieja aristocracia del fútbol. Es frecuente escuchar comentarios desdeñosos hacia el torneo por el triste destino de Francia, Italia, Inglaterra y España, a los que se podría añadir Argentina, referente esencial del fútbol. Con todo el problema arbitral que se quiera, algún factor añadido tiene que haber para explicar tantas decepciones. Lo cierto es que muchos de estos equipos, incluida Argentina -donde jugaban nueve titulares que militan en clubes europeos-, parecían saturados, al borde del agotamiento, sólo pendientes del talento de sus mejores jugadores. Es el precio que se paga por el abrumador calendario de competiciones: las nacionales, las internacionales y las que organiza la FIFA. Argentina, por ejemplo, tuvo que disputar una Liga de 18 encuentros para clasificarse. España, Inglaterra, Italia y Francia se nutren de jugadores que disputan campeonatos de una intensidad sobrehumana por su grado de dificultad y por el elevadísimo número de equipos que los disputan. Se puede decir que Brasil y Alemania también padecen los mismos problemas. Es cierto, pero ha bastado verles en los dos últimos partidos para comprobar que sus reservas físicas también son muy escasas.

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Europa debe reflexionar sobre el peligro de canibalismo que corre su fútbol. Se está devorando a sí mismo en la medida que no dicta medidas saludables para proteger a los jugadores. Todo lo contrario: a cambio de lingotes de oro, el grado de exigencia comienza a ser intolerable. Si se revisa el Mundial, las grandes estrellas del fútbol han pasado desapercibidas o han sido víctimas de lesiones. La lista es numerosa: Figo, Rui Costa, Beckham, Trezeguet, Henry, Totti y Verón han fracasado; Owen, Raúl y Zidane han sufrido lesiones musculares. Es un Mundial con las figuras muy lejos de las prestaciones que se les suponen. Algo debe significar que los jugadores encargados de marcar diferencias no lo consigan. Probablemente porque están exprimidos física y mentalmente.

Otra lectura de este singular torneo, y concretamente de las semifinales que hoy comienzan con el partido Corea-Alemania, es precisamente la mundialización, el carácter decididamente global que toma el fútbol. Cualquiera que sea la mirada eurocentrista, la realidad es que el juego se expande a todos los rincones del planeta. Estados Unidos ha llegado a los cuartos de final con un fútbol razonable; Corea del Sur vive en estado de euforia; Turquía regresa al Mundial medio siglo después y se encuentra de frente a la posibilidad de alcanzar la final. Hay algo de excelente transgresión en todo esto. Si el fútbol significa algo, mejor que lo signifique para todo el mundo, aunque a la vieja Europa le cueste aceptarlo.

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