_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Somos mucho más que dos

Así finaliza un poema escrito por Benedetti en 1974 bajo el título Te quiero: 'Si te quiero es porque sos / mi amor mi cómplice y todo / y en la calle codo a codo / somos mucho más que dos'. Y aunque Nacha Guevara -la cantante argentina que popularizó este poema- declarara recientemente en la portada de la revista Interviú que '60 años no es nada', lo cierto es que mucho cambiaron las relaciones entre las sociedad y la política desde que el poeta uruguayo escribiera aquel hermoso y esperanzado poema.

El pasado 20 de junio, sin embargo, muchos revivimos ese canto porque, en efecto, aquella tarde las calzadas de la ciudad de Valencia fueron una explosión de ciudadanía. Más allá de las valoraciones mediáticas sobre el éxito de la huelga general, mucha gente salió a la calle, codo a codo, para expresar una compleja policromía de descontentos sociales y desacuerdos con el poder. La cuestión que quiero plantear en relación con este hecho, pero más allá del hecho, es: ¿Era realmente ese caminar un movimiento de izquierdas? ¿hasta dónde quiere llegar la izquierda y en qué direcciones? ¿estábamos ante una táctica puntual y mediática de las organizaciones tradicionales en su particular diálogo sobre el reparto y la gestión del poder público?

Creo que las miles de personas que andamos las calles de Valencia el 20 de junio nos merecemos por parte de quienes nos convocaban un ejercicio de reflexión algo más complejo que lo que muestran los líderes en sus declaraciones a los medios. Recuperando algunas de las conversaciones mantenidas durante la manifestación, señalo ahora algunas cuestiones para la reflexión. En primer lugar, la parcelación y separación de las reivindicaciones cívicas. ¿Por qué no se toma el mismo esfuerzo militante en el apoyo al movimiento cívico contra la destrucción de L'Horta? ¿Por qué las vecinas de La Punta se encuentran tan solas frente a las máquinas que destrozarán huertas y alquerías?

¿Por qué no se invierten también recursos y esfuerzos militantes en convencer a la ciudadanía que la instalación de bases de la OTAN en Bétera forma parte de un internacionalismo político-militar que nada tiene que ver con el pensamiento cosmopolita de izquierdas? ¿Por qué la crítica a la depauperación progresiva de la escuela pública no ha de formar parte de las reivindicaciones de los trabajadores y trabajadoras de El Corte Inglés o la Ford? ¿Por qué la ejemplar resistencia de muchos trabajadores y trabajadoras de la escuela pública haciendo una pedagogía renovadora parece una noticia tan alejada en los foros del llamado movimiento obrero y sindical?

En segundo lugar, el clientelismo de la política separada del movimiento real de las gentes. De todos es conocido el declive de la acción política que se reclama de la tradición de izquierdas, mientras crece una forma de política mercantil que vende imágenes en un mercado en el que la división y el enfrentamiento entre vendedores no hace más que enmascarar la poca imaginación en los programas y las pocas diferencias en las prácticas. Es cierto que la izquierda ha sufrido una derrota histórica importante y tal vez aquel grito contemporáneo con el poema de Benedetti y que popularizó Quilapayún -'la izquierda unida jamás será vencida'- ya no pueda formar parte de las ceremonias de la calle. Pero era una verdad como una catedral. Y junto a la derrota, se mantiene la división y el enfrentamiento desde una racionalidad en que parece más importante restar fuerza a otra sigla en la contienda electoral antes que vencer a la derecha. Y en tercer lugar, el olvido del sentido histórico de ser de izquierdas, es decir, la posibilidad de que las cosas puedan llegar a ser de otra manera. Oscar Wilde dijo en una ocasión que no debería existir ningún mapa sin la isla de utopía, sin embargo, muchas organizaciones políticas y sindicales parecen haber suprimido esto de sus atlas particulares. En una reciente entrevista a Archipiélago, Eric J. Hobsbawm decía que era bastante triste que sólo el Papa, como única persona con verdadera influendia internacional, diga claramente que 'habría algo mejor que el capitalismo'. Pues bien, creo que mucho gente de la que salió a las calles de Valencia el 20 de junio piensa también, y no precisamente por inspiración catedralicia, que otro mundo es posible. Quienes asumieron la responsabilidad pública de convocarnos a la calle tienen ahora al menos la responsabilidad moral de no salirse de la fila de quienes quieren seguir andando hacia otras posibilidades sociales. Parece que pueden haber signos de vida emancipatoria más allá de un mundo que ha dejado de interrogarse a sí mismo.

Jaume Martínez Bonafé es profesor de la Universidad de Valencia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_