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Columna
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Al vent

Ahora que está cantando Raimon en un teatro de Madrid me he acordado del famoso recital de Económicas de hace más de treinta años, cuando se nos dijo que Raimon venía a la Facultad y ni el mismo Franco le impediría cantar, y el vestíbulo se llenó de estudiantes a la espera de su presencia y con el temor de que no pudiera hacerlo, no sería la primera vez que en el último momento se prohibía el acto por la razón más peregrina, y en aquella ocasión no sé si lo autorizaron o no.

Creo recordar que no lo autorizaron.

Pero lo que parecía imposible se produjo, él se presentó, y en el vestíbulo se levantó el clamor de todos los que estábamos, los de Económicas y Políticas, claro, y también los de Derecho y Filosofía y Medicina, hasta Arquitectura; éramos tantos que no podíamos verle, pero al primer golpe de guitarra apareció su voz, voceaba al micrófono como si quisiera comérselo, era el gran Raimon cantando Al vent, y no sigo porque al cabo de tanto tiempo aún me emociona.

Es la canción preferida de Carmen: siempre dice que no hay nada parecido a esa canción, ni Beatles ni leches, que Al vent es Al vent. Es como La Marsellesa o La Internacional, un himno, sonaba como un trueno en el vestíbulo de Económicas cuando la cantamos con él, y así de fuertes salimos al descampado en manifestación, aunque las condiciones eran horribles porque con la Facultad en un hondo sólo teníamos dos opciones: subir la cuesta hacia Derecho y Filosofía o ir en dirección contraria hacia la carretera de la Moncloa.

¡Esos estrategas de facultad! Os metieron en una ratonera para que hubiese detenidos y mártires.

Éramos un blanco fácil en lo más hondo de la cuesta, vuestros caballos bajaban desde el Paraninfo como balas, nos arrollaban y pateaban, y nosotros a ver cómo salíamos de aquel embrollo, chocando entre nosotros y con los caballos, tratando de romper la tenaza que habíais formado entre la carretera y el Paraninfo, que no nos dejaba escapatoria. Pero, Dios, cómo resistimos, algunos tiraban piedras.

No lo mitifiques, nada de resistencia heroica, corríais a lo loco, era una desbandada de acojonados, no teníais el entrenamiento nuestro, yo me preparaba en los campos del Seu porque tenía ilusión por el campeonato madrileño de los cuatrocientos metros. Y además llevábamos horas encerrados en el cuartel, los mandos nos concentraban para que os tuviéramos más ganas.

Yo ni te vi venir, porque sólo me importaba encontrar la carretera de Moncloa. Estaba agotado y muerto de miedo y llevaba una suela que resbalaba en el desmonte. Por eso cuando te vi caído no se me ocurrió que había cometido un acto revolucionario. La zancadilla me salió sin pretenderlo.

Le he dado muchas vueltas a aquéllo y creo que me caí solo, yo venía fuerte y te vi parado delante, pensé me lo cargo y continúo, porque si te arrollaba podías tirarme y en el cuerpo a cuerpo perdía la ventaja, así que se me ocurrió pegarte en la espalda, pero en ese momento te agachaste y extendiste la pierna, no sé cómo me sentiste llegar si no me veías.

Te diste una buena hostia, te miré aterrado, no me lo esperaba, pensé yo no he sido pero ahora me la he cargado para siempre.

No sé si antes o después de aquello Raimon vino al Palacio de Deportes del Real Madrid y Carmen consiguió entradas, quiso que la acompañase, yo le dije que no me comprometiera, que me la jugaba, discutimos porque ella no me quería de poli, el recital se prohibio y entonces Carmen con la desilusión se enfadó. Dijo que si yo no cambiaba de trabajo habíamos roto. Para siempre.

¿Y tú qué hiciste?

Yo, por Carmen, hubiera matado a Franco. Pensé que Raimon podía marcharse de Madrid en coche o en tren, si lo hacía en coche yo no tenía opciones, pero en tren sí, y por eso fui a la estación de Atocha. El corazón me latía a cien por hora, le aguardé un siglo y al fin le vi, venía solo y fui por él, le abordé, le hablé de Carmen, no de mí, y le pedí que si no podíamos oírle cantar al menos nos firmase las entradas. Raimon lo hizo y Carmen las conserva. Es una nostálgica.

Cómo se puede tener nostalgia de una juventud tan miserable como la nuestra. Dice Carmen que cuando escucha esa canción le viene lo mejor de su juventud, las ganas de vivir otra cosa. Lo mejor de nuestra juventud es la rabia de Al vent. Porque lo que hicieron con nosotros no se puede perdonar.

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