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DON DE GENTES
Columna
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Efecto consolador

'ÁTAME', LE DIJE a mi santo el día de la huelga general. No es que estuviéramos jugando a que él era Nacho sindicalista y yo la esquirola viciosa (ojalá, pero, claro, con mis suegros por medio, los niños, como que se te quitan las ganas), la cosa es que yo en el fondo de mi ser, aunque no lo crean, tengo un corazón de obrera de la palabra que reniega de esta pija en la que me he convertido. Y la verdad, si yo me llego a echar a la calle el día de la Huelga y me encuentro una tienda abierta, entro y compro, porque en mí el consumismo es una enfermedad. O sea, yo tengo amigas cleptómanas, ludópatas, drogadictas; algunas son ninfómanas ludópatas, otras lesbianas cleptómanas, quiero decir, con cuadro múltiple, y así se lo digo a mi santo para que, cuando me ve entrar por esa puerta, cargada de bolsas como una burra, piense que, de entre todas las mujeres, soy casi la más normal, y que la única pega que le veo a mi patología es que, fundamentalmente, te sale por un huevo de la cara. El caso es que le dije 'Átame', ya digo, no por rollo sexual, que ahora con la presencia de mis suegros, en lo tocante a prácticas de pasión descontrolada (tipo polvo contra el estante donde reposa la mítica Tetralogía Wagner) la actividad cae, por respeto a las personas de edad, y el acto se circunscribe en la actualidad al lecho matrimonial; le dije 'Átame' porque si en un día de huelga general, ya digo, me veo libre, yo me tiro a la calle como una perra a comprar lo que sea: cuando me ataca el vicio no conozco ideología política, no conozco ni a Fidalgo ni a Fidalga. Total, que como medida preventiva preferí estar atada que verme en la tesitura de explicarle a un piquete informativo que lo mío no es contrarrevolucionario, sino de orden patológico. Para esos casos estaría bien llevar un justificante del psiquiatra, como el que el otro día enseñó una señorona que entró en la tienda de la Benarroch, compró una velita de olor para justificar la visita y se coló en la bolsa un chaquetonazo de piel. Mis queridas dependientas salieron tras la ilustre choriza y una vez que la pillaron, le dijeron educadamente: 'Nos ha parecido observar que se le ha caído por equivocación un chaquetón en la bolsa'. Y la clienta les dio un justificante del médico en el que explicaba que padecía el síndrome Wynona, un síndrome, a mi humilde entender, cojonudo, que consiste en que aunque te sobre el dinero sufres el vicio de tener la mano muy larga, y eso es un eximente. Y si encima de tener el síndrome Wynona estás con la regla, tienes ahí una ristra de eximentes que te cagas. Se lo decía yo el otro día a Almodóvar por teléfono: 'En la actualidad, siendo mujer, la que no delinque, o bien es gilipollas, o bien le pasa como a mí, que pago por vicio'.

De Pedro Almodóvar me acordé por cierto el día de la Huelga, porque estar atada un día entero delante de mi supertele me retrotraía a su mítica película. Me sentía un poco como Victoria Abril (el optimismo es lo último que se pierde). Mi santo me dijo que para completar el disfraz me podía poner un esparadrapo en la boca, pero yo sólo callaré el día de mi muerte. Iba a llamar a Almodóvar para decirle que le estaba rindiendo un pequeño homenaje, pero recordé que se iba a Italia a recoger un premio que le han dado por Hable con ella, y sobre todo a comprarse dos kilos de mozzarella que le preparan (al comendatore Almodóvar) en un maravilloso ultramarinos romano, en el que, según el propio Pedro, dentro de poco pondrán una placa tipo 'Hemingway comió aquí'.

Debo confesar que estar un día atada tiene su punto. De vez en cuando mi santo me desataba para que miccionara o hiciera otras cosas de orden escatológico en las que no voy a entrar. Ya hubo bastante con la sopa-pedo. Bueno, mi santo me dejó una mano libre, la derecha, para poder marcar el teléfono, tener el mando de la tele o lo que se tercie. Consecuencia: me crezco con las dificultades: ¡descubrí la teletienda! Fue ver a Norma Duval anunciando ese aparato tipo silla eléctrica que te contrae los músculos, y se abrió un universo no explorado. Ahora sé que puedo consumir sin entorpecer una huelga y sin salir de casa.

Me da la risa porque en estos momentos estoy escribiendo el artículo con los electrodos puestos en esas partes del cuerpo que, debido a la edad y los excesos, se han ido quedando pelín desparramadas. Sentada en la silla y con tanto cable, humildemente creo que me doy un aire a Susan Hayward en ¡Quiero vivir! Es genial: estás tan tranquila, ¿no?, y de pronto te llega la corriente eléctrica, la vibración, y todo, glúteos, pechos, abdomen, te saltan para arriba en todas direcciones, le da un aire a mis carnes como de flan chino. Es un hormigueo que, ay, me está cogiendo un ritmo, que de verdad... Digo yo que si me pongo los electrodos de los glúteos un poquito más en lo tocante a la zona pélvica, igual pierdo tono muscular pero gano a nivel placer puro y duro. Realmente este aparato tiene una serie de posibilidades que Norma no cuenta, tal vez porque a Ana Botella le parecería una práctica contranatura. Desde aquí te lo digo, Ana, te lo recomiendo: 'Para todas esas veces que estamos solas sin nuestros santos, que están en la cumbre, cómpratelo, mujer, tiene un efecto que yo calificaría de consolador'.

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