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Columna
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La huelga

Para él la jornada se presentaba tranquila. Desde el primer momento tuvo muy claro que el 20 de junio iría a la huelga y el jueves pasado se despertó más tarde de lo habitual con la agradable sensación de contribuir a una causa justa y solidaria. No sólo estaba en contra de la reforma laboral que motivó la convocatoria del paro general, hacía tiempo además que le pedía el cuerpo darle al Gobierno en el morro.

La verdad es que Aznar nunca le cayó bien y últimamente estaba cogiéndole una manía horrible por su pública y manifiesta prepotencia. 'Este tío nos trata como si fuéramos idiotas', le decía a su mujer que andaba ya trasteando por la casa y levantando a los críos. 'Un chulo -añadía- ese tipo es un chulo que se comporta como el señorito del cortijo'. Su señora asentía con la cabeza sin dejar ni por un momento de moverse de un lado a otro abriendo armarios sacando ropa de los cajones o poniendo un cacharro al fuego. De fondo, la radio no paraba de hablar de la huelga. Narraban la guerra de cifras entre el Gobierno y los sindicatos sobre la incidencia del paro, el funcionamiento de los servicios mínimos en el transporte y los palos que la policía había repartido de madrugada en la avenida de América. Esta última información la escuchó ya sentado en la mesa y en el preciso instante en que su mujer ponía encima una humeante taza de café. ''Que trabaje Rita -exclamó, mientras hundía el cuchillo en la mantequilla- así se va enterando el 'bigotín'. Fue entonces cuando ella, sin dejar de trajinar ni darle tampoco mayor solemnidad, le planteó un interrogante que sonó como un latigazo en el aire, 'y yo -dijo- ¿cómo puedo ir a la huelga?'. La tostada que llevaba camino de sumergirse en la taza frenó de inmediato su trayectoria quedando suspendida entre los dedos índice y pulgar pendiente de inmersión. Desconcertado, la miró a los ojos tratando de interpretar si el comentario respondía al éxito de su argumentación contra el Gobierno o la buena de su señora acababa de lanzarle una indirecta letal.

Según los informes que maneja el Ayuntamiento, las mujeres de Madrid emplean más del 80% de su tiempo libre en las tareas del hogar. Para muchas de ellas, el trabajo doméstico es más agotador e ingrato que el que puedan desarrollar fuera de casa, a pesar de lo cual pocas veces goza del menor reconocimiento social. En esto, los del género masculino habremos de reconocer que somos tremendamente injustos y egoístas. Arrastrados por una inercia cultural que nos favorece presuponemos que las mujeres tienen una responsabilidad mayor que los hombres en las faenas de casa. Machismo químicamente puro que mantenemos, unas veces consciente y otras inconscientemente convenciéndonos a nosotros mismos de que las féminas tienen una tendencia o habilidad especial para las cosas del hogar. El martes pasado, a pesar de las tensiones previas al 20-J, empresarios y sindicatos acudían juntos a un acto que presidió la primer teniente alcalde del Ayuntamiento de Madrid. Bajo el título de 'Madrid, una ciudad para la conciliación', Mercedes de la Merced presentaba un proyecto municipal que pretende conciliar la vida laboral con la familiar y promover la igualdad en el mercado del trabajo. La idea, que con el apoyo económico de la Unión Europea será experimentada inicialmente en los distritos de Tetuán, Arganzuela y Chamberí, es fomentar la creación de empresas de autoempleo dedicadas a los servicios de proximidad. Se trata en definitiva de formar a las mujeres para ayudar a otras mujeres en su casa y que éstas puedan competir en el campo profesional. Una iniciativa que copiarán varias ciudades de distintos países europeos y que irá acompañada de campañas publicitarias a favor de un reparto más ecuánime de las faenas domésticas.

El jueves por la tarde, él le pidió que le acompañara a la manifestación de la Puerta del Sol. 'Será una marcha en plan festivo -dijo, en el intento de animarla- y al final habrá incluso alguna actuación musical'. Ella respondió con una mirada escéptica que dirigió de inmediato hacia la voluminosa montaña de ropa que acababa de sacar de la lavadora. 'Tengo al menos dos horas de plancha -le espetó-, ¿te parece poca marcha?'.

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