Iker Casillas y los héroes
Leo en el periódico Hoy que, tras el partido España-Irlanda, del pasado domingo, el entusiasmo fue tal en Móstoles, la ciudad natal de Iker Casillas, que el alcalde, José María Arteta, tan desbordante de orgullo como sus conciudadanos, comparó la hazaña del portero de la selección con los acontecimientos del 2 de mayo de 1808 -'Móstoles y Casillas salvaron a España otra vez', dijo- y anunció su intención de poner el nombre de Iker Casillas a una calle de la ciudad. Ahora bien, ¿es Casillas un héroe?
En su tratado sobre los héroes, Thomas Carlyle escribió que 'la sociedad está fundada sobre el culto a los héroes' y, después de analizar las diversas formas posibles de heroísmo -el héroe como divinidad, como profeta, como poeta, como sacerdote, como hombre de letras y como rey, concluía que 'hoy el culto de los héroes parece haber desaparecido'.
Carlyle escribía lo anterior hacia 1840. De haberlo escrito hoy, quizá habría añadido por lo menos otra forma de heroísmo -la del deportista- y habría advertido tal vez que el culto de los héroes no ha muerto. Se dirá que el deportista es un héroe venial o subalterno, y tal vez sea cierto, pero eso no le priva en absoluto de ser un héroe, en la medida en que el héroe es ante todo un ejemplo moral cuyo poderío desmesurado nos alivia de nuestras propias frustraciones e insuficiencias. Por eso Carlyle afirma que en el fondo ningún hombre puede vivir sin héroes, y Savater sostiene que éstos son quienes consiguen 'ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia'.
¿Es, pues, Casillas un héroe? ¿Posee ese coraje y esa inverosímil limpieza moral que son los rasgos definitorios del héroe? Permítanme que les recuerde tres anécdotas que todos ustedes recuerdan.
La primera ocurrió en la final de la Copa de Europa. Después de casi un año de ostracismo, Casillas saltó al césped a última hora y de mala manera para salvar a su equipo de la derrota con tres paradas imposibles y, cuando terminó el partido, se echó a llorar a lágrima viva y sin la menor vergüenza -igual que los héroes de Homero-; lloraba abrazado a César, el portero que le había arrebatado la titularidad, señalándole con gestos ostensibles como el verdadero héroe, y todos tuvimos la impresión de que lloraba por él, por la injusticia sangrante de haberle arrebatado a su compañero, en unos pocos segundos milagrosos, la gloria que éste había conquistado en un año entero de trabajo. (Aquí uno no puede evitar el recuerdo de Miguel Induráin -a quien Dios tendrá en la gloria de los campos de Villava, arando sus tierras con un tractor a pedales-, que no dudó un momento en regalar el Campeonato del Mundo que él no llegó a conquistar nunca a su compañero de equipo Abraham Olano).
La segunda tuvo lugar en este mismo Mundial. Antes del partido contra Paraguay, Chilavert trató de humillar o atemorizar a Casillas con una de sus bravatas, pero la respuesta de éste fue declarar su admiración por el portero de Paraguay y, en cuanto terminó el partido con la derrota del equipo suramericano, Casillas corrió a abrazar a su colega y a pedirle su camiseta en recuerdo y como señal de respeto.
La tercera también es de este Mundial. Yo no sé si ustedes se fijaron, pero en el momento en que se iniciaba la tanda de penaltis en la que Irlanda y España decidieron a la ruleta rusa su destino, las cámaras de la televisión enfocaron por un momento a Casillas caminando hacia la portería; era un momento de tensión máxima, pero en la cara del jugador no había ni rastro del miedo del portero ante el penalti: lo que había es esa radiante sonrisa con la que aparece casi siempre en las fotografías, esa sonrisa de charneguillo del extrarradio habituado a parar pelotas desinfladas en los descampados y a jugar con los chavales del barrio con los que nadie quiere jugar, esa sonrisa que sólo tienen los limpios de corazón, los que verán a Dios.
Cuando Albert Camus escribió que todo lo que había aprendido sobre moral lo había aprendido en el fútbol sin duda estaba pensando en la alegría, el coraje y la ética instintiva de la generosidad que revelan gestos como los de Casillas. A mí me gustaría que, igual que lo hará César, todo el mundo -incluido el entusiasta alcalde de Móstoles y sus conciudadanos- se acordaran de ellos si hoy, en vez de parar tres penaltis, Casillas canta tres veces, porque a un héroe de verdad, aunque sea un héroe venial o subalterno, se le reconoce antes en la derrota que en la victoria. Por lo demás, el hecho de que Casillas no juegue en el Barça no hace más que confirmar que ni siquiera los héroes son perfectos. Pero eso a lo mejor también se soluciona un día de éstos.
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