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Apoteosis de Corea del Sur

La intrepidez del conjunto de Hiddink, el próximo adversario del español, arruinó la especulación y la mezquindad del italiano

Santiago Segurola

El fútbol tiene desde ayer una fecha y una ciudad para recordar. En Daejeon, Corea del Sur derrotó a Italia, un resultado que remite a otros memorables por sorprendentes: al maracanazo de Río en 1950, a la derrota de Hungría frente a Alemania en la final de Berna en 1954, al batacazo de Italia frente a otros coreanos, los del Norte, en 1966.

Estamos hablando de historia del fútbol, de partidos cuyo significado atraviesa épocas, de momentos que parecían imposibles de reeditar. Pero este Mundial no atiende al prestigio ni al palmarés. Que se lo digan a Italia, tres veces campeona, siempre protagonista, portavoz de un estilo que tantas veces se ha tolerado por ganador. Y también era una Italia lujosa, con Totti, Vieri, Del Piero, Maldini, Nesta y Cannavaro. La vieja Italia, en fin, con su apasionada relación con el fútbol. Enfrente tenía a un equipo que representa exactamente lo contrario: un país recién alumbrado para el fútbol y una selección con jugadores desconocidos. De pasión no andan cortos. No se puede entregar tanto entusiasmo a un equipo ni recibir tanto a cambio.

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En un partido apasionante por la intensidad dramática que alcanzó, Corea venció a Italia en la prórroga. El país nuevo fue generoso, intrépido, incansable; la vieja Italia fue especuladora y mezquina, a la medida de su entrenador, Giovanni Trapattoni, representante de una escuela que ya no tiene derecho a proclamar su vigencia. Si excusaba todas sus miserias por la eficacia de sus resultados, ya no tiene excusa alguna. No hay resultados que defender. Desde hace 20 años, la selección italiana no gana nada. Su nostalgia del equipo del 82 comienza a ser tan dañina como la que ha padecido Inglaterra con el que ganó en el 66. Algo ocurre porque no se trata únicamente de la selección. Sus equipos han fracasado en las últimas temporadas sin otra justificación que la derivada de un modelo de juego que arrastra al desastre a muchos de los mejores jugadores.

La victoria de Corea del Sur alcanza mayor relieve en España porque será el próximo rival de la selección, que se encontrará con un equipo entusiasmado y una afición enfebrecida. Es hora de evitar los tópicos. Se tiende a hablar del juego surcoreano en términos despectivos y a valorar su excepcional gasto físico. Es cierto que sus jugadores parecen en perpetuo movimiento, pero Corea tiene un plan: el de Guus Hiddink. Lo más notable es que no ha aceptado el papel de equipo menor. Probablemente no dispone de grandes jugadores, pero juega como si los tuviera. Con tres defensas y dos extremos, con paciencia, armándose poco a poco, con un aroma al fútbol holandés que resulta extremadamente saludable. Sólo Corea y Argentina se han atrevido con un modelo de estas características, un modelo generoso que alcanza mayor trascendencia en un equipo previsiblemente destinado a aceptar el papel de víctima. Hiddink ha elegido el camino contrario. Ha sido más holandés que nunca en el lugar menos previsto. Eso merece un elogio y un respeto. No es posible considerar a Corea como un producto de la fe. Algo hay de eso. Pero fútbol y vocación de ataque no le falta. España no debe olvidarlo.

REUTERS

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