Corea, rival de España tras fulminar a Italia
No conviene pregonar las enseñanzas morales del fútbol, materia de naturaleza bastante perversa, pero algo quiso decir la victoria de Corea o la derrota de Italia.
Trapattoni se pasó de italiano y Hiddink de holandés, con todo lo que eso significa. Y esta vez, la generosidad ganó a la cicatería, los cinco delanteros de Hiddink ganaron a un equipo que terminó defendiendo su ventaja con Di Livio y Gattuso, el milagro de la convicción en el ataque se impuso a la desconsideración que supone pensar en términos estrictamente defensivos. Corea, en fin, se impuso a Italia. ¡Qué noticia¡
El acontecimiento, porque eso supone un resultado de este calado en el mundo del fútbol, tuvo tal carácter dramático que este partido quedará como una referencia para siempre. Presidido por la abrumadora y febril hinchada coreana, el partido fue uno hasta el penúltimo minuto y otro desde entonces. Hasta el error de Panucci que propició el gol del empate, el encuentro tenía el aspecto de esas noches que Italia controla con sus estrictos ejercicios defensivos. Hasta parecía satisfecha en un escenario tan abigarrado. De las tribunas colgaban pancartas amenazantes -"Bienvenidos a tla umba de los azurri", "Puerta del infierno, fosa de los gigantes"-, en la grada una apabullante coreografía en rojo, en el ambiente la electricidad que distingue al fútbol de cualquier otro deporte. Había en el oficio de los jugadores italianos la confianza de los que han estado mil veces en situaciones de este pelo.
Hasta el penúltimo minuto, Italia fue sistema y oficio. No gastó la menor energía en atacar a los coreanos. Se la reservó para frustrarles. El hilo con la escuela holandesa estaba en Corea, en sus tres defensas, en sus dos extremos, en una ocupación del campo que remitía inmediatamente al viejo Ajax. A la generosa propuesta de Hiddink no le faltaba valor, sobre todo por tratarse de un equipo recién fabricado. Corea al ataque es todo un enunciado, un gran enunciado. Y había retazos holandeses en la cuidadosa elaboración del juego, con un jugador interesante en el medio campo, Kim, para más señas. A su alrededor se movía el equipo con mucha academia, pero sin gol. Se movían como mariposa, pero pegaban como Bambi. Y era necesario mucho más para perforar la defensa italiana, que acentuó el rasgo tras el gol de Vieri.
El tanto fue típico de Vieri, una fuerza de la naturaleza que no pudieron controlar los livianos defensas coreanos. Del Piero tiró el córner y Vieri arrancó con todo. Dos defensores se colgaron del hombro y le agarraron de la cadera con la inútil pretensión de detenerlo. Se los llevó por delante y conectó un violento cabezazo que entró por la escuadra. Eso ocurrió muy pronto, pero después del penalti en el área italiana que pudo modificar el arraque del encuentro. Fue un penalti que venía avisado por el agarrón de Hierro a Quinn. Esta vez, Panucci le tiró de la camiseta a Seol durante el suficiente rato como para llamar la atención del árbitro. La veda está abierta: desde ahora se verán menos agarrones en el área.
Bufón detuvo el lanzamiento de Ahn y pareció que nada sería igual. Italia se acomodó en el campo, con todos los jugadores en su trabajo. Nadie se descuidó, nadie evitó el cuerpo a cuerpo, nadie flaqueó. El juego les pareció menos importante que el sutil control del partido a través de una defensa que no permitió un solo remate a Bufón hasta el célebre minuto 89. Pero en el desarrollo del partido ocurrieron las pequeñas sutilezas que desembocaron en la dichosa lectura moral. A Trapattoni le pudo el especulador que lleva dentro. Retiró a Del Piero por Gattuso, entró Di Livio por Zambrotta, habría jugado con dos porteros llegado el caso. Y Hiddink se sobró por el otro lado. Es cierto que necesitaba el gol, pero el hombre se soltó el pelo. Jugaba con tres punta y añadió dos delanteros -Lee y Hwang- que sustituyeron a dos defensas -Hong y Kim Tae Yong-. Y cuando se lesionó el mediocentro Kim Nam Il, aterrizó el último delantero: Cha Du Ri. Aquello fue la apoteosis del fútbol de ataque, sin que además se resintiera el juego. Los coreanos no se desesperaron, simplemente lograron que la pelota estuviera cada vez más cerca del área. A esa evidencia, Italia no contestó con una fórmula capaz de aprovechar los desequilibrios de su adversario. Era un equipo tan satisfecho de su vocación defensiva que decidió ganar el partido en su propia área. Así de curiosos son los italianos cuando les sale el catenaccio que llevan dentro.
Pero llegó el error de Iuliano, que no alcanzó un centro, y de Panucci, incompetente en un sencillo despeje. Choi peleó la pelota, se la llevó y cruzó el tiro del empate. El partido no sólo era diferente a como se habían imaginado los italianos, era un partido para la historia, más aún que aquella derrota frente a Corea del Norte en el Mundial de Inglaterra. Algo quiso decir el sorprendente error de Vieri con la portería vacía en la última jugada del encuentro. Estaba escrito que Italia viviría un drama en la prórroga. Un prórroga colosal, por cierto, con una marea roja en las gradas y un equipo lanzado a la epopeya. Conmocionado por el empate, el equipo italiano trató de reaccionar con el poco ánimo que le quedaba. Por el camino, perdió a Tutti, expulsado por simular un penalti, y tiró el partido en un mano a mano que no supo resolver Gattuso. Por lo visto, era demasiada empresa gloria para tan poco jugador.
Italia estaba condenada: a Maldini le pesó el cansancio y la edad en aquel salto con Ahn, que se levantó por encima del central italiano y cabeceó con la decisión de los que se saben protagonistas de un momento excepcional. Un momento memorable: el del triunfo de un país recién nacido para el fútbol sobre una vieja, orgullosa y gran potencia. Italia, nada menos.
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