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Reportaje:

Artistas de la superación

Personas sin hogar actúan en un centro de acogida de Málaga para rehacer sus vidas

El talento es lo de menos, aunque algunos aportan ciertas dosis artísticas. Lo importante para Toni, Jesús, Marcelo, Octavio y Joaquín es que el próximo viernes expondrán en el escenario un talento mayor, el de la superación personal después de una vida llena de obstáculos, algunos de los cuales están por saltar. Estas cinco personas, que hasta hace poco compartían con la calle el secreto a voces de no tener hogar, representarán en el hogar Pozo Dulce de la capital dos obras de los hermanos Álvarez Quintero: El Parque de María Luisa, un monólogo que interpretará Toni, malagueño de 47 años, y Gitanería, en la que participa el resto de incipientes actores.

No son teóricos de la actuación y ensayan sin escenario, sin artificios luminosos o de sonido, en un salón del centro de acogida. Pero estas circunstancias resultan banales cuando el mayor drama que han conocido es su propia vida, la que esperan enderezar.

El hogar Pozo Dulce, de régimen abierto, abrió sus puertas el pasado 28 de diciembre con el propósito de levantar almas que, hasta llegar allí, deambulaban sin rumbo y sujetas a un peligroso azar. La iniciativa partió de Cáritas Diocesana de Málaga, que hizo de las limosnas y del apoyo institucional un templo de tres plantas en el que, con un entorno cálido, se trata de recomponer la dignidad humana quebrantada en la calle.

A los que llegan a Pozo Dulce les esperan unos 70 voluntarios y las Hijas de la Caridad con ganas de ayudarles a reconducir sus vidas. Hablan con ellos, les ofrecen compañía, les tramitan pensiones, les llevan a las terapias psicológicas o les empadronan porque muchos son de fuera. Incluso les ayudan a conseguir el documento de identidad, una convención burocrática que en estos casos guarda un simbolismo especial.

La directora del centro, la hermana Concepción, se enorgullece de la evolución que han experimentado estas personas cuyas vidas posiblemente ya estén marcadas para siempre. En el hogar habitan unas treinta personas, incluidas algunas familias que han perdido sus casas por desahucios u otras catástrofes (incendio). 'De todos los que han entrado, sólo uno se ha marchado', comenta la directora del centro en el que sólo se cobra si los inquilinos tienen pensiones u otros recursos, aunque siempre cantidades ínfimas.

'Escuche usted amigo ¿Usted ha estado en Sevilla?'. Con estos versos de El Parque de María Luisa, Toni comenzará su actuación el próximo viernes, un papel que cada noche repite con afán perfeccionista. 'Sólo somos aficionados, aunque parece que con la madurez he encontrado la inspiración', explica agitado ante la cita frente al público y con una sonrisa que tapa sombras del pasado.

Muchos de los voluntarios que acuden regularmente a Pozo Dulce son adultos, pero algunos como Ruth Núñez, de 24 años, no duda en prestar sus servicios incluso los domingos por la mañana, a horas en las que muy pocos de su edad están despiertos y otros tantos aún andan despiertos. Y, a medida que avanza su trabajo, más le apetece continuar y ver los progresos en la obra teatral y las muchas otras actividades y talleres que organizan.

A pesar de los esfuerzos y los logros, la mirada perdida asoma en los ojos de algunos asiduos de este hogar accidental.

El camino de entrada

No es fácil conseguir que alguien sin hogar, habituada a dormir donde le permiten, acepte entrar en un centro de acogida. Cuatro meses antes de la apertura del hogar de Pozo Dulce (un antiguo colegio de los Jesuitas situado en el centro histórico de Málaga), los voluntarios recorrían las calles en busca de gente sin rumbo. 'Su localización es obvia, pero no puedes dirigirte a ellos de forma directa proponiéndoles entrar en el hogar. Debes pasar una vez, otra, acariciar a su mascota, si la tiene, e ir ganando confianza', explica Ruth Núñez. Tanto Ruth, como el resto de voluntarios, son conscientes de que tratan con personas acostumbradas a la soledad y que, en muchos casos, padecen la ignorancia e incluso el desprecio de los que caminan por la misma acera. En el momento en que llegan, tienen las facultades higiénicas perdidas, así como todos los hábitos de una vida cotidiana. 'Hay que empezar desde cero: la limpieza y las tareas domésticas más elementales', apunta la hermana Concepción, la directora de Pozo Dulce. 'Además de la búsqueda por las calles, otras instituciones de tipo mental o asistencial derivan a los que ya han tratado'. 'Otros', continúa Concepción, 'dan el paso al darse cuenta del deterioro tan fuerte al que han llegado'. Otra forma de llegar al centro es a través de la policía. También son conducidos por los vecinos por los que merodean , aunque algunos voluntarios piensan que muchos los llevan allí para no tenerlos en el barrio. Una vez en Pozo Dulce, hay tres niveles. El primero es la casa abierta, donde entran los que tienen muy pocas posibilidades de reinserción social. En otra de las plantas del centro hay 16 plazas para personas con situaciones menos extremas. Por último, está habilitada la zona de emergencia familiar, para los que han perdido la vivienda.

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