El mal negocio de la cumbre
Decenas de pequeños empresarios sufren en sus bolsillos las severas medidas de seguridad en Sevilla
La afirmación de que la cumbre del Consejo Europeo traerá dinero y prestigio a Sevilla es más que probablemente cierta. Pero es epidérmica, no conviene olvidar que se trata de una generalización. La cumbre europea y todo lo que la envuelve también le cuesta dinero a muchos, que sin comerlo ni beberlo ni capacidad de defensa sufren las consecuencias de que su ciudad albergue un evento de tal magnitud.
Los alrededores de la ciudad albergan una miríada de pequeños negocios que se nutren del consumo de los habitantes de la capital. La cumbre del Consejo Europeo trae consigo unas severísimas medidas de seguridad que inevitablemente alteran el día a día de los sevillanos. Y esto es como un castillo de fichas de dominó, un simple cambio acaba afectando a muchos.
Así, lo más intrusivo y que más odios levanta son los controles de tráfico. Blindan la ciudad a los no queridos por las autoridades, pero también aíslan estos negocios de sus sustento económico. Nadie sale de la ciudad para hacer una compra o comer porque al regreso espera el tormento de hasta tres horas de atasco.
El Gobierno ordenó la suspensión temporal del acuerdo de Schengen sobre la libre circulación de personas el pasado día 12 y desde el viernes la Guardia Civil ha levantado controles en todas las carreteras de entrada a Sevilla. Su naturaleza es la de incrementar la seguridad, pero también disuaden a los conductores, que se lo piensan dos y hasta mil veces antes de coger el coche.
Ni en la Expo 92, bodas reales u otros actos, la seguridad había sido tan molesta como en esta ocasión, en la que no pocos consideran que su intensidad roza el insulto al ciudadano. Pero es que no sólo toca la moral, también afecta al bolsillo de decenas de pequeños empresarios.
Tomás Laut se inventó un restaurante en la carretera de Utrera. Descendiente de colonos flamencos y nacido en el entonces llamado Guadalén del Caudillo (Jaén), llegó a Sevilla con una camiseta de lunares y ganas de aprender y comerse la ciudad. Lo consiguió. Ahora, a su delicioso restaurante acuden desde el secretario general del PP, Javier Arenas, a Bertín Osborne, Dominique Abel y Rafael Amador, el consejero de Salud, Francisco Vallejo, o cualquiera al que le guste comer fetén. Los fines de semana no hay quien pueda comerse una de sus carnes a la brasa si no ha reservado mesa antes. El pasado sábado tuvo un cliente y ayer ninguno. 'Yo tengo que pagar a los camareros, limpieza, cocineros, material... así que me gasto unos 450 euros y no ingreso una perra'.
Al otro lado de la capital, la situación es muy similar. Así, Enrique Ávila, gerente de Robles Aljarafe, asegura que la merma de clientes es evidente, ha bajado casi a la mitad. 'Tenemos que servir un cocktail y estamos pensando en mandar la furgoneta dos horas antes por lo que pueda pasar. Va a ser de locos'. En Santiponce, las ruinas de la ciudad romana de Itálica también han recibido la mitad de la media de visitantes de un domingo de junio, que ronda las 4.000 personas. Los controles también han motivado retrasos de horas en la incorporación de los trabajadores. Lo mismo pasó en el vivero Jardín del Rocío, en Dos Hermanas, según asegura Ana Marco. Desde el restaurante el Ventorrillo Romano, en Santiponce, y La Blanca Paloma, en Bollullos de la Mitación, se habla de una situación 'horrorosa' para sus negocios.
Por su parte, el presidente de la patronal de Hostelería de Sevilla, Juan Robles, adopta un tono más institucional y augura 'un buen negocio' cuando lleguen a la ciudad los cerca de 3.000 periodistas y las comitivas para la cumbre. 'Si se quiere seguridad es lo que se tiene que padecer', dice Robles.
Muchos no comparten su opinión, pero es que nada es totalmente negro ni blanco y, sobre todo, nada es tan simple como a veces se pretende.
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