La leyenda de Incheon
Corea del Sur vive una noche mágica en el lugar en el que en el siglo XIX rodó el balón por primera vez en el país
Incheon era un lugar legendario, pero desde ayer lo será más. En su puerto ancló a finales del siglo XIX el Flying Fish, un barco de bandera inglesa con marineros despistados que se dejaron olvidado el primer balón de fútbol que rodó en suelo coreano. Cincuenta años más tarde, el general McArthur desembarcó en su playa para cambiar el curso de la guerra de Corea. Y anoche, en el estadio de Munhak, una generación dorada de futbolistas portugueses fue rodeada y aniquilada por un grupo de entuasiastas jovencitos surcoreanos. En Incheon nació una nueva era para el fútbol asiático.
Corea del Sur se paralizó. En Seúl cerraron las tiendas, los restaurantes... La gente dejó el trabajo y se fue a su casa a ver la tele. O a Incheon, al lugar de la batalla. '¡Bom-bom-bom-bom-bom! ¡Dae han min kok!'. En el estadio, cinco atronadores golpes de tambor y el grito '¡República de Corea!' carcomieron los tímpanos de la selección de Portugal. El ritual se repitió interminablemente al anochecer y durante todo el partido mientras los surcoreanos Lee, Park y Seol percutían contra la defensa oponente. Vítor Baia, el portero luso, frotaba sus guantes, nervioso. Figo caminaba mirando el espectáculo como si cargara una mochila de piedras.
El grupo de jugadores portugueses que ganó el Mundial sub 20 en 1991 se vio acorralado. Aquella generación encabezada por Figo, Rui Costa y Sa Pinto se desvanecía inevitablemente tras un decenio de buen fútbol. Fue frenada en seco por adolescentes de ojos oblicuos y pelo teñido que adoran el regate y la velocidad. Samurais con calzones naranja fluorescente. Ejecutores asiáticos del fútbol total holandés por virtud de su técnico, el trotamundos Guus Hiddink.
Como en un anticipo irónico, lo primero que hizo Lee al recibir el balón fue encarar a Figo y darle su propia medicina: ¡tres bicicletas a la cara! Al verlo, el extremo del Madrid se cambió de banda. Fue como si abdicara. Los portugueses se quedaron impotentes a la sombra de los techos de plástico, como de circo, de los graderíos cubiertos por 50.000 surcoreanos vestidos de rojo. El público estaba desaforado: '¡Ale-ale-Corea, ale-ale-Corea...!'.
Ni los 100 kilos de bacalao especialmente transportados desde Lisboa, ni los 20 kilos de queso de cabra, ni las 20 cajas de vino de Oporto, ni el fado que Helio Laurenço, el cocinero de la selección portuguesa, puso a los jugadores en cada comida a lo largo de este torneo, consiguió arrebatar la saudade a los muchachos. Figo, Petit, Beto, Paulo Bento, João Pinto... escucharon el himno de su país con la mirada vidriosa. Hubo un momento de silencio. Luego, de nuevo el trueno: '¡Bom-bom-bom-bom-bom! ¡Dae han min kok!'
El gol de Park, su regate en el área, su remate furioso entre las piernas de Vítor Baia, fue saludado por una explosión en las gradas. Todo el mundo revoleaba pañuelos rojos, banderas. Luego, Figo se llevó las manos a la cara, exhausto, tras fallar un tiro libre por muy poco. Tras una valla publicitaria, en cuclillas, fuera del partido por su baja forma, solo y también con la cara entre las manos, la estrella del Milan, Rui Costa, lloró el final de una época.
Momentos antes del partido, del histórico momento que se iba a vivir, a más de 1.000 kilómetros al sur de Incheon, en una playa de Busan, un hombre se prendió fuego. No murió, pero su estado es grave. Dijo que intentó inmolarse para demostrar su entrega a la selección de Corea del Sur.
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