_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una patria amable y cívica

Bien está casi todo lo dicho en los días pasados como crítica a la pastoral de los obispos vascos (ver, en este sentido, el honesto artículo de Mariano Ferrer el domingo en El Mundo destacando lo que en tales críticas hay de razonable, lo que no quita para que pueda ser discutible). ¿Pero se imaginan ustedes al obispo de San Sebastián, inclinándose con unción para jurar lealtad a la ikurriña a la vez que declara públicamente su amor a Euskal Herria y a su unidad? Viene esto a cuento de una de las noticias que ocupaban la portada de EL PAÍS del pasado domingo: 'El cardenal arzobispo de Toledo y primado de España, Francisco Alvarez y su antecesor en el cargo, Marcelo González Martín, protagonizaron ayer en la capital de Castilla-La Mancha la jura de bandera de 310 nuevos soldados del arma de Infantería, al jurar como ellos fidelidad a la enseña nacional'. El arzobispo declaró tras el acto que en su vida le faltaba 'el detalle de expresar el amor a la patria y a la unidad de la misma'. Sobre este texto aparecía la foto del purpurado inclinándose ante la bandera, rodeado de militares.

Un servidor ve y lee estas cosas y se escandaliza y hace suyas las airadas palabras que León Felipe dirigiera contra los que llamó cristeros, contra 'los grandes empresarios eclesiásticos que han vivido de la divina resistencia de Jesús para las bofetadas' y que ahora quieren hacerle rey. Dice el señor arzobispo que echaba en falta en su vida el detalle de expresar el amor a la patria y a su unidad. Ni siquiera en el caso de que tal cosa fuera literalmente cierta -ni aún en el caso de que, tras haber expresado activamente su amor a los empobrecidos por el globalitarismo, a las víctimas de la homofobia, a los olvidados por la propia Iglesia, tan sólo echara a faltar el detalle de expresar amor a la patria- puedo entender esa jura de bandera. 'Un día bendecirá el Papa la bomba atómica y se la pondrá en la mano al niño Jesús en lugar de la esfera y la Cruz con esta leyenda debajo: Ojo... ¡el que se mueva!... Viva Cristo Rey'. No levantes la cabeza, León Felipe.

¿No dirá nada el Gobierno español tras tener conocimiento de la acción y las opiniones del arzobispo de Toledo? ¿Qué ha ocurrido con las alarmas laicas características del patriotismo constitucional? ¿Por qué no han saltado en esta ocasión? El Gobierno no dirá nada porque el acto protagonizado por tan destacado representante de la Iglesia le resulta, no ya aceptable, sino plenamente natural. ¿O acaso no es natural que un clérigo español ofrezca muestras de su patriotismo? Cuando el presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, denunciaba escandalizado que la pastoral de los obispos vascos era la demostración de que estos 'siguen la voz de su amo, que no es Dios sino Xavier Arzalluz', no hacía otra cosa que un ejercicio de fariseismo político. Manejando una concepción teológica propia del Medioevo que confunde el señorío de Dios con el ejercicio autocrático del poder, lo que molestaba al dirigente popular no es que los obispos vascos sean sordos a la voz de Dios, sino que escuchen a Arzalluz en lugar de a Aznar y a Iturgaiz, su profeta: ¿cómo, si no, interpretar su exigencia de 'un toque de atención de la Conferencia Episcopal con un pronunciamiento diferente'?

La reivindicación de lo propio puede estar en el origen de lo más inapropiado: el papanatismo de Eurovisión, el patrioterismo del Mundial de fútbol ('¡toda España palpita en un solo corazón y empuja con esa furia que sólo puede salir de la raza al equipo patrio!' y este tipo de gilipolleces), la 'pequeña diferencia' del 19-J que debilita la lucha por un trabajo decente; si sólo fuera esto: el terrorismo de ETA, la bendición de los ejércitos... Tenemos en Euskadi la posibilidad de construir una patria amable, una nación cívica, liberada del corsé que la construcción estatonacional ha significado para las grandes naciones. Una patria que no exija la anulación de la pluralidad de pertenencias que constituyen nuestras identidades. Innovemos. No pensemos tanto en lo propio y busquemos en cada caso lo más apropiado. No sigamos los pasos de aquellos que acaban viendo normal que un arzobispo incline su cerviz ante los símbolos del poder nacional... siempre que sean los suyos.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_