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Columna
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La décima

Enrique Vila-Matas

De todas las selecciones del mundo, ahora lo sabemos, Eslovenia era la ideal para comenzar el Mundial. Y Paraguay, un regalo de los dioses; nunca se había visto a una selección jugar sin guardameta. Con esto no quiero insinuar que el Real Madrid -España quiero decir- no sea un equipo con un brillante porvenir. Todo lo contrario. En el sorteo previo al Mundial algunos creímos ya adivinar la suerte de sombrero de copa del Madrid. Si una arraigada costumbre sueca era no darle el Nobel a Borges, una no menos arraigada costumbre del Madrid es ganar, con asombrosa facilidad, Copas de Europa. Lleva nueve y a mí me parece que en este Mundial vamos a por la décima.

Tenemos que convencernos de que quien juega es el Madrid y todo será, por fin, un camino de rosas para la Rosa de España. Cañizares lo vio bien claro y su legendario frasco de colonia asesino también. Se quitó de en medio para que Casillas haga ante Senegal, en la final, la parada de su vida. Y el prófugo Luis Enrique adoptó la personalidad errante y errónea de Chilavert para que el madridista Helguera entrara en su lugar. Y es que el Barça contagia melancolía con su pensamiento único en Wembley, y así no se puede ir por el mundo. Y ya no digamos el Deportivo, con Tristán, alias Tristram Shandy, ensimismado con su tobillo. En cuanto al Valencia, ya se sabe qué puede aportar: es un equipo argentino y tiene todas las de perder; sólo le falta contratar al vídeotaciturno de Bielsa.

En estas circunstancias, lo genial ha sido ver por fin -perdimos entero el siglo pasado por culpa de los demasiado humildes antepasados de Aznar- la inferioridad de las otras selecciones, presumidas sin causa. ¿Jugó alguna vez Di Stefano con ellas? Lo genial ha sido tirar del carro de Hierro, Raúl y Morientes, que se encargan con naturalidad de jugar como si lo hicieran con el Madrid, donde todo ha ido siempre como la seda, y hasta se encargan de los goles e incluso de remontar los que el barcelonista Puyol, como si llevara instrucciones de Pujol, marca en propia puerta con un ímpetu admirable; ya se ha ganado en su país más medallas que Gasol.

Dicen que este Mundial es muy malo porque el mejor equipo es España. Antes, mucho antes del gol de Puyol, el presidente Pujol dijo haber visto en las axilas del hipermadridista Camacho un olor castizo a españolismo rancio de Operación Triunfo. Y vio bien, pero es que muy bien; siempre ha sido intuitivo. Vio que hasta ahora habíamos vivido engañados creyendo que Francia, Argentina y Brasil han sido y siguen siendo de otra galaxia. Y no es así, qué va. Ya estamos viendo qué pasa con esas selecciones de medio pelo. Ninguna de ellas está acostumbrada a ganar, con monotonía merengue y facilidad de otra galaxia, Copas de Europa. Y ninguna tiene en su horizonte la décima. Y es que el fútbol y el mundo son una misma cosa, son el Madrid. Tanto es así que Zidane quiere jugar la final con la camiseta de España. Vamos sobrados. La confianza en el equipo es tanta que quien lo marque será Puyol, el único verdadero problema de España.

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