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Columna
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Demagogia

El barrizal donde se ha metido la Consejería de Educación con las oposiciones de profesores es un efecto clamoroso de las contradicciones que se le amontonan al PP gracias a una de sus prácticas más asombrosas: hacer una cosa y la contraria para apuntarse las dos con una desmesurada complacencia. Hacer una cosa o decirla, que la confusión entre el hecho y el dicho es un hábito de la política popular. Por ejemplo, marginar la licenciatura de Filologia Catalana del decreto del requisito lingüístico y, al mismo tiempo, estar dispuesto a admitir a cualquiera que comparezca al concurso con esa titulación. Eso sí, con el sobreentendido de que todo el mundo tiene que hacer la vista gorda. Si no, como ha ocurrido, se llega al límite de la prevaricación y se abandona la decencia exigible a una administración pública al sacar a unos cuantos de la lista de admitidos, ya confeccionada, en busca de una coartada. Con el requisito lingüístico se le han visto a Zaplana todas las vergüenzas. Primero lo vendió como un ejemplo de coraje y predisposición, después lo descafeinó hasta casi reducirlo a nada, un poco mas tarde pretendió movilizar contra él a los alcaldes de zonas castellanohablantes y retrocedió en desbandada. La Acadèmia Valenciana de la Llengua le impugnó el desaguisado de las titulaciones en una votación que no se convirtió en resolución oficial del organismo porque alguien, con más sentido de la responsabilidad que el presidente del Consell, evitó un choque institucional de tal calibre. Quedó probado que la mayoría de la institución normativa sobre el valenciano no está dispuesta a prestarse a esa hipocresía masoquista que Zaplana exige a los demás para que él pueda ser, a la vez, el que ha resuelto el conflicto lingüístico y el que ha saciado las expectativas del anticatalanismo. Desde que Aznar, en el último congreso nacional del PP, le pilló con el paso cambiado al dictar el cierre de filas y el rearme ideológico para consolidar una derecha resistente a la coyuntura, Zaplana se ha visto obligado a desandar caminos, aunque fuesen retóricos. Por eso se hace un lío con la demagogia y su liberalismo se resume en mucha cara dura.

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