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Columna
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Aznarólogos

Aparece, con la fuerza que da la necesidad de supervivencia, una nueva especie de analistas político culturales: los aznarólogos. Dedicados a estudiar la época de Aznar, estos estudiosos son seres austeros y humildes: saben que su ciencia tiene fecha fija de caducidad, o eso dicen los que aseguran que su especialidad se acabará el día que José María Aznar deje la presidencia del Gobierno español, dentro de unos dos años. Por eso hay, entre ellos, tantos humoristas, expertos en humor negro.

Aunque otros advierten que los aznarólogos en realidad son técnicos en prospectiva y ya hay quien aventura que su verdadero objeto de estudio, el que finalmente acabará por pagarles los garbanzos -garbanzos light, of course-, es el G4. ¿Qué es el G4? La nueva jerga global que manejan los estudiosos del porvenir define al G4 como el núcleo duro de Ideólogos sin fronteras, compuesto por los señores Bush, Blair, Berlusconi y, naturalmente, Aznar. La fulgurante carrera ideológica del español y su decidida vocación de influencia planetaria hace que el trabajo de los especialistas sea cada día más necesario.

Los aznarólogos van desbordados. Hacen discretamente su labor, manejan toda clase de información y diseccionan, punto por punto, énfasis a énfasis, todas las palabras de Aznar, que ya son incontables. El récord que tenía Jordi Pujol -unos mil discursos y declaraciones al año- queda pulverizado ante ese apremio de llenar, con frases para la historia del mandatario español, lo que queda de legislatura. Sesudos observadores constatan -incluso en Alemania, donde he pasado tres días- que Aznar tiene prisa; como si le urgiera la fecha fija de su despedida: de ahí la avalancha reciente de contundentes, inequívocos, signos de autoridad -la autoridad que da dejar el poder porque sí, por puro y personal capricho- que llevan a concluir que se prepara un futuro poco edificante.

Un país donde los obispos son o pueden ser 'perversos', los trabajadores son o pueden ser 'poco patriotas', los jóvenes, 'vagos' y 'reaccionarios'; la oposición, 'desleal'; los jueces, 'incompetentes', y todos los ciudadanos -salvo aquellos que expresamente manifiestan su adhesión al aznarismo en su ambición moralizadora- en su conjunto parecen un hatajo de 'irresponsables', no parece algo muy recomendable. Ese es el país que descubren los aznarólogos. Mi colega Iu Forn (autor del libro Mi cuaderno azul, un análisis del vocabulario aznariano y poseedor de uno de los archivos más completos del planeta de frases grabadas del presidente español) asegura que la frase 'después de mí el diluvio' no consta aún en ese archivo.

Toda una doctrina -¿legado de Aznar?- se desprende, según los aznarólogos, del análisis de los ejemplos más recientes. Se trata de una doctrina que como se ha visto en el caso de los obispos residentes en Euskadi, ambiciona que los ciegos vean la luz de la verdad y que los simples mortales seamos capaces de distinguir entre el bien y el mal. Una doctrina para la que hay que tener arrestos, valor y disposición de combate, aunque eso sea a costa de la guerra de todos contra todos. Según esto, la confrontación, sostenida por las buenas intenciones, es una ley moral. Seguramente el G4 está tras esta ofensiva unívoca de la decencia universal: decencia laica, claro, ya que ni los obispos se escapan de la perversión.

Dicho esto en un tono benévolamente irónico, manifestaré para que no haya equívocos que coincido con Aznar, y con tantos, en que la perversión máxima es la de quienes matan e intimidan: ETA, por ejemplo. Es obvio. Añado que nunca le perdonaré a ETA el servir de excusa para este repliegue de las libertades de todos. Para esta bronca inmerecida.

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