Una casona del XVIII en medio de un bosque de pinos

A través de una pista sin asfaltar que arranca en las inmediaciones de Pozal de Gallinas, en la tierra vallisoletana de Pinares, se ganan las lindes de un pinar de 130 hectáreas que los arquitectos Ignacio Escribano y Marina Fernández adquirieron hace 11 años como segunda residencia. Ante la dificultad de su mantenimiento, encarecido por la meticulosa rehabilitación de la casa principal -un palacio del siglo XVIII en ruinas-, resolvieron acogerse a los beneficios del turismo rural. Tranquilidad, aire puro y salud clorofílica, imposible de disfrutar entre Olmedo y Medina del Campo, pese a que el tramo de vía férrea en pruebas pasa rozando la finca.

Salta a la vista el interés que el matrimonio propietario se ha tomado en la ambientación de lo que iba a ser su residencia de verano. Escribano ha firmado gran parte de las restauraciones proyectadas en Olmedo, cuyo estilo impregna de lejos el edificio sobre el que se asienta la posada, de aire mudéjar, distribuida en dos plantas con cubierta de teja árabe, la trasera convertida en corral con gallinas, codornices y pavos reales. Sorprende ante tanta inmensidad el minúsculo espacio destinado a zonas comunes para el hospedaje: un saloncito con biblioteca en la primera planta, otro mayor de convenciones en el piso superior, y el comedor, situado en las antiguas bodegas, bajo unas bóvedas de ladrillo del siglo XVI, en tonalidades rojizas y doradas. En proyecto queda el restauro de un antiguo palomar, bajo los pinos, y la transformación de la capilla en sala para banquetes, que podría perturbar la paz del lugar.

La intención rústica en dejar que los suelos crujan, como antes, llega a ser un tormento cuando se convive con otros huéspedes. ¿Integrismo arquitectónico o error de enfoque técnico? Las habitaciones son amplias, cálidas, pero inesperadamente monocordes. Decoradas con muebles art déco de almoneda, cuadritos de ambiente campestre, centros de flores secas sobre la mesa camilla y unas esteras relativamente modestas, muy resbaladizas. No hay un sillón cómodo donde sentarse, sólo una silla de madera a prueba de espaldas sensibles. Otros enseres cuestionan el buen gusto con su utilización inapropiada, tal es el caso de la banqueta sobre la que se apoya el televisor. Los cuartos de baño reservan una atmósfera algo claustrofóbica, aunque su revestimiento en gresite dan un toque colorista muy apreciado por los usuarios con inclinaciones lúdicas. La auténtica isla del tesoro se localiza en los dormitorios de la planta superior, abiertos sobre el mar de pinos que rodea completamente el hotel.