Invierta en mulatas
En aquel paraíso, el temerario aventurero siempre tenía la oportunidad de comerse al tiburón antes de que el tiburón se lo comiera. Si salía ileso y chapado de proteínas, el temerario aventurero iba del arrecife al barracón, a sorbos del frasco de melazas fermentadas de azúcar, y la emprendía a dentelladas con las adolescentes negras importadas de Cabo Verde, libres de impuestos, desnudas y pulidas con el fragante zumo de la papaya. Los temerarios aventureros eran hidalgos castellanos, sicarios ingleses al servido de los Tudor, navegantes lusos, espadachines franceses y comerciantes arruinados de Amsterdam. Cada uno adquiría en el mercado de La Española o de La Habana, lotes de vírgenes salvajes y de cuerpos elásticos. Luego, por el paso de los Vientos o el estrecho de Colón, se las llevaban, con grilletes y sobaduras, a las islas Caimán, donde la carne ardiente y sometida, se disfrutaba hasta su aniquilación. Era un paraíso para los atributos viriles. De tantos fornicios, de tanta promiscuidad, saldría finalmente un producto de diseño seductor: la mulata. La mulata olía a canela y tenía una temperatura vaginal de dos a tres grados por encima de la mujer europea. Era un invento fulgurante, que se suministró por docenas a hacendados y tratantes de especias y vaginas al rojo vivo. Invierta en carne de mulata y conozca el catálogo de los placeres más irresistibles.
Siglos después, a las islas Caimán llegaron los pioneros de las finanzas, y pusieron a la venta emisiones de deuda y sustanciosos tipos de interés. Bancos y cajas de ahorros británicos, americanos, alemanes, españoles, edificaron un paraíso fiscal, sobre los residuos de lo que fue un paraíso sexual. Pero eso sí, se opera legal y hasta moralmente. Lo mismo que operaron los legendarios aventureros y piratas: los padres jerónimos les pedían negros y negras, y el presidente de la Audiencia de La Española también se los pidió a Carlos I. Todo legal, todo moral. Hasta el vómito. Invierta, pues, en acciones preferentes. Invierta, pues, en mulatas. Lo avalan iglesias y coronas.