Síntomas
Comentando el fallecimiento del ex Beatle George Harrison, la revista médica Annals of Oncology se refería hace unos meses a la manera subliminal con que es posible manipular el lenguaje y, por ende, las noticias: tras la muerte del guitarrista los periódicos destacaron su entereza ante la enfermedad, pero hicieron caso omiso del origen de ésta, el tabaco, culpable de los cánceres de laringe y pulmón que padeció, ya que Harrison fue un fumador empedernido durante más de cuarenta años.
No cabe duda de que si el fatal desenlace se hubiera debido a otra sustancia adictiva, los titulares lo habrían pregonado bien alto. Pero la industria tabaquera tiene patente de corso en nuestra sociedad, pues el dinero que inyecta en las arcas de gobiernos y medios de comunicación sirve, entre otras cosas, para obtener a cambio un trato de favor. (Recordemos que, aquí, el consejero de Bienestar Social acaba de firmar un pacto con el enemigo, es decir, con Phillip Morris, algo que lo convierte en oxímoron ambulante, pues bienestar social y tabaco son elementos contradictorios).
Dejo aquí el asunto de Harrison y el tabaco, que únicamente me ha servido de ejemplo para destacar la facilidad con que solemos olvidar las causas e insistir en los efectos, como sucedió hace unos días en la Generalitat, cuando socialistas y peperos se tomaron en serio un sofisma que Jean-Marie Le Pen ha puesto de moda en los últimos meses. Me refiero a la suma de inmigración + delincuencia = inseguridad ciudadana. Cualquier observador perspicaz de nuestras sociedades sabe que dicha ecuación es una falacia, pues tanto los sumandos como el resultado son sólo síntomas aislados de una enfermedad social degenerativa, que podríamos denominar democracia virtual, cuya existencia los políticos profesionales ni siquiera están dispuestos a reconocer, ya que, de hacerlo, peligraría su porvenir.
La democracia virtual se caracteriza por el auge de regímenes parlamentarios con dirigentes de pantalla que, una vez elegidos, hacen lo que personajes no elegidos les dicen que hagan, entre otras cosas, hablar a diario del síntoma secundario inseguridad ciudadana. Dicho síntoma no es, ni mucho menos, el de mayor riesgo, pero alimenta el miedo y proporciona votos, y con los votos se accede al poder. El poder conforta el ego y, con frecuencia, también el bolsillo.
El mecanismo patológico que da lugar a los otros dos síntomas es clásico: la inmigración se debe a que el Tercer Mundo agoniza porque las lacras del colonialismo o la rapiña neoliberal están más vigentes que nunca. Argentina es un caso clínico de libro de texto. En cuanto a la delincuencia, no se debe a que los inmigrantes sean marroquíes o colombianos, lo cual es una excusa racista, sino a su condición de pobres sin esperanza.
Las enfermedades curan si eliminamos las causas, no poniendo parches -la respuesta policíaca a la inseguridad es eso, un parche-, pero los políticos de nuestra democracia virtual, como los malos médicos, prefieren seguir tratando síntomas, salir guapos en la tele y perder el tiempo acusándose mutuamente de ocupar posiciones de extrema derecha, que es el insulto que ahora vende. En eso tienen algo de razón: mientras no apliquen un tratamiento eficaz a la desigualdad planetaria, mal que les pese, son un calco aséptico de Le Pen.
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