El fútbol japonés se inflama
El torneo y la suerte de la selección local, revulsivos para una afición neófita y atípica
Al otro lado del Mar de Japón se estaba llevando a cabo uno de los dramas más extraordinarios en la historia del fútbol pero en Shibuya, el pululante barrio de moda donde se exhibe la juventud de Tokio, era un viernes por la noche cualquiera. Salir a la calle a las 21.30, al comienzo del segundo tiempo en el partido Senegal-Francia, era como entrar en una monumental discoteca. Gigantescas pantallas de televisión; luces demenciales de neón; ritmo constante de música tecno; chicos y chicas de pelo teñido, todos fumando, cada uno con un móvil blanco -siempre blanco- en la mano. Pero en ninguna de las pantallas se veía el Senegal-Francia. Ni en las grandes ni en las pequeñas. En los bares simplemente no había televisores y en una tienda de aparatos electrónicos que seguía abierta un televisor retransmitía no el fútbol sino un documental sobre J.K. Rowling, la autora de otra fiebre que recorre el mundo, los libros de Harry Potter.
¿Qué significa esto? ¿Que el Mundial está pasando inadvertido en Japón? ¿Que, como pasó con los estadounidenses en 1994, el Mundial para los japoneses es como un circo que una minoría de gente irá a ver por curiosidad, o porque le interesa a los niños, pero que una vez que se acabe pasará rapidamente al olvido?
No exactamente. Existen motivos para pensar que el Mundial dejará más huella en Japón que en Estados Unidos; que, a la larga, los japoneses podrían volverse tan fanáticos por el fútbol como la mayoría del resto de la especie. Aunque el primer partido de fútbol en Japón se disputó en 1873 (entre marinos de la Marina Real británica, inevitablemente), y aunque la Asociación de Fútbol Japonesa se fundó en 1921, un estudio que se llevó a cabo en 1989 demostró que -muy por detrás del béisbol y el sumo- el fútbol ocupaba el puesto número 24 en la lista de los deportes que interesaban al pueblo japonés. Con lo cual la creación de la primera Liga de fútbol profesional en Japón en 1993, la Liga J, representó un reto extraordinario. Como intentar de repente introducir el cricket en España; o los toros en Noruega.
Lo que se hizo fue lanzar el fútbol al mercado como si fuera un nuevo producto de ultimísima moda. La asociación de fútbol contrató una empresa publicitaria para que hiciera un estudio de mercadotecnia a escala nacional. La conclusión a la que se llegó fue que se tenía que apuntar al consumidor joven, tanto mujeres como hombres. 'Nos propusimos asociar el fútbol con la discoteca: color, luces, música, moda', declaró un ejecutivo de la empresa publicitaria al Financial Times.
La apatía aparente en Shibuya la noche del partido inaugural del Mundial parecería indicar que la estrategia fracasó. Sí y no. Al principio, como un volcán, dormido durante 120 años, el fútbol explotó en Japón. Conseguir entradas para los partidos de la Liga J se convirtió en un símbolo de prestigio social. Las expectativas de la asociación de fútbol, en cuanto a ingresos por entradas y ventas de merchandising, se superaron con creces. Cuando Japón falló en su intento para clasificarse para el Mundial de 1994, el 48% del público japonés oyó, y posiblemete compartió, los llantos descontrolados del comentarista de televisión.
Pero de repente, como ocurre con las modas, la gente empezó a perder interés por el fútbol. De 1995 a 1996 el número de personas que veía la Liga J por televisión cayó de seis millones a tres millones por partido. Pero lo que no se perdió fue un nuevo y firme núcleo de seguidores que hasta hoy mismo apoya a su equipo con la misma intensidad, terror y júbilo que un hincha del Inter o el Real Madrid.
Aquel núcleo representa una minoría. Aún entre aquellos que siguen yendo a los partidos. La mayor parte acuden atraídos por la posibilidad que ofrece el fútbol en una sociedad aún muy formal de bailar y hacer ruido en público; o por los cortes de pelo que llevan los jugadores, algunos convertidos en grandes celebridades, independientemente de sus calidades futbolísticas. Lo cual explica el hecho de que Beckham sea el jugador extranjero que más interés haya despertado en Japón.
El héroe nacional, mil veces más admirado que Beckham, es el jugador estrella de la selección, Nakata, un japonés atípico, individualista, rebelde que fascina a la juventud como si fuera una mezcla entre Pelé y John Lennon. Lo que parece seguro es que, a nivel de la selección nacional, este Mundial despertará mucho mayor interés entre los japoneses que entre los estadounidenses en 1994. En Shibuya las camisetas azules de la selección japonesa han empezado a aparecer en todas las vitrinas. Si Japón avanza a la segunda fase, las calles de Tokio se empezarán a vaciar. Y aunque fracase, tiempo hay para que el fútbol se arraigue en Japón. La asociación japonesa ya lo ha declarado. Su estrategia no es a corto plazo. En lo que se está pensando es en 'un plan de aquí a cien años'.
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