'Israel no propugna el exterminio de los árabes, no hay ideología antiárabe'
Llévame contigo es su última novela, que ahora publica Seix Barral en castellano. Es una historia sobre dos almas jóvenes que, sin saberlo, van hacia su encuentro en un Jerusalén tan poco percibido en las noticias que de allí nos llegan. Es la historia de individuos, adolescentes, que buscan vida y sentimientos propios en medio de la vorágine política.
Pregunta. ¿Cuál es el nombre exacto del libro en hebreo?
Respuesta. Alguien con quien correr. Pero el título español está muy bien porque expresa movimiento.
P. Es una historia de personas en desarrollo personal, de gente joven que crece en circunstancias excepcionales que también vive el autor. ¿Cómo se hace literatura hoy en Israel?
'La comparación entre lo que estamos haciendo los israelíes y lo que hicieron los alemanes es demencial e irresponsable'
'Tanto palestinos como israelíes nos merecemos una vida de otro tipo. Pero estamos agazapados en las trincheras de nuestros prejuicios y nuestros miedos'
'Cuanto más dure esta situación, mayor es el peligro de que el miedo y la frustración hagan de la religión el factor determinante en ambos pueblos'
'Cuando voy a EE UU suelo ir a las comunidades judías a animarlas a criticar la política de Sharon. Me dicen que si lo hicieran debilitarían a Israel'
R. Por un lado, es muy difícil precisamente por la brutalidad de la situación que a todos nos envuelve. Por el otro, es muy necesario hacer literatura; para mí es esencial para poder crearme esa burbuja hermética propia para escribir sobre aquellas cosas que nos son arrebatadas precisamente por...
P. ¿La violencia?
R. Son tantos años ya. Parece que hace tanto tiempo de todo. Vivimos en un país en el que todas nuestras energías se vierten hacia el exterior de nuestras existencias, toda nuestra mente e imaginación, todas las sensaciones, todo se concentra en la periferia de nuestra existencia.
P. Efecto de la violencia omnipresente.
R. La guerra, es estar en guerra contra alguien. Estamos en peligro de ser como una armadura sobre un traje, pero sin caballero porque todo nuestro ser se vuelca hacia el exterior, hacia la frontera. Por eso intento a veces escribir sobre el caballero en el interior, la persona que se halla dentro del traje bajo la armadura. Escribo sobre amores, sobre la expansión y expresión, sobre tener hijos. Escribo sobre las relaciones entre padres e hijos.
P. Usted nació en 1954, seis años después de la creación del Estado, en Israel. ¿De dónde procedían sus padres?
R. Mi padre procedía de Polonia, en un diminuto shtetl en Galitzia, cerca de Lvov (hoy Ucrania), y llegó a Palestina con siete años, justo antes del Holocausto. Mi madre ya nació en Palestina.
P. No son muchos los que sobrevivieron de la región natal de su padre.
R. No. Tuvieron mucha suerte de poder escapar. Como en tantas otras familias, los parientes que se quedaron fueron asesinados por los nazis, por los rusos, por los polacos y tantos otros.
P. ¿Cómo comienza a escribir en ese país extraño y en circunstancias tan duras?
R. Para mí, desde un principio, la dificultad máxima ha sido no escribir. Liberarme de la necesidad de escribir, seis meses, un año o lo que sea. Si me lo impongo, suelo conseguirlo. Pero es difícil. Tengo una familia y quiero ser activo en dicha familia, en esta vida y en mi país. Pero cuando escribo no suelo hacer otra cosa.
P. La nueva novela puede aumentar su presencia en Europa. Pero sus artículos siempre han estado aquí, en EL PAÍS. Escribe regularmente en Haaretz, el diario más crítico hacia Sharon. ¿Qué efecto tienen en esta situación de enconamiento?
R. En una situación en la que la gente se paraliza en sus posiciones o tienden a ignorar todas las facetas de la realidad que no concuerdan con su propia percepción del mundo y sobre todo sus miedos, un escritor puede ofrecer ciertos puntos de vista diferentes que liberan. Cuando yo hablo de política, intento utilizar esas habilidades de escritor para observar la historia del país desde nuestro punto de vista, desde el punto de vista palestino, para redimir la situación y neutralizar los estereotipos que los políticos intentan imponernos desde ambas partes. Debemos ser conscientes de que los políticos intentan manipularnos con el lenguaje. Usted sabe que durante muchos años la ocupación no era denominada como tal por nuestros medios en Israel. Cuando escribí Viento amarillo, una serie de reportajes sobre la situación en los territorios ocupados, los israelíes se mostraron traumatizados ante aquel fenómeno insólito de que un escritor israelí escribiera de semejante forma sobre la ocupación de dichos territorios. El primer ministro me llamó, con publicidad, para condenar lo que yo estaba escribiendo en 1987, cuatro o cinco meses antes de la primera Intifada. Se manifestó sorprendido por lo que yo escribía porque, según él, los palestinos estaban en realidad muy satisfechos con la situación creada y habían mejorado considerablemente sus condiciones económicas. Yo le dije que no me contara historietas. Le recomendé que fuera allá, a los territorios ocupados, y comprobara con detalle y por sí mismo lo que estaba pasando. Él me dijo que sabía que los palestinos estaban contentos allí, porque su gente, sus servicios de información, se lo decía. Yo le insistí en que se diera una vuelta por la zona. Cuando estalló aquella primera Intifada nadie estaba preparado para ello en el Gobierno de Israel.
P. ¿Era Isaac Shamir?
R. Sí, era Shamir. Como nadie en Israel había dicho honestamente que existía una ocupación y que existe otro pueblo que está oprimido y que la ocupación lo distorsiona todo, hay una enorme tendencia a negarlo todo o a sublimarlo. Ahora los escritores no tienden ya a sublimar estas situaciones, sino a manifestarlas para poder hacerles frente.
P. ¿Es una falta de introspección, de humildad, de autoanálisis de gentes asediadas? ¿Qué es lo que cree que produce este bloqueo frente a la realidad?
R. Tiene razón en alguna medida, en que son éstas las reacciones. Pero son sólo síntomas: la incapacidad de la introspección. Pero la auténtica enfermedad es el miedo, el hecho de vivir en miedo constante. Se trata de vivir en una realidad en la que uno intenta minimizar la parte del alma que está en permanente contacto con esta realidad. Es en esta realidad en la que uno no es capaz de vivir en libertad, en la que toda prioridad está relacionada con la supervivencia. Pero sobrevivir no es suficiente para vivir. Si se está en un campo de exterminio o en guerra... quién sabe. Pero nosotros, los israelíes, podríamos estar de otra forma, podríamos estar mejor. Durante años hemos vivido en paralelo a nuestras propias vidas. Pero lo cierto es que tanto palestinos como israelíes nos merecemos otro tipo de vida. Y, sin embargo, estamos agazapados en las trincheras de nuestros prejuicios y nuestros miedos y no nos permitimos a nosotros mismos percibir al otro. Hoy en día no está nada de moda, no ya el ver y reconocer que es necesario hacer concesiones al otro para conseguir esa otra vida mejor. Es impopular, no ya pensar que tenemos un socio (para la paz). Lo es incluso incluso el reconocer que tenemos un interlocutor, necesario, imprescindible. En ambos lados son muchos los que creen que ya no tienen interlocutor válido. Entre los israelíes, y también si va a los territorios ocupados, lo que más se escucha es que no hay interlocutor, no hay socio para la paz. Sólo enemigo.
P. En Israel, en los territorios ocupados, en los campos de refugiados de Líbano se escucha la misma letanía de odio.
R. Eso es típico en todos los conflictos, y mucho más en la fase en la que estamos nosotros de extrema agudeza. Pero sí le voy a decir algo que puede parecerle paradójico. Posiblemente el inmenso grado de odio existente hoy sea el primer paso para la recuperación y la superación del mismo. Hasta hace pocos años los israelíes negaban a los palestinos de tal forma que ni siquiera los odiaban. Los despreciaban o ignoraban. Hoy, los israelíes están en una situación en la que no pueden ya negarlos. Hoy, los israelíes tienen la percepción de que tienen un enemigo auténtico y como tal ha adquirido una categoría humana que hasta entonces se les negaba. Le voy a contar una anécdota personal. Estaba yo, durante la primera Intifada, viendo la televisión con una mujer israelí muy derechista; hoy supongo que lo será aún más, pero ya no tenemos contacto. Viendo las imágenes de las primeras manifestaciones que protagonizaban las mujeres palestinas, ella me miró muy sorprendida al ver el rostro de algunas de aquellas manifestantes y me dijo: '¿Te has dado cuenta de lo guapas que son?'. Para mí fue una señal porque hasta entonces los palestinos, a ojos de los israelíes, no tenían ni siquiera el componente sexual que humaniza. Ahora los israelíes ven a los palestinos con ojos muy distintos, como gente adulta a tomar en serio.
P. A raíz de la escalada de la violencia en los últimos meses, ciertas voces han querido hacer paralelismos entre el sufrimiento del pueblo palestino y el de los judíos en Alemania, que culminaron en el comentario de José Saramago calificando de 'holocausto' la situación en Palestina. Estaremos de acuerdo en que esto es un disparate, pero, ¿no ve cierto paralelismo entre la percepción que tiene el israelí del palestino y la que tenían en su día los alemanes de los judíos?
R. Si lo miramos desde un punto filosófico, el mal es el mal y es el mal. Pero la comparación entre lo que estamos haciendo los israelíes y lo que hicieron los alemanes es demencial e irresponsable. Israel no lucha contra los palestinos porque tenga una firme ideología que propugna la exterminación de los árabes. Los territorios están ocupados porque en 1967 cuatro o cinco países árabes atacaron a Israel. Lo demás es historia, geografía y tragedia. Pero no existe una profunda ideología antiárabe en Israel. Por supuesto que en la actualidad y tras lo sucedido ambas partes están muy radicalizadas y hay más odio, y por tanto más racismo. Esa es la razón por la que hay que encontrar rápidamente vías para rebajar estos sentimientos y encontrar una solución. Cuanto más dure esta situación, mayor es el peligro de que el miedo y la frustración hagan de la religión el factor determinante en ambos pueblos. Y cuando hablamos de religión hablamos de términos totales, la religión siempre implica totalidad, y si llegamos a ese extremo nos habremos quedado sin futuro. La esperanza de Oslo radicaba precisamente en neutralizar ese factor religioso, pero ahora se está reforzando constantemente en ambas partes.
P. He percibido en los últimos meses en Oriente Próximo entre los árabes un cierto resurgir de la idea -que casi había desaparecido a principios de la década- de que la coexistencia con Israel es algo así como metafísicamente inviable y que tarde o temprano ese Estado se extinguirá y habrá sido un mero episodio en la milenaria historia de la región, como la ocupación por las cruzadas. También entre los judíos en todo el mundo, según las encuestas, crece el índice de quienes dudan de que Israel vaya a seguir existiendo dentro de medio siglo. ¿Percibe también este fenómeno?
R. Por supuesto que lo percibo. Yo quiero vivir en Israel y quiero que vivan allí mis hijos y mis nietos. Pero, mire, nosotros los judíos tenemos una relación muy problemática con el futuro, siempre está presente la duda sobre nuestra supervivencia como pueblo. Tenemos un pasado glorioso y trágico, un presente muy agitado y vital pero un futuro siempre incierto. Cuando se lee en un periódico español o americano que se ha hecho un proyecto de carreteras u obras públicas para dentro de 15 o 20 años, a nadie le extraña, es muy natural. En Israel nadie haría jamás un proyecto a semejante plazo. Es como violar un tabú el permitirse hacer planes para un futuro tan lejano.
P. Una herencia del éxodo, de Egipto, de Sefarad, del Holocausto...
R. Hace 4.000 años ya teníamos que esconder a nuestros niños recién nacidos. Hoy, cuando hay un atentado o una alarma salimos desesperados a las calles para buscar a nuestros hijos. Los judíos tenemos todo el calendario marcado por fechas de desdicha y muerte. Está ahí ese miedo permanente que se transmite por el cordón umbilical. Es esa insoportable levedad de la muerte que nos rodea. Es algo impensable, por ejemplo, aquí en España.
P. ¿Hay posibilidad de cambiar?
R. Creo que precisamente en una paz de Israel con un Estado palestino está la posibilidad de que nos recuperemos de nuestra historia, no quiero decir olvidarla; pero sanar de nuestra historia, dejar de ser extraños en todas partes, recuperarnos de esa sensación de haber sido un pueblo percibido por el resto de los pueblos como una metáfora. Nos han demonizado o idealizado, y ambas son formas de deshumanizar. Yo quiero una vida normal. Quiero tener fronteras como un país normal, no quiero muros. Quiero que los palestinos y los israelíes se expongan y entiendan los sufrimientos y miedos del otro. Quiero que los israelíes nos disculpemos por el daño que les hemos hecho y que ellos hagan otro tanto.
P. Tendría que haber una fase de tranquilidad.
R. No, me temo que ya no podemos esperar a una fase de tranquilidad. Hay que empezar aunque se produzcan atentados terroristas. No podemos seguir siendo rehenes.
P. Las relaciones entre Israel y Europa pasan por mal momento.
R. Creo que en Europa hay mucha hipocresía. Nos miden por diferente rasero que otros países. Y a mí me ofende profundamente esa actitud de quienes en la prensa europea sugieren que el problema viene a ser la propia existencia de Israel. Se olvidan de que estamos allí porque siempre nos persiguieron y jamás nos defendieron. Eso, por un lado; por el otro está la constante simplificación que se ve, sobre todo, en la izquierda europea. Si yo hago esfuerzos por comprender los temores y los sufrimientos de los palestinos, exijo que al menos se hagan esfuerzos similares por entender los nuestros. Después está la terminología que se está utilizando en los medios y por parte de algunos intelectuales, sólo hay que pensar en Saramago. Demuestran una ignorancia y una falta de sensibilidad supremos. Pero además hacen un daño terrible a cualquier posibilidad de solución. Es muy peligroso. Porque con esta actitud sólo consiguen que en Israel se fortalezca la mentalidad del arrinconado pueblo perseguido. Hay que criticar las políticas, de Israel y de los palestinos, pero con la tendenciosidad que hoy se ataca a Israel desde Europa se torpedea toda posibilidad de normalización.
P. ¿Y Estados Unidos?
R. ¡Ay, Estados Unidos! Cuando voy allá suelo ir a las comunidades judías a animarlas a criticar la política de Sharon. Me dicen que si lo hicieran debilitarían a Israel. Yo les digo que, por el contrario, estarían ayudando al Estado porque su apoyo incondicional hace creer a Sharon que tiene manos libres para todo. Ellos siempre piensan en la vulnerabilidad de Israel, que, por cierto, exageran desde allí. Israel es mucho más fuerte de lo que ellos creen.
P. En Israel algunos piensan en voz alta sobre escenarios realmente sobrecogedores, más allá de los muros fronterizos, como la expulsión de la totalidad de los palestinos de Cisjordania y Gaza hacia Jordania y Egipto, ignorando a todo el mundo y exigiendo el respeto del nuevo statu quo bajo la amenaza militar, y probablemente nuclear, a los vecinos.
R. Mire, no creo estar obligado a responder a los pensamientos de todo mesiánico que se preste, pero es cierto que existen. Son aquéllos que prefieren una solución fácil a la propia vida porque eligen un escenario que supondría la liquidación de Israel como Estado democrático y la imposibilidad definitiva para que vivamos en paz en la región. Eso, en el caso de que sobreviviéramos. Porque, ¿quién dice que Israel va a gozar siempre de la ayuda incondicional de Estados Unidos? Además, en caso de una acción así, que va contra todos los valores judíos, ¿cuál es el sentido de que exista Israel? Perderíamos el alma, nuestros valores y la espiritualidad que ha marcado nuestra existencia durante los últimos 4.000 años. Yo no quiero vivir en un Estado así.
Una conciencia lúcida que clama por la paz
ES UNA DE LAS VOCES INCANSABLES que piden calma cuando la mayoría exige venganza y que defiende el valor curativo de la palabra cuando todo lo que se oye son gritos, detonaciones y chirridos de las cadenas de los carros de combate sobre el asfalto. En el Israel de hoy, tras casi dos años de atentados suicidas, pánico en las calles, movilizaciones de reservistas para acciones de represalia, en los territorios ocupados no resulta nada popular pedir a la opinión pública que entiendan y compartan los sufrimientos de los palestinos. David Grossmann lo hace con obstinación imperturbable. Nacido en Tel Aviv en 1954, hijo de un judío que había huido a tiempo de Polonia y de la hija de unos colonos sionistas, Grossman es una de las mentes más libres en una sociedad que se siente atacada por el terrorismo e incomprendida cuando no traicionada por el mundo exterior, especialmente por Europa, un continente cuando surgieron las mayores amenazas para el pueblo judío. Desde su expulsión de España (Sefarat) en el siglo XV y la persecución implacable en la rusia zarista en el XIX, hasta la sofisticada operación de exterminio por parte de la Alemania nazi contra este pueblo que las naciones europeas no supieron frenar a tiempo. Y es uno de los novelistas más relevantes de la literatura israelí contemporánea. Tras sus novelas Véase: amor, Chico Zig-Zag y su libro de reportajes Viento amarillo, sobre la vida de los palestinos en los territorios ocupados, llega ahora a las librerías en España Llévame contigo, una bella historia del encuentro y el descubrimiento común de dos jóvenes en un Jerusalén oscuro marcado por el drama que pende siempre como una niebla invisible sobre la Ciudad Santa. Casado, con tres hijos, todos en edades cercanas a las de los protagonistas de Llévame contigo, Grossman recuerda que cuando nació su primer hijo en lo primero que pensó es que en 18 años aquel recién nacido habría de hacer el servicio militar y quizá la guerra. Escribe columnas para pedir sensatez y compasión a todos los implicados en la tragedia palestina, y novelas para regenerar en sí mismo y en sus lectores esos sentimientos humanos que los miedos y los odios amenazan con matar. Su diagnóstico ante el drama es claro, hay que obligarse a la esperanza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.