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Reportaje:FÍSICA | Investigación de un posible fraude

Asombrosos experimentos en entredicho

Para un científico, publicar un artículo al año en Nature o Science es una proeza; dos, un sueño; cinco, una quimera -tal es el prestigio y visibilidad de estas dos revistas internacionales-. Por eso, en los últimos dos años los físicos de estado sólido hemos visto atónitos cómo un grupo de Bell Laboratories, de la compañía Lucent Technologies, publicaba en esas revistas un artículo tras otro -¡hasta un total de dieciséis!- con resultados a cuál más fascinante. A la mezcla de admiración y envidia general le ha seguido la frustración de no pocos científicos, que no han sido capaces de repetir esos resultados. Desde hace unos días hay que añadir un sentimiento más: la sospecha de que alguno de ellos puedan ser inválidos o de que los datos obtenidos en un material se hayan usado para representar las propiedades de otro.

Uno solo de esos resultados podría representar el cenit en la carrera de un físico

La noticia publicada en The New York Times el pasado día 21 de que la dirección de Bell Labs había nombrado una comisión para investigar alegaciones de irregularidades en al menos cinco de aquellos artículos corrió como un reguero de pólvora por el mundo científico y desde entonces ha sido comentario obligado en los corrillos de físicos. La conmoción ha sobrepasado laboratorios y universidades y llegado a la calle, al menos por dos razones: la importancia de los resultados que se cuestionan y la afiliación de los científicos bajo investigación.

La electrónica basada en el silicio avanza inexorablemente hacia sus límites. Aunque el tamaño de los dispositivos semiconductores se ha reducido en miles de veces en los últimos 40 años, hasta llegar a poco más de una diezmilésima de milímetro en los transistores actuales, es imposible mantener este progreso indefinidamente. Por un lado, la tecnología se hace exponencialmente más cara y difícil, pero, además, si se alcanzaran dimensiones diez veces menores, los transistores dejarían de funcionar como tales. Es en la búsqueda de soluciones a este callejón sin salida donde la electrónica basada en materiales orgánicos -el tema común de los trabajos del grupo de Bell Labs- juega un papel esencial.

Transistores de plástico podrían servir para aplicaciones donde lo que importa no es tanto una alta calidad, sino el precio, el peso o la flexibilidad. Una nanoelectrónica en la que moléculas de compuestos de carbono hicieran las funciones de un transistor tradicional, podría conseguir la miniaturización que le es imposible al silicio. Pero para llegar hasta ahí hace falta salvar enormes barreras, por ejemplo, mejorar la pureza de los materiales o controlar en un rango muy amplio la conductividad eléctrica de dispositivos formados por moléculas individuales.

El grupo de Bell Labs dirigido hasta hace poco por Bertram Batlogg (ahora profesor del Instituto Tecnológico Federal de Zúrich), y del que forman parte Jan Hendrik Schön y Christian Kloc, ha hecho avances espectaculares en este campo, desde la observación en materiales orgánicos de propiedades antes reservadas a los semiconductores más perfectos hasta la creación de un transistor usando una sola molécula, pasando por la demostración de superconductividad en plásticos o en macromoléculas de carbono. Por su importancia científica y potencial tecnológico, uno sólo de esos resultados podría representar el cenit en la carrera de un físico de primera fila.

No es, pues, de extrañar que se empezara ya a hablar de un futuro premio Nobel para los científicos de ese grupo, hasta que la semana pasada se conoció la denuncia, por dos profesores de las universidades de Princeton y Cornell, de la posible manipulación de datos en seis de los artículos encabezados por Schön, en cuatro de los cuales Battlog y Kloc eran coautores.

La denuncia se centra en ocho figuras que muestran el comportamiento de varios transistores fabricados con compuestos orgánicos. A pesar de tratarse de materiales diferentes, las características de unos dispositivos son casi idénticas a las de otros, a veces hasta en las diminutas fluctuaciones de la corriente (ruido electrónico), que por naturaleza son erráticas y por tanto irrepetibles de un transistor a otro. Schön (alemán) ha dicho que en uno de los casos se había equivocado de figura, pero defiende sus resultados y está colaborando con sus colegas para repetirlos.

Comparados con el número y magnitud de los escándalos políticos y financieros, los escándalos científicos han sido siempre raros y menores. Posiblemente porque la comunidad científica se autovigila, al estar la ciencia basada en la universalidad de los resultados experimentales, que cualquiera debiera poder repetir. O quizás también porque las tentaciones en esta comunidad son menos frecuentes e intensas que en el mundo del poder o del dinero, donde es mucho más lo que se juega. Al menos hasta que una idea o un experimento puede revolucionar una industria o ungir a su autor con la gloria, o cuando la presión para mantenerse en vanguardia se hace abrumadora.

Sin duda, Schön, a los 31 años, autor de más de 100 artículos desde que acabó el doctorado, fue cautivado en su día por el aura y la mística de Bell Labs, el laboratorio industrial más famoso y donde se han hecho descubrimientos que han valido ya seis premios Nobel. Pero un ambiente tan extraordinariamente competitivo puede conducir a la superficialidad y la falta de rigor. Cuando la ya desafortunada máxima del científico de nuestros días -Publicar o morir- se sustituye por la aún más lamentable -Publicar en Science (o Nature) o desaparecer de la escena- la tentación de abrir muchos caminos nuevos con sólo una primera pisada en cada uno de ellos, si se hace irresistible, puede llegar a corromper.

Conscientes del riesgo para la imagen hasta ahora inmaculada del laboratorio, ante las denuncias, los directivos de Bell Labs han actuado con rapidez e inteligencia. Pero a lo largo de la semana ha habido una sutil y curiosa evolución en los comentarios periodísticos. De mencionar al principio en ellos tanto a Schön como a Batlogg se ha pasado a poner exclusivamente al joven Schön en el punto de mira. Aunque la responsabilidad mayor de un artículo científico recae en la de su autor principal, sería cuando menos ilógico que un coautor y líder del grupo recibiera atención preferente en los momentos de gloria y en cambio fuera invisible a la hora de buscar responsabilidades.

La prestigiosa comisión nombrada por Bell Labs sin duda sacará a la luz toda la verdad de este extraño incidente. Sea cual sea su conclusión, una cosa habrá quedado también clara: que el científico, como la mujer del césar, además de ser honesto ha de parecerlo.

Emilio Méndez es catedrático de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook.

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