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BALONCESTO | EL MADRID, A LA EUROLIGA
Columna
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Gol por toda la escuadra

Robert Álvarez

El Real Madrid no pagará tan caro como podía sospecharse el definitivo resbalón con el que culminó el domingo la peor temporada de su historia. No ha podido meterse entre los cuatro mejores equipos de la Liga ACB, pero a pesar de ello estará el próximo año entre los cuatro representantes españoles en Europa. Y será a costa de una de las plazas que en buena lógica deberían ocupar Estudiantes, Tau o Unicaja. ¿Cómo es posible que lo ganado o perdido en la cancha por dos equipos no obtenga el correspondiente premio o castigo con el acceso o el portazo en la competición europea?

La contradicción es consecuencia de la filosofía híbrida con la que se gestionan las competiciones europeas. La Euroliga, en su afán por robustecer la maltrecha organización del baloncesto del viejo continente, que no se corresponde en absoluto con un potencial extraordinario como dejan patente los jugadores europeos que triunfan en la NBA, decidió en 2000 extender un contrato por tres temporadas a aquellos clubes con mayor solera y potencial. Se tenían en cuenta parámetros como el historial y los resultados de las últimas temporadas. El Real Madrid y el Barcelona eran los únicos españoles entre los 18 privilegiados.

A cambio del cumplimiento de unos requisitos -como los que conciernen a los pabellones y a sus comunicaciones- y del pago de un aval por un 1,1 millones de euros, estos clubes tienen asegurada su participación en la Euroliga y el reparto de los beneficios televisivos que genera la competición. Y ese contrato, además, será renovado pronto por tres temporadas más, hasta 2006.

Todo hace pensar en una copia de la NBA, donde los 29 clubes participantes no temen los peligros financieros derivados de un descenso de categoría simplemente porque no existe. Se demuestra ahora que se trata de una mala copia porque el torneo, con ese coto exclusivo, también deja sitio a una serie de clubes que sí se ganan anualmente el derecho a estar en él por méritos única y exclusivamente deportivos.

Muchas veces han coincidido unos y otros derechos, los adquiridos en los despachos y los ganados en las canchas. Pero este año no ha sido así y los damnificados por ese gol por toda la escuadra ponen el grito en el cielo, caso de Pepu Hernández, el entrenador de Estudiantes, que sabe que si su equipo no se mete en la final de la ACB no podrá jugar la próxima Euroliga, y que si lo consigue perjudicará al Unicaja o al Tau, nunca al Real Madrid. La rocambolesca situación escenifica el peligro de nadar entre dos corrientes. Y eso es lo que hoy por hoy hace el baloncesto europeo, ni fiel a sus orígenes y a su multitud de federaciones con abismales diferencias económicas ni emancipado de una vez por todas.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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