La despedida del maestro
El primer rector de la Universidad de Málaga, Smith Ágreda, deja las clases tras 46 años como profesor
En la vida todo llega, aunque uno no quiera. Y la jubilación es una de ellas. Por eso, el que fue primer rector de la Universidad de Málaga desde 1977 hasta 1981, José María Smith Ágreda, debe dejar las clases de Anatomía a las que ha estado ligado en los últimos 46 años. Es una obligación más que una necesidad porque todavía, con setenta años, mantiene una vigorosa voz y puede pasarse durante una hora coloreando una laringe en la pizarra mientras explica. Y así lo hizo el pasado viernes, cuando impartió su última lección ante varios cientos de alumnos y compañeros, que le despidieron emocionados.
Los homenajes a su carrera, regalos y elogios se han repetido en los últimos días. Y eso que el profesor Smith pensaba dedicarse a la urología. Pero cuando acabó la carrera en Zaragoza, donde nació, se dirigió a Granada a realizar su tesis y se topó con el profesor Escolar, para Smith, 'el maestro'. Escolar era su director de tesis y un día le encargó que impartiera una lección. A pesar de su timidez -nadie que le vea en clase lo diría-, lo hizo bien porque el gran maestro le 'envenenó en elogios', recuerda. 'El aula me liberaba y por eso seguí este camino', comenta en su despacho de la Facultad de Medicina, construida bajo su mandato como rector. No practicó la urología, pero alumnos suyos han llegado muy lejos en este campo.
Los tiempos de ahora no son los que este maño enérgico vivió cuando llegó a Málaga hace treinta años (antes fue profesor en la Universidad de La Laguna, en Tenerife). 'Entonces, los alumnos querían avivar la revuelta estudiantil del 68, que remitía en otras zonas. Además, las ansias de democracia dificultaron mi periodo en el rectorado. Los alumnos incluso se enfadaban si estaba de acuerdo con ellos. Creían que yo tenía que estar en su contra porque me consideraban el poder reconocido. Yo recibía presiones del Gobierno y de los alumnos, y mi única misión era que se dieran clases', rememora. 'No obstante, antes y hoy la universidad necesita más fondos y más profesores', sentencia este científico del CSIC desde 1970.
José María Smith es agradable, correcto, apasionado y aún no se ha desprendido del característico acento aragonés. A lo largo de su carrera ha tenido en los pupitres a 'hermanos pequeños, hijos y, hasta la semana pasada, a nietos'. Su modo de enseñar es afable, quizás porque lo que más le molesta del profesorado de antaño es la superioridad con que se trataba al estudiante, más cerca del desprecio y muy lejos del respeto que él propugna.
También lamenta que muchos se resistieran a transmitir los conocimientos que poseían como quien no presta un valioso juguete. Lo contrario de su imagen de profesor abierto y ansioso por enseñar. 'Ahora, la relación entre profesores y alumnos es más cercana, y eso es bueno', afirma. Consecuente con sus ideas, Smith no dudó en despedirse de sus alumnos del modo más coloquial, como si compartieran barra en el bar de la facultad, sin dudar en hablar de sexo y, como no, de amor, del amor con que inunda a su mujer, Inés Fernández, compañera de profesión. A ella le dedicó un poema ante todos y mientras frenaba las lágrimas. 'Me ha ayudado mucho', apostilla este coautor de seis libros sobre Anatomía y Embriología Humana.
Pero también guarda algo de amor para sus alumnos, que son su vida y a los que echará de menos. El sentimiento es mutuo: 'Entre nosotros tiene fama de profesor justo', afirma Mercedes Chacón, de segundo de Medicina. Esta alumna lo califica como alguien 'especial, generoso y admirado por todos', añade. Un compañero de la facultad, el profesor Alberto Peláez, asistió a su primera y última clase en Málaga. Emocionado, guarda las últimas tizas que usó 'el mejor que ha pasado por aquí', afirma.
Smith dice que los catedráticos suelen ser sabios, pero no todos los sabios son maestros, que es el que enseña algo que no se olvida, como leer o escribir. Lo que hacía Escobar. A Smith hay más de uno que le considera un maestro.
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