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Columna
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Tedio y rebozo

Unos centenares de norteamericanos con barba y pantalón con tirantes se enfrentan estos días a sus autoridades locales, que quieren mejorar el tráfico. Es en la América profunda, y el grupo cargado de fervor religioso se niega a colgar en sus vehículos las señales reflectantes que mejoran la seguridad en las vías públicas. El grupo utiliza como transporte las viejas carretas y tartanas cinemotográficas que utilizaron los pioneros en la conquista del legendario Oeste. Desde finales del siglo XIX, el piadoso grupo de apariencia venerable y antigua, tal y como nos lo mostró el reportaje televisivo, está en contra de todas las prisas modernas y se enfrenta a la gasolina y a los sistemas de comunicación contemporáneos, que aceleran la existencia y el vivir humano. Y eso, según ellos, se opone a los designios del Todopoderoso que hizo las horas, las noches y los días. No creen esos norteamericanos, como nuestros estoicos, en la fugacidad del tiempo, ni tampoco en el carácter mortífero de los tic-tacs del reloj que devora minutos y segundos.

Tranquilidad y sosiego en sus existencias es a cuanto aspiran, y por eso defienden las viejas carretas y las costumbres de antaño. Intentan aprovechar y vivir el tiempo, mientras aquí lo desperdiciamos. Porque aquí no sólo lo desperdiciamos, sino que llegaremos incluso a morir de hastío y tedio mientras se nos escapa en artificiales discusiones sobre el valenciano y su uso que parecen como de otra galaxia. Son polémicas engendradas por los de siempre y al servicio de los de siempre: la derecha montaraz a quien el valenciano le importa un bledo. Y eso produce pérdida de tiempo, aburrimiento, tedio y pena hasta en aquel sector de la derecha puntualmente tolerante y democrático. Lo produce también entre los valencianoparlantes que intentan dignificar el uso, y el uso social, de la lengua histórica de estas tierras; de los valencianoparlantes que creen que democracia y cultura democrática es tanto como convivencia de lenguas y gentes; que creen en la utilización del valenciano y el castellano, indistintamente y con absoluta libertad, en cualquier circunstancia y contexto, pues eso es bilingüismo y no otra cosa según Lázaro Carreter; que creen que el uso correcto académico y normalizado de dos lenguas hermanas posibilita la adquisición de una tercera lengua; y que creen que la política en torno al valenciano ha de ser clara y transparente.

Claridad y transparencia desconocida por estos pagos, donde tan bien se conoce el hastío, el rebozo de la realidad y la pérdida de tiempo. Un tiempo que necesitamos para reflexionar, por ejemplo, sobre el valencianismo político de Pere Mayor, sobre el provincianismo de un sector nada desdeñable del PP, sobre la política del cemento y el asfalto como única política exitosa de nuestra derecha, sobre el modo de evitar la picaresca social en él para sin mermar ni un ápice los derechos de los trabajadores y la asistencia social al parado. Cuando deberíamos estar ensimismados en esas cuestiones, porque el valenciano y su uso deberían de estar ya normalizados desde hace algunas décadas, aparece la derecha dominante y gobernante y vuelve a la carga, que es una carga en el tiempo que pasa, y también una carga a la realidad del valenciano y su uso mediante pretextos y disimulos. Pregúntenle a la alcaldesa de Requena; observen el berenjenal del llamado requisito lingüístico. Tiempo que echan y nos echan a perder. Rebozo también de la realidad cultural del valenciano, cuando lo único que nos gusta rebozado con harina y huevo gira en torno a la vianda, el bacalao o la berenjena.

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