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Premià es un test

Francesc de Carreras

La negativa de una parte de la población de Premià de Mar a que se construya una mezquita es un claro síntoma de que algo profundo y grave está pasando en nuestra sociedad. Escuchando estos días las llamadas de oyentes en los programas de las radios catalanas se ha podido comprobar la envergadura del problema: no es una cuestión meramente local, ceñida a Premià, sino que desde todos los rincones de Cataluña se expresan sentimientos que afloran racismo por todos sus poros. Si, además, una reciente encuesta dice que para el 37% de los catalanes la inmigración es negativa y sólo para el 35% es positiva, empezamos a ver claro que se trata de una materia que debería constituir una de nuestras primeras preocupaciones.

Ante tal situación, una parte de nuestra clase política no está haciendo pedagogía democrática, sino simple oportunismo electoralista. No se trata de mostrar ante la inmigración una posición de buenismo caritativo alejado de toda visión realista. Sin duda la inmigración crea problemas: decir otra cosa sería una ingenuidad, quizá políticamente correcta, pero propia de la táctica del avestruz, aquella que consiste en esconder la cabeza bajo el ala.

La inmigración, pues, comporta problemas, pero no es un problema. Al contrario, es la solución. ¿Solución a qué? Solución a dos situaciones graves: la disminución demográfica de los países desarrollados y el excesivo crecimiento demográfico de los países subdesarrollados. Pero no son soluciones equiparables, no nos hacemos favores mutuos: es una excelente solución para nosotros (los países desarrollados) y una mala solución para ellos (los subdesarrollados).

En efecto, nuestros racistas locales, mientras se indignan ante las molestias que les ocasiona el olor de los condimentos que se agregan al cus-cús de cordero -cuando ellos, a su vez, están asando sardinas-, deberían pensar en la contradicción que supone el no querer tener, como promedio, más de dos hijos por pareja y pretender seguir viviendo en una sociedad rica, desarrollada y próspera. Son dos cosas incompatibles. Por tanto, no se trata de que nuestros racistas locales tengan que afiliarse a una ONG que tenga por finalidad que nos amemos los unos a los otros. Se trata, por el contrario, de que den rienda suelta a sus sentimientos más egoístas pero que no dejen de utilizar el cerebro: si queremos seguir prosperando económicamente y no estamos dispuestos a rebajar nuestro nivel de vida, si no tenemos reparo moral en formar parte de una sociedad privilegiada en un mundo globalizado repleto de pobreza y desigualdades, debemos desear la entrada de inmigrantes, actualmente nuestro 'ejército de reserva' de mano de obra barata, en la anticuada -pero exacta- terminología del olvidado Engels. Por tanto, el favor no se lo hacemos los confortables occidentales a los pobres que aquí vienen a 'ganarse la vida' cuando en su país se 'morirían de hambre', si se me permite expresarlo en frases tópicas pero comprensibles. El favor, por el contrario, nos lo hacen ellos a nosotros. Veamos.

La inmigración nos permite, por ejemplo, seguir creciendo imparablemente, protegidos por aranceles altos y subvenciones a la agricultura, mientras invocamos oficialmente la libertad de comercio. Podremos también mantener sueldos para nosotros míseros -aunque altos, relativamente, para los países pobres-, con lo cual la construcción, los trabajos agrícolas, los trabajadores domésticos y otras labores que los occidentales ya no aceptamos, seguirán siendo baratas: así controlaremos la inflación, ese objetivo básico en la lógica de los economistas ortodoxos. Finalmente, el aumento del gasto militar -sobre todo el de Estados Unidos- nos permitirá controlar las fuentes de energía y de otros minerales económicamente estratégicos -¿qué otra cosa han sido la guerra del Golfo y las más recientes del Congo y de Afganistán?-, además de seguir desarrollando innovaciones tecnológicas que ayudarán a distanciar cada vez más a los países desarrollados de los subdesarrollados.

Ciertamente, de ese crecimiento económico del Occidente desarrollado, algunas migajas revierten en los países pobres, en los que son fuente de inmigración. Los españoles lo conocemos bien porque hace 40 años hicimos un tipo de desarrollo económico parecido. Divisas que aportaban nuestros emigrantes, inversión extranjera de multinacionales -lo que hoy llamamos deslocalización- y el turismo transformaron la sociedad española. Parte de la riqueza que allí ayudaron a crear los emigrantes españoles benefició luego a los demás. Algo parecido pasará probablemente en Marruecos, Ecuador, Colombia y algunos países del este de Europa durante los próximos 40 años. Es un tipo de crecimiento en forma de mancha de aceite: duro para los que emigran, bastante más cómodo para los que sin moverse del lugar reciben los beneficios. Inútil, sin embargo, para los países más alejados del núcleo de países ricos, a los que se les sume en la miseria y desesperanza totales, como es el caso del África subsahariana en la actualidad.

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Por todo ello, como decíamos al principio, la inmigración es para nosotros la única solución necesaria para seguir nuestro imparable crecimiento; para los que han emigrado, el único resquicio de esperanza que el sistema económico mundial imperante les permite para prosperar lentamente. Que ante esta situación objetiva no les permitamos construir una mezquita para practicar su religión cuando tienen todo el derecho a hacerlo, es decir, todos los papeles en regla según nuestras propias leyes, no es más que una expresión de puro y simple racismo, una arbitrariedad indigna que debería avergonzarnos.

Premià es un test de gran importancia para el futuro. Ya tenemos a nuestro Le Pen local, se llama Josep Anglada, fue hasta hace 10 años miembro de Fuerza Nueva, el partido de Blas Piñar, y es de Vic. Es fácil decir que nos inquieta el crecimiento del fascismo en Europa. A mí me inquieta más, sin embargo, que el PP de Premià diga que comprende a los que se oponen a la construcción de la mezquita o que Josep Lluís Carod Rovira pida la expulsión de un imam por 'machista, reaccionario, integrista y anticatalán'. ¿Considera Carod que se trata de motivos legales para ser expulsado del país? La denostada Ley de Extranjería no ha llegado a tanto y quizá la mentalidad del dirigente republicano no está tan lejos de su antecesor Heribert Barrera, aunque el año pasado intentara distanciarse de él.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional.

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