Sin paz religiosa, no habrá paz mundial
Tan cierto como que no habrá paz mundial sin una ética mundial, lo es que no la habrá sin diálogo entre las religiones.
La mentalidad moderna es reacia a este planteamiento, simplemente porque cree que para la solución de los problemas humanos basta el hombre: antropocentrismo. Las religiones, históricamente hablando, desempeñarían un papel de enajenación, de desdoblamiento o de abdicación de lo humano.
Hoy, una posición autocrítica nos hace ver que las religiones han sido ciertamente factor de estancamiento, retroceso y represión del hombre y de los pueblos, pero también lo han sido de renovación y de referencia esencial para asegurar el sentido de la vida humana y los valores de la sociedad. Si miramos a las tres grandes religiones: islam, judaísmo y cristianismo, encontramos en ellas brotes de fundamentalismo y también un espléndido florecimiento de corrientes místico-teológicas que cantan al hombre como artífice racional, creativo, libre y solidario de una nueva humanidad.
En España estas tres grandes religiones fueron capaces de crear en el siglo XV una convivencia pacífica y creativa, de diálogo y libertades compartidas. Y, en la actualidad, son poderosos los movimientos que animan una convivencia ecuménica y planetaria, cohesionadora de lo común.
Por otra parte, científicos y filósofos no dudan en afirmar que es posible, válida y urgente una ética racional, vinculante a escala mundial, pero que ponga en guardia contra los desmanes de un cierto imperialismo tecnocientífico. La auténtica religión no absolutiza la 'diosa razón' o el 'dios progreso'. Y, al ser desmitologizados, no pueden ser reemplazados por otro nuevo ídolo: el mercado mundial.
La irreversibilidad del mundo globalizado en que vivimos nos constriñe a un enfoque de los problemas que sea global y holístico y no sectario y excluyente.
Y, dentro de ese tratamiento, las religiones tienen que seguir dando explicación a cuestiones básicas vitales: sentido de la existencia, problema del mal, dolor, culpa, enfermedad, muerte, más allá, pervivencia, etcétera. Los ateísmos no parece que hayan sustituido a las religiones en esta tarea de clarificar esas cuestiones ni en fundamentar la incondicionalidad de los valores morales.
Las religiones tienen, de cara al futuro, una enorme responsabilidad, porque ellas pueden unirse en la propuesta del bien y dignidad de la persona como principio básico y fin decisivo de todo comportamiento, fundado además con profundidad religiosa. Ellas pueden ofrecer disposiciones, actitudes y 'virtudes' capaces de conducir el comportamiento desde dentro, ofrecer normas de valor moral incondicionales y dar horizontes de sentido frente al vacío de este mundo. Pero, sobre todo, su avance debe darse en el campo de la praxis, con una actuación común, que demuestre su veracidad. Lo importante no es preguntarse si el que sufre tortura, maltrato o marginación es budista, cristiano, judío o hindú, o es nacional o extranjero, sino si es ser humano y se le ayuda y se es solidario con él.
Afirmar que la familia humana tiene una unidad y dignidad común, que es inviolable la persona y la conciencia, que poder no equivale a derecho, que el amor y la compasión son superiores al odio y la enemistad, que resulta obligatorio estar de parte de los pobres y oprimidos y no de los ricos y opresores, de que vencerá al fin la buena voluntad, son valores que nos unen y más importantes que todo lo que nos separa.
La historia, es verdad, carga en la cuenta de las religiones demasiadas guerras y demasiados conflictos, que han demostrado un gran potencial destructivo; pero también disponen de un inmenso poder constructivo y en el mundo entero crece la conciencia, la simpatía y la adhesión a la tesis de que no puede haber paz en el mundo sin paz entre las religiones.
He aquí algunas pautas que podrían hacer surgir esta paz entre las religiones:
1. La autocrítica al interior de cada religión, pues ninguna religión está libre de culpa y la alterocrítica sólo es responsable cuando va acompañada de una decidida autocrítica. Reformadores, profetas y sabios han criticado no pocas veces a sus religiones por apartarse de su esencia originaria y normativa.
2. No todo está permitido, aunque sea propuesto por las religiones. Los fines religiosos no pueden santificar los medios. Por motivos religiosos no se pueden legitimar los sacrificios humanos, quemar herejes, hacer culto de la prostitución, la promiscuidad sexual, ni el imperialismo, ni el racismo, ni el chauvinismo masculino, ni el odio a nadie bajo un pretendido fundamentalismo religioso. ¿Se puede poner precio a la cabeza de un hombre por considerarlo hereje o apóstata?
3. Hay unos derechos y valores humanos que deben ser supuestos y salvaguardados por las religiones. Esos valores (libertad de fe, libertad de conciencia, libertad de religión, democracia, igualdad de la mujer, derecho a la disidencia, etcétera) han sido no pocas veces negados en contra del humanismo moderno. La dignidad y valores humanos deben encontrar derecho de ciudadanía en todas las religiones y recibir de ellas vinculación incondicional.
4. Criterio mínimo coincidente: la dignidad humana con sus consecuentes valores esenciales. Moralmente bueno es lo que posibilita y permite, a nivel individual y social, una vida auténticamente humana. Lo verdaderamente humano se apoya en lo divino.
Lo humano es una exigencia mínima para cada religión y la verdadera religión es consumación de la verdadera humanidad.
Benjamín Forcano es teólogo.
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