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Columna
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El gol femenino

En los comienzos del fútbol, los goles se metían a cañonazos. Pero después, coincidiendo acaso con el aumento de las aficionadas, los verdaderos goles entran en curva. No puede tomarse hoy un gol como perfecto si no describe una trayectoria alabeada. Es decir, si el balón no consigue una evolución que haga pensar en un contenido melodioso y una ondulación interior que antes no poseían los goles siendo obras de machos recios y con tríceps de pedernal.

Los jugadores más valiosos ahora son de un estilo más delicado y desprenden el aroma femenino a lo Zidane. Un futbolista éste que ha superado el sistema del fútbol para ingresar en una especial euritmia, de tal modo que no hace falta con él ser un aficionado al fútbol para darse cuenta de que está jugando muy bien.

Las ceremonias japonesesas, las óperas chinas, el tiro al arco, el zen en suma, tienen que ver con el modo confuciano de Zinedine Zidane. Un hombre que posee un nombre que hace tanto relación al Zine como al mágico pensamiento agrícola, de acuerdo con el goteo de su sudor. Un sudor que brota como un líquido bíblico proveniente de la máxima antigüedad.

Yo, por mi parte, tomo un medicamento que, no siendo hasta ahora simbólicamente importante, ha adquirido para mi un carácter colosal porque se llama casi como Zinedine y sirve para hacer resbalar los alimentos desde el esófago. Este fármaco, Cidine, es de un efecto equivalente al que impidió a Zidane empacharse de balón con el pase de Roberto Carlos o de enredarse en un golpe abrupto.

Pero ahora esos lances no deberían suceder tanto gracias a la creciente feminización del fútbol. Ahora, de hecho, abundan las vaselinas de cerca o desde el medio campo, cunden las colocaciones con efecto, se prodiga la sutileza del caño bajo las piernas del portero.

Dentro de este repertorio debe incluirse la gran parábola de Zidane. Un fútbol de curva firme y glamour sólido que sólo son capaces de gestar estrellas con cuerpo de hombre y espíritu de mujer.

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