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Columna
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Lejos de Rotterdam

Hace días mataron en Holanda a Pim Fortuyn, un político atrabiliario, culto y provocador, anti-islámico y gay, neoliberal y amante de los animales; un extraño racista que tenía de número dos de su partido a un africano de Cabo Verde y que fue votado en las elecciones municipales de Rotterdam por muchos trabajadores extranjeros, tal vez porque no hay mejor xenófobo que el que padeció la xenofobia. Que el inmigrante que no quiere que vengan más colegas que puedan poner en peligro su esforzado y legítimo estatus de modestia, soledad y olvido. El asesinato de Pim Fortuyn ha revolucionado los Países Bajos, ese gran pequeño estado fundador de la Unión Europea que hace 400 años tenía mejor salud económica y cultural que muchas naciones de ahora mismo, salvando todas las distancias que queramos salvar. La indignación y el dolor de los ciudadanos han sido tan intensos que hasta se pensó en suspender las elecciones. Holandeses de Cristo y de Mahoma, agnósticos y librepensadores, votantes de la izquierda y la derecha, políticos e intelectuales, defensores de la eutanasia y de la legalización de las drogas, artistas y navegantes, todos han reaccionado con la más vigorosa consternación democrática ante un hecho insólito en la patria de Rembrandt. Y es curioso que a la hora de deplorar el crimen, nada haya importado el discurso estrafalario y ultraconservador de la víctima. Lo que ha prevalecido es la unidad contra la muerte. Por eso toda la nación, abatida, ha rezado la oración de la libertad ante el cadáver del inquietante y complejo Pim Fortuyn. Muy distinta respuesta tiene el crimen político en una parte de la sociedad vasca. Después de 800 cadáveres sacrificados en el falaz y borrascoso altar de la patria, todavía hay partidos políticos en aquella tierra que no condenan esta infamia. Y tampoco faltan otras formaciones identitarias, presuntamente moderadas, que ven con malos ojos que los partidos que no condenan el asesinato ideológico puedan ser ilegalizados. ¡Qué lejos estamos de la cívica y laica Holanda, y qué cerca -todavía- del estéril y sombrío fanatismo de la raza!

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