La vida en el interior de la basílica
Relato de la convivencia durante 9 días con los palestinos asediados en Belén
Tardé un minuto en acostumbrarme a la oscuridad. Los hombres corrían, intentaban coger los alimentos. Tenían el rostro enloquecido. Llevaban tres días sin comer nada más que sopa de hierba. En el vestíbulo de la iglesia de la Natividad, varias velas ardían en el suelo, alrededor del presbiterio, y un gran cirio flameaba en el centro. Eran la única fuente de luz. Los hombres -civiles, presuntos terroristas y policías palestinos- agarraban los caramelos, las galletas, el arroz y las lentejas.
Todos estaban allí desde hacía un mes. Entre ellos, 13 a los que los israelíes consideraban extremadamente peligrosos, algunos acusados de matar a civiles israelíes y fabricar explosivos. Se habían refugiado en la iglesia cuando las tropas israelíes invadieron Cisjordania tras una serie de atentados.
Aunque la iglesia estaba rodeada por soldados israelíes, el cerco no era hermético. Varios partidarios llevaron alimentos a los palestinos. Éstos se escaparon para conseguir mantas. Hicieron decenas de llamadas desde sus teléfonos móviles; al menos una a las tropas que los rodeaban. La basílica de Belén se alza sobre una gruta que los cristianos veneran por considerarla la cuna de Jesucristo. Era la primera vez que yo estaba allí.
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