El día que Holanda perdió la inocencia
Una ilustración en el semanario de izquierdas Vrij Nederland lo resume todo: sobre una página completamente negra, el pequeño círculo, blanco y vacío, que se rellena con lápiz rojo al emitir el voto. Pero sucede algo: el rojo que debía haber llenado el círculo empieza a salirse, se acumula en la parte inferior y fluye, como sangre, hacia fuera de la ilustración en dos grandes gotas alargadas. Es una ilustración dramática que refleja el estado de ánimo del país. El nombre de la persona -perteneciente a ese recuadro vacío que muchísima gente, cientos de miles de personas, habría marcado con lápiz rojo el día 15 de mayo- ha sido invalidado. Quien le vote ahora, votará a un muerto. Esta posibilidad existe en la ley electoral holandesa, y no es ésta la única paradoja de estos días. La propia muerte lo es, siempre. La imagen de un hombre grande, sonriente, rapado al cero, vestido de forma provocativa, que en la última semana electoral se despide tras la milésima entrevista, con prisas, ajetreado, camino a la siguiente reunión, en pos del triunfo que, según todas las encuestas, azotará como una marejada el llano paisaje de la política nacional; y luego, unos segundos después, la imagen que aparecerá a la mañana siguiente en el efímero monumento de papel que le erigen los diarios, la verticalidad destruida, para siempre convertida en yacente inmovilidad: un cadáver solitario sobre el asfalto de un aparcamiento; la tan elocuente boca ligeramente abierta; una mancha roja ocupando el lugar de aquellas llamativas corbatas de colores chillones que, junto con el cráneo rapado y las cejas pobladas, constituían su emblema; las manos envueltas en unas extrañas vendas transparentes de plástico; la cabeza manchada de sangre.
Fortuyn había conseguido que se hablara de cosas que los demás habían querido mantener ocultas bajo el velo de la corrección política
La siguiente paradoja es el abatimiento de los opositores previamente abatidos por él. No hay razón para dudar del estado de shock que les ha embargado; ese hombre que, cuando aún vivía, se dedicaba a minar a fondo el sistema en que los otros funcionaban de maravilla, lo hacía de nuevo como muerto, porque a partir de ahora nada sería igual.
Provocador
Él había conseguido que se hablara de cosas que los demás habían querido mantener ocultas bajo el velo de la corrección política; él se había negado a respetar el acuerdo tácito de no tratar el asunto de la inmigración en la contienda electoral, y el pueblo -que ha de vivir en la práctica de tales acuerdos- le había mostrado su gratitud, incluso aquellos que no tenían intención de apoyarle con su voto. Practicaba una política de provocación, a veces se excedía con el ánimo de llamar la atención, pero era su manera de entrar en liza con su adversario. Combatía con palabras, y le devolvían palabras. La gratitud no siempre se debía a sus opiniones, sino a su forma de hablar, su claridad retórica. No porque dijera cosas que la gente deseara oír, sino porque había roto el silencio, porque había obligado a otros políticos a hablar, una liberación de ese asfixiante mutismo que es tierra de cultivo para la planta política más peligrosa, la venenosa planta del rencor. Y ello ha motivado tal vez la siguiente imagen paradójica, que nadie se había esperado: una comitiva de hombres y mujeres musulmanes, representantes de organizaciones marroquíes y turcas, unos vestidos con ropa occidental y otros con chilabas y pañuelos en la cabeza, todos con flores bajo el brazo, dirigiéndose a la casa del hombre que había declarado que el islam es una cultura retrasada (o atrasada, según una matización posterior). Habían salido para depositar sus flores entre las de los demás, no sólo holandeses, también surinameses y antillanos, en el Rotterdam de Fortuyn -cuya población inmigrante, al igual que en Amsterdam, es actualmente del 40% y llegará al 50% en no menos de una década- donde su partido acababa de obtener un espectacular triunfo electoral, que Fortuyn no celebró con una actitud triunfalista sino con todo lo contrario, con prudentes diálogos de coalición que condujeron a un consejo municipal cuyo objetivo era enfrentarse a los graves problemas de la ciudad de Rotterdam para volver a hacerla gobernable 'en provecho de todos sus ciudadanos'.
No sabemos cómo va a acabar todo esto, como tampoco sabemos qué resultados habrían dado o darán las elecciones. No tiene sentido idealizar algo cuya práctica desconocemos, lo que es seguro es que las reacciones que su muerte ha suscitado en muchos holandeses, pero también en una parte de la población inmigrante, no encajan con la imagen de un Haider o un Le Pen holandés, ni con la de un extremista de derechas del montón ni menos aún con la de un racista, como trata de vender estos días cierta prensa internacional. Eso es una irresponsabilidad y una negligencia. La realidad holandesa es, como siempre, más compleja, además de estar envuelta en nuestro lenguaje secreto. En cierta ocasión le preguntaron a Hans Magnus Enzensberger por qué en su libro Ach Europa no le había dedicado un capítulo a los Países Bajos, pese a ser tan buen conocedor del país. La respuesta fue al parecer: 'Pues precisamente por eso. Es un país demasiado complejo'. The Economist hizo la semana pasada un intento de examinar el país de los pólder para demostrar que en nuestra nación las cosas funcionan mucho mejor de lo que piensan los holandeses quejicas. La primera reacción del presidente del Gobierno, del que cabría esperar que usara este halago en su provecho en época de contienda electoral, fue negar el cumplido y darle la razón a los quejicas del país. El ejemplo, de nuevo paradójico, demuestra por sí solo que vivimos en un país profundamente moralista, donde todavía se respira el espíritu de Calvino a pesar del escaso número de practicantes. En este escenario solemne de hombres mayoritariamente de cabeza cana, hace su aparición el ingenioso bufón -rapado, elegante y homosexual declarado-, que, tras provocar inicialmente un escándalo con ciertas declaraciones, empieza a arremeter contra el sagrado modelo pólder y la incestuosa política de la Administración. Es un hombre elocuente, histriónico, que, cuando se exalta, emplea el tono dramático de la prima donna assoluta, pero además dice cosas que tocan el fondo de la cuestión, cosas que en parte ya dijo anteriormente, tal vez demasiado pronto, D´66 -el pequeño partido liberal radical- acerca de la insalvable distancia entre el ciudadano y la política. En el paisaje de pólder que configura gran parte de los Países Bajos, la gestión hidrológica se presenta como una cuestión de supervivencia y ello requiere una eterna ronda de consultas y colaboraciones, una práctica que, tras largos siglos de experiencia, se ha instalado en el carácter político del país. En sí eso no tiene nada de malo, es más, puede producir resultados económicos extremadamente positivos, pero, de prolongarse en exceso, puede generar una casta política que, en su funcionamiento endogámico, se distancia totalmente del pueblo, un pueblo que ya ni tan siquiera sabe quiénes son sus representantes parlamentarios, ni la responsabilidad que le corresponde a cada uno de ellos, ni lo que proponen los partidos en el poder que gobiernan en coalición -derechas, izquierdas, centro- como en los últimos ocho años. No existe un sistema electoral basado en el reparto en distritos, ni una relación directa entre el elector y el elegido, ni un presidente del Gobierno o alcalde por elección directa y menos aún, como en Estados Unidos, un jefe de la policía o un juez con los que se pueda pedir cuentas a los políticos por sus acciones o delitos. Fortuyn no fue el único que sacó a relucir estos asuntos. El pasado sábado mismo, el respetable diario NRC Handelsblad publicaba la opinión de diez profesores universitarios que trazaban una imagen extremadamente negativa de la política, aduciendo como problemas que 'las decisiones más importantes se toman en órganos que no respetan las reglas que deben inspirar la toma democrática de decisiones' y que 'el Parlamento se ha convertido en una máquina de fichar' y que 'la legitimación de la democracia holandesa es una forma amplia de autoengaño y fraude'. Consecuencia de ello ha sido que la casta que se reparte el poder ejecutivo y legislativo ha cerrado sus oídos a las voces de la sociedad, voces que hablan del ritmo y la cualidad de la inmigración, de las listas de espera en los hospitales, del desastroso funcionamiento de los ferrocarriles o de los problemas de seguridad ciudadana o de educación. Los profesores hicieron estas declaraciones en un periódico selecto, pero Fortuyn las hacía, cada vez más a menudo y en un tono cada vez más exaltado, en los medios de comunicación de masas. Se había convertido en una estrella, una estrella, como se ha demostrado ahora, misteriosamente muy querida. A la gente le daba igual que ese hombre tan visible fuera un homosexual que decía que prefería acudir a un darkroom que a la iglesia o que podía percibir en el semen de su amante lo que éste había bebido la noche anterior. Era ya un miembro más de la familia. La gente se había acostumbrado a su soledad, a sus trajes a rayas, a su Daimler con chófer, a sus dos perritos minúsculos, a su casa en Rotterdam que él llamaba Palazzo di Pietro, la casa donde ahora yacen todas esas flores. Frits Bolkestein, eurocomisario liberal de derechas, declaró en cierta ocasión que Fortuyn era el hazmerreír de los Países Bajos y éste contestó que Bolkestein, que fue el primer intelectual en interesarse por el asunto de la inmigración, en lugar de acabar su trabajo huyó a Bruselas como un cobarde. La propuesta de Fortuyn de eliminar el artículo primero de la Constitución que prohíbe la discriminación vino después de que un imán declarara que los homosexuales eran inferiores a los cerdos; a otro imán, que le acusó de no comprender nada de los marroquíes, le respondió: 'Pero yo me acuesto con ellos, y usted no'.
Una cruzada personal
En otros tiempos estuvo afiliado al Partij van de Arbeid, el partido laborista holandés. En 1981 se doctoró con una tesis titulada La política socioeconómica de los Países Bajos 1945-1949. En 1990 fue nombrado profesor de Formación Laboral en la Universidad Erasmus de Rotterdam, puesto que ocupó sólo durante un par de años. Desde 1994 fue columnista del semanario Elsevier donde emprendió lo que podría llamarse su cruzada personal. Fue autor de diferentes libros, entre los que destaca Contra la islamización de nuestra cultura en el que expone la idea de que a los islamistas que se instalen en Holanda como refugiados se les debe exigir que aprendan el neerlandés y que respeten las reglas democráticas del Estado de derecho.
Un pequeño partido, Leefbaar Nederland (Holanda Habitable), nacido en el ámbito municipal, quería a Fortuyn como cabeza de lista, pero rompió con él tras sus declaraciones sobre el islam. Después de ello, Fortuyn decidió ser su propio partido e inició su vertiginoso ascenso en las encuestas. Cuanto más subía en popularidad, más atención le prestaban los medios de comunicación y más volvía a subir. Según el último sondeo realizado, hasta el día de su muerte existió la posibilidad de que él y el grupo de gente inexperta de la que se había rodeado se convirtieran en el partido mayoritario, con lo que se habría cumplido aquello que, cuando Leefbaar Nederland le expulsó de sus filas por miedo al contagio, él grito con bravura desde su Daimler: '¡Y sin embargo llegaré a presidente de este país!'. Un ecologista fanático salido de un perverso thriller político se ha encargado de que esto no suceda. En los últimos tiempos, con vistas al triunfo electoral, Fortuyn había empezado a matizar sus puntos de vista y abogaba por una 'amnistía general' para los ilegales residentes en el país. Las soluciones que proponía en sus columnas y libros no siempre estaban bien fundamentadas, pero hay que reconocer que supo intuir infaliblemente dónde estaban los problemas, algo que nada tenía que ver con el rancio populismo. Nadie sabe qué va a suceder ahora, sólo una cosa es segura: su muerte ha causado un profundo dolor en todas las filas. Basta leer las cartas que la gente ha enviado a los periódicos. Cartas conmovedoras, en que muchas personas suelen mencionar que no le habrían votado. Éste es también mi caso. Creo que no es el momento para canonizar a nadie. Pero conviene saber que el periódico que publicó que ese hombre, de llegar a ser presidente, no podría jamás depositar una corona de flores en el monumento a los caídos y el político que declaró que Ana Frank ya podía volver a su buhardilla dirigieron sus observaciones humillantes a un hombre que dijo: 'Yo empleo la palabra como arma. Condeno toda forma de violencia política. Condeno toda forma de discriminación por motivos de raza, religión, etc. (...) No pretendo quitar a nadie sus derechos civiles'. (9 de abril de 2002).
En Holanda se ha decidido seguir con las elecciones en las que el carisma de Fortuyn seguirá vibrando y que sin duda estarán teñidas de una fuerte carga emocional. Al mismo tiempo se ha decidido suspender la campaña electoral. Según Hans van Mierlo, exministro de Asuntos Exteriores y fundador de D´66, eso es 'absurdo. Ahora los electores se han puesto por fin a hablar de política, y los políticos callan'.
El partido del hombre muerto obtendrá muchísimos escaños. Escaños, en parte, de condolencia. Un amplio grupo de gente nueva, la mayoría sin experiencia política, accederá al parlamento. Páginas en blanco, un par de personajes importantes de otros tiempos. El segundo hombre es un caboverdiano del que poco sabemos. El propio Fortuyn tenía sus dudas acerca de ese grupo de gente que arrastraba en su red carismática. Pero liberó el genio de la botella que ya nadie logra volver a atrapar. Curiosos tiempos aquellos en que un muerto gana las elecciones. Pero, les jeux sont fait, rien ne va plus. Una de las últimas imágenes que tengo de él es en una conversación íntima sobre la muerte de su madre, de cómo ella 'tuvo que trabajar para morir' y de la dignidad con que lo hizo. Él esperaba tener la misma fuerza cuando le llegara el día. Seis balas han acabado también con este sueño.
Traducción del neerlandés: Isabel-Clara Lorda Vidal
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