Santiago Auserón se sumerge en el jazz en su quinto disco en solitario
'Cantares de Vela' es, según él, el trabajo más laborioso de su carrera
Santiago Auserón (Zaragoza, 1954), compositor e intérprete y transmutado en el personaje de Juan Perro desde que pusiera punto final a los míticos Radio Futura, pone estos días en circulación su quinto disco en soltario, Cantares de Vela, álbum en el que el jazz pasa a incorporarse a una larga cadena de estilos musicales que han forjado la carrera de este francotirador solitario de la música fronteriza. Auserón ha resaltado que este disco ha sido quizá el más laborioso de toda su discografía, justifica así el abordaje de la citada fuente estilística: 'Creo que las buenas orejas en el rock han reconocido siempre una vinculación con la fuente de la improvisación de la música negra norteamericana'.
'Los músicos de jazz respetan sonoridades. Ya no son tan sectarios como antes'
Para encarar el nuevo proyecto y tras la aproximación al pop que supuso su anterior elepé Mr. Hambre, Auserón se metió 'de forma entusiasta en el Taller de Músicos de Barcelona buscando sonoridades. Tratando de que alguien me explicara cómo estan hechos algunos estandar clásicos; acercándome a la sonoridad del jazz como fuente natural para un rockero ya en años de madurez'. En consecuencia, el jazz aparece como elemento enhebrador de todos los estilos musicales que ha manejado Juan Perro desde siempre: el rythmn'n'blues, el rock, el reggae, la bossa y, naturalmente, el son cubano. Músicas todas de la negritud americana, para Auserón. 'Tocar algo moviéndose en la frontera de esos estilos o saltando de uno a otro, quien mejor lo puede hacer son los nuevos músicos de jazz en España. Porque algunos de ellos si son respetuosos con el rock, mientras que muchas veces el rock mantiene una actitud un poco más conservadora con respecto a ciertas influencias o mezclas'. Esta colaboración entre músicos de terrenos distintos viene definida por el hecho de que 'los del jazz son gente que respeta sonoridades minimalistas, menos elaboradas que la suya, cuando tienen riesgo poético o cierta intensidad. Ya no son tan sectarios como antes'.
El nuevo modo de encarar la propia obra ha dado lugar a doce espléndidas composiciones de carácter ecléctico -hay boleros, R'n'B, aires cubanos y pop rock de guitarras dominan el esquema, blues y baladas- en las que aparecen varios elementos en común. En primer lugar, la madurez que demuestran los ambientes sonoros de No más lágrimas o La misteriosa, temas con aspiración de convertirse en pequeños clásicos. Madurez que, inevitablemente, hay que traducir como efecto del paso del tiempo: 'Veo el paso del tiempo como un asunto de claroscuros que quizá nos haga tener que pincharnos con más espinas para poder recoger alguna rosa. Pero tal vez entonces podamos recoger rosas mejor elegidas, más perfectas o más olorosas'. Entre las dificultades que este presente complejo pone en el camino de la gente está el hecho de que 'la sociedad tecnificada amenaza con mantenernos a todos en una estado de estupefacción simplemente a base de impulsos electrónicos e importando muy poco los matices de contenido, los que se generan con el tiempo, con la maduración de las ideas o el aprendizaje artesanal. Pero esto es sólo una moda, un flash de actualidad que pronto pasará de largo'.
Este sobrellevar el impulso del paraíso tecnológico contrasta con el olor a madera que despiden las nuevas composiciones de Juan Perro. Temas como La mala fama, Luz de barrio o El son de los muertos guardan más relación con el devenir de las canciones del siglo recién terminado que con lo que ha empezado a ofrecer este: 'El siglo XX ha sido un siglo de canciones y de fascinación por los registros sonoros. De repente las canciones podían viajar grandes distancias para ser disfrutadas por gentes de otras razas, de otros continentes'. Tal situación fue, para Auserón, 'algo mágico. Sin embargo ahora hay una especie de desconfianza en la capacidad de las canciones. Incluso parece molesto que alguna canción pretenda ser algo más que un simple soniquete de fondo o una consigna para moverse torpemente'.
De nuevo la asunción de las innovaciones tecnológicas aparece como telón de fondo: 'Las tecnologías que han conducido a esta situación son muy novedosas. Todavía tienen que asentarse en la sociedad y demostrar sus valores. En cambio, un tambor lleva ahí miles de años, aunque el músico que trabaja con ordenadores lo tenga que samplear (incorporar mediante las tecnologías). Dejémonos de historias, porque lo único que podemos concluir por ahora es que el tambor si se ha asentado en la civilización'. En este sentido Juan Perro ofrece una rica conclusión: 'Hay que reclamar el respeto para las cosas que realmente cuentan. Lo que es un contrasentido completo es que el negocio de la música crezca a base de empeorar la calidad de las canciones, usando de productos más manejables y haciendo que importen cada vez menos los matices de los contenidos'.
Asimismo, la inquieta personalidad de Auserón también genera un análisis sobre la tendencia de la música juvenil a ser electrónica e instrumental: 'De algún modo la reacción de los jóvenes es la misma que tuvieron los negros de la sociedad norteamericana cuando decidieron pasar de cantar gilipolleces de blancos. Sólo admitían algunas de las melodías de los blancos para hacer sus improvisaciones y para demostrar su poderoso instinto musical. Eso ya ha pasado en el jazz: a la vez que rechazaban las canciones de los blancos, han seleccionado algunas de las mejores y convertido en estandares muy duraderos para improvisar'. Este modelo también se ha trasplantado a la realidad musical española: 'Aquí el jazz ha aprendido a relacionarse con el flamenco, con la clave cubana, con las nuevas tecnologías. A permanecer abierto en suma'.
Babelia
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