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¿Cómo encontrar buñuelos en Sarajevo?

¿Cómo pudo resistir gente normal como cualquiera de nosotros, que habitaba en una ciudad europea que había sido sede de unos juegos olímpicos, un cerco medieval con armas modernas durante cuatro años? ¿Cómo actuó Europa? Acudo al Centro de Cultura Contemporánea, a la primera de las mesas redondas celebradas con motivo de la exposición No olvidarás Sarajevo, 10 años después del cerco, pensando que ya se ha dicho casi todo, dispuesto a escuchar a un grupo de periodistas y escritores bosnios, y me encuentro con unos ponentes realizando su discurso en un registro distinto al que esperábamos la mayoría de asistentes.

Mezclando recuerdos de guerra con la ficción realista de sus relatos, los periodistas Ozren Kebo y Zlatko Dizdarevic, y las escritoras Ferida Durakovic y Adisa Basik dieron una lección magistral de humanidad, desgranando con ternura e ironía balcánica cómo la gente de Sarajevo pudo resistir la rápida desestructuración de una sociedad y acostumbrarse a resistir en medio de la barbarie. Ante un público totalmente entregado nos contaron historias de hombres mayores que cada vez que bombardeaban o que las líneas de defensa bosnia se tambaleaban, se vestían con su mejor traje para, en el caso de ser alcanzados por una granada o ser degollados por un cuchillo, afrontar la muerte con la dignidad y la presencia de la que se habían enorgullecido siempre. Historias de los niños de Dobrinja que, montados en sus bicicletas, jugaban desafiando a los sitiadores que les apuntaban a apenas unos metros, o de las múltiples maneras de afrontar el paso por cruces de calle expuestos a los francotiradores. Pasar el primero despacio o corriendo, hacer un zigzag, no ser el tercero ya que es el que recibe la bala, o pasar como aquel hombre que, igual que el niño que se cubre la cara creyendo que no le ven, cruzaba andando tan tranquilo, cubriéndose la cabeza con un ejemplar del diario Oslobodjenje.

Precisamente, Zlatko Dizdarevic, el que fuera director de Oslobodjenje durante la guerra, contó el bello cuento de cómo encontrar buñuelos en una ciudad asediada, basado en la historia de un padre y una hija que, habiendo convertido sus bicicletas en fuente de alimentación de un generador instalado en el comedor de casa, imaginaban que paseaban por la ciudad como antaño. Un día al llegar en el paseo imaginario a la principal pastelería de la ciudad, la hija le pidió buñuelos. El padre esa misma noche, desafiando el fuego de los sitiadores, recurrió a Dizdarevic para que consiguiera de los periodistas alojados en el Holiday Inn los ingredientes para hacer buñuelos de mermelada que la mañana siguiente ofreció a su hija en un nuevo paseo imaginario.

Fue tal vez el escritor serbio de origen judio Filip David, residente en Belgrado, quien mostró otra cara poco conocida del cerco, la de quienes, como él, desde la Yugoslavia de Milosevic denunciaron la barbarie de Bosnia llamádola por su nombre ante una sociedad manipulada que era incapaz de escuchar. David reconoció que pese a todos los acuerdos de las nuevas autoridades de Belgrado con la Unión Europea, esa sociedad que se descompone con ministros que se suicidan y mafiosos enriquecidos con la guerra que ahora se acribillan entre sí, a la gente le cuesta digerir la necesaria catarsis para comprender qué ocurrió y afrontar el futuro. Una catarsis que tampoco es fácil en la Europa que fue corresponsable de las matanzas por su pasividad y su negativa a reconocer lo que estaba ocurriendo, aunque ahora gobiernos como el de Holanda dimitan en un acto de contrición colectivo por la pasividad de sus cascos azules.

Este fue uno de los asuntos más debatidos en la segunda de las mesas redondas, en la que participaron el filósofo Paco Fernán-dez Buey, el escritor y periodista estadounidense David Rieff, autor del libro Matadero, Bosnia y el fracaso de Occidente; la socióloga francesa Veronique Nahoum-Grappe, el periodista Xavier Vidal-Folch y el que fuera gerente del Distrito 11 e impulsor de la ayuda a Sarajevo, Manel Vila.

El debate fue vivo porque mientras que, a juicio de Nahoum-Grappe, conocíamos los hechos pero no la magnitud del desastre, en opinión de Rieff, los franceses y los británicos acordaron limitar la guerra a Bosnia con sus cascos azules, pero se cansaron y entonces el presidente norteamericano, Bill Clinton, el único que tenía un ejército potente, decidió darles una lección e intervino. Manel Vila consideraba que la clave del desenlace fue otra: nadie había previsto que Sarajevo fuera capaz de resistir cuatro años. Cuatro años sin armas, sin luz, sin agua y sin harina para hacer buñuelos.

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