Sin querer queriendo

'Ya que no hemos ido a votar, algo tendremos que hacer ahora'. Me lo dijo un amigo, anoche, en la plaza de la Bastilla, casi exaltado, casi llorando, totalmente avergonzado. Le preocupaba el 17% de los que acudieron a las urnas y optaron por la ultraderecha; pero no más que el 15% (con los mismos votos) que ya lo hizo en las anteriores presidenciales de 1995. Estaba desencantado con la campaña electoral, velada por la inseguridad ciudadana, la criminalidad, la delincuencia, el conflicto árabe-israelí, el 11 de septiembre, la inmigración..., el miedo. Sentía que le habían robado un debate democrático. Le parecía injusto que el único Ejecutivo en mucho tiempo que consigue, en su país, gobernar sin sobresaltos durante cinco años, reducir el paro y poner en marcha las 35 horas fuera recompensado así. Le indignaba que el próximo presidente de su república vaya a ser elegido con un raquítico 19% de votos en la primera vuelta. Le irritaba oír el discurso demagógico de Le Pen ('socialmente de izquierdas, económicamente de derechas y nacionalmente francés'), haciendo un llamamiento 'a todos los franceses, de cualquier raza y religión' y erigiéndose en libertador de la nación frente al yugo europeo y globalizador. Hablaba de votar en las elecciones legislativas (dentro de un mes) a la extrema izquierda. Seguro. Le importaba poco, decía, que se diera nuevamente una cohabitación, e incluso descreía el riesgo de colapso de la V República. Esta mañana, como cualquier mañana que sucede a una madrugada de excesos, me dijo sentir resaca; pero moral, de tanto arrepentimiento por no haber votado como había bebido.