Rayos de esperanza
Uno no cree mucho en los milagros. Da lo mismo hacia dónde mires, a Jerusalén o a Bogotá, a Kabul, a Nueva York o a Río de Janeiro: nada te hace creer en la bondad, la justicia o la piedad, y mucho menos en los milagros, a no ser que se trate de milagros como uno al que se refirió hace ya algunos años el actor Félix Rotaeta, una noche de estreno en el teatro romano de Mérida, cuando durante una representación de la obra de Oscar Wilde Salomé tergiversó el orden de unas palabras y, volviéndose hacia el público para hablarle confidencialmente, dijo: 'Me han contado que hay en Galilea miles de seguidores de un hombre llamado Jesús de Nazaret. La gente asegura que es capaz de hacer milagros: dicen que una vez sanó a unos leprosos en Cafarnaún con sólo ponerles la palma de la mano sobre la frente y que, hace unos días, en una boda celebrada en la ciudad de Canaán, convirtió el vino.... ¡en agua!'.
Sin embargo, a veces ocurren cosas que son un rayo de esperanza. Ya sé que, en el fondo, la expresión 'un rayo de esperanza' es bastante desesperanzada, significa que todo está muy oscuro y que la luz es muy escasa en comparación con las sombras; pero, en fin, como solía decir mi padre, no te puedes agarrar a lo que no existe. Además, en este momento, y a pesar de tanta noche, los rayos son tres, no sólo uno.
El primer rayo es un rayo importante, pero muy humilde, un rayo de barrio. Hace un par de días volvieron los camiones del Ayuntamiento, los terribles camiones que hace poco llegaron bajo mis ventanas cargados de leñadores que iban a echar abajo los hermosos y altísimos chopos de mi calle. Qué gran disgusto, ver caer a doce o catorce de ellos que dejaron un mundo de aceras fúnebres y cielos vacíos. No se lo creerán, pero cuando compramos nuestra casa lo hicimos a oído, cautivados por el maravilloso sonido a mar que le inventaban a la calle esos viejos chopos, cada vez que soplaba el viento. Esta segunda vez, la vez que me hizo pensar en un rayo de esperanza, los camiones eran los mismos, pero en lugar de sierras mecánicas traían árboles. Ahora tenemos nuevos chopos, no sé si viviremos lo suficiente para verlos crecer hasta la altura de los antiguos, pero al menos están ahí, son un símbolo de la vida, del futuro.
El segundo rayo es más grande, un rayo de categoría regional, y sale de esos titulares de los periódicos que nos informan de que en el año 2001 la Comunidad de Madrid se tomó mucho más en serio la defensa del medio ambiente y llegó a poner casi un 50% de multas más que el año anterior por delitos ecológicos: los envenenadores de ríos, los contaminadores de bosques, los que arrojan lodos y tierras muertas a los parques o encienden fuegos asesinos en los montes tuvieron que pagar casi tres millones de euros por sus delitos. Es una gran noticia, aunque una noticia incompleta. Las medidas serán mucho más eficaces cuando, además de pagar multas, los destructores, especuladores y miserables de turno sean obligados a reponer lo que arrasan, a plantar el mismo número de árboles que hayan quemado o hecho morir. El dinero vale menos que el oxígeno y las multas no nos van a hacer respirar un aire más puro, por costosas y ejemplares que sean. De paso, sería estupendo que la Comunidad vigilara al Ayuntamiento y se vigilara a sí misma: muchas recalificaciones de terrenos son tan dañinas como las catástrofes naturales, y la noticia de que dentro de muy pocos años no quedará en todo Madrid ningún terreno sin edificar produce auténtico pánico. La Comunidad debería vigilar a ayuntamientos como el de Las Rozas, donde el disparate inmobiliario, la corrupción y las ambiciones de unos pocos han desmenuzado el pueblo hasta convertirlo en un lugar triste y patético. Con todo, el incremento de los castigos a los delincuentes que dañan el planeta es otro rayo de esperanza.
El tercer rayo es más grande y más pequeño: es un rayo planetario que salió de la Convención de Biodiversidad celebrada en La Haya y que dicta normas para proteger los bosques tropicales. Son normas pequeñas, escasas, pero ojalá sean un primer paso para la salvación de nuestro planeta. Ojalá crezcan poco a poco, como harán, si nadie lo impide, los nuevos árboles de mi calle.
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