_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Globalización

Resulta conmovedora la actitud de José Luis Angulo, alcalde de Jódar, pueblo de la provincia de Jaén, promoviendo entre sus vecinos el reclutamiento de voluntarios para luchar por la causa palestina. Angulo posaba para este periódico frente a la fachada del ayuntamiento, que lucirá sus banderas a media asta, incluida la de los árabes, mientras dure la invasión israelí. He mirado al alcalde detenidamente. No parece un talibán. Ni siquiera un exaltado. Con su jersey de cuello redondo, con su camisa por dentro, tan formal, con su bigote entrecano y ese aire de profunda tristeza, más lógico en un entrenador de Segunda B cargado de hijos que en un alcalde incendiario, José Luis Angulo parece normal. De hecho, hubo un tiempo en que era normal comprometerse con causas justas aunque estuviesen en la otra punta del mundo. Hoy sería impensable que un país reclutara voluntarios para luchar en el extranjero. Imágenes como la de Olof Palme movilizando a los suecos (¡a los suecos!) contra las últimas penas de muerte firmadas por Franco son piezas de museo. No digo ya ejemplos como los de Orwell o Gerald Brenan, que dejaron sus países estables y civilizados para enrolarse en el ejercito republicano. Esos son casos clínicos. No hay más que ver cómo ha terminado ese pobre diablo estadounidense que se unió a los talibanes antes de que estos fueran declarados oficialmente Terroristas Internacionales. En nuestro mundo ya no cabe un generoso ejército de brigadistas internacionales. Como mucho, un destacamento de cascos azules holandeses, de esos que no movieron un dedo -eran neutrales- para impedir que el general Mladic aniquilara a los musulmanes de Srebrenica. Hace unos días el gobierno holandés se enteró de la noticia, y todos los ministros dimitieron. Otro gesto bastante anormal.

Lo del alcalde de Jódar se presentaba, o lo leía yo, con una cierta melancolía y desazón; como la simpática extravagancia de un viejo comunista. Lo que me desazona es que estos gestos, en otro tiempo naturales, hoy ni siquiera parecen heroicos, sino anormales. Esta desmesurada solidaridad sale en los papeles con la misma ternura con que se habla de una sandía gigante. Rarezas. Imagino a los vecinos de Jódar, me imagino a mí mismo murmurando por lo bajo, dando codazos de complicidad a mis paisanos y sonriendo con infinita conmiseración mientras este quijotesco personaje brama contra Israel y pide voluntarios jienenses para la Intifada.

Hoy nadie se extraña de que una paellera esté fabricada en Taiwan, pero nos parece extraordinario que desde Jódar se solidaricen con Palestina. Cada vez nos resulta más exótico e incomprensible el compromiso con causas que no sean las locales. Es curioso este auge del provincianismo (vestido, eso sí, con los fantásticos y vaporosos trajes de la Identidad Cultural) en la era de la globalización. Pero qué globalización ni qué niño muerto. Si el mundo estuviera verdaderamente globalizado, los suecos ya se hubieran manifestado contra la reforma del PER; y entre nosotros, unos acudirían a la llamada de José Luis Angulo y otros organizarían en el real de la Feria de Sevilla una huelga de casetas contra la política de Berlusconi.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_