La importancia de publicar en España
Los responsables de nuestra política científica y educativa, las empresas editoriales españolas e incluso los propios investigadores no somos habitualmente conscientes de dos hechos muy importantes en relación con las publicaciones científicas. Primero, que el producto final de cualquier tipo de investigación científica, técnica o médica no suele ser un informe o una patente sino un artículo en una revista profesional. Segundo, que el coste que esto supone por artículo es de una media de entre 1.000 y 3.000 euros, cantidad que va a parar a las compañías editoriales por sus servicios (pago por página, reproducción de ilustraciones a color, separatas, edición electrónica, etcétera); un suculento bocado que beneficia en la actualidad sólo a empresas extranjeras, con el desprestigio adicional que ello supone para España, pues prácticamente la totalidad de nuestra producción científica de calidad se hace hoy día en revistas norteamericanas, alemanas, holandesas, inglesas y demás.
A esto habrá que añadir el alto precio de las suscripciones a las revistas aludidas, con cargo generalmente a proyectos de grupos de investigación o al presupuesto de las bibliotecas. En conjunto, un montante económico que será quizá ya de más de un 20% del presupuesto total de investigación del país. Así, y a la vista del potencial negocio que nuestra creciente actividad científica representa para las editoriales extranjeras, no es de extrañar que algunas de ellas hayan comenzado a instalar aquí sus oficinas delegadas.
Consumo interno
Desgraciadamente, y con escasas excepciones, las grandes editoriales privadas españolas sólo tienen interés por las humanidades o las ciencias sociales y su dedicación a la ciencia, la medicina o la técnica no pasa de los libros de texto y unas pocas monografías -generalmen-te traducciones de obras extranjeras- con las limitaciones adicionales de un mercado reducido casi exclusivamente a España e Hispanoamérica. Igualmente, nuestras abundantes y prolíficas editoriales públicas (universitarias, del CSIC, etcétera) no van más allá del consumo interno; una producción que es, en la mayoría de los casos, difícilmente digerible y que acaba siendo vendida al peso o saturando los anaqueles de sus almacenes durante décadas. Frente a este triste panorama, no debe olvidarse que España sólo será tenido en cuenta entre las grandes potencias científicas cuando, además de laboratorios e investigadores prestigiosos, posea empresas editoriales que exporten ciencia original impresa y en edición digital a Europa, EE UU, Japón, Australia, etcétera.
En los últimos meses se han publicado una serie de índices bibliométricos internacionales que ponen en evidencia estos hechos. Así, del prácticamente millar de revistas científicas, médicas o técnicas publicadas en nuestro país sólo un número muy reducido de ellas rebasan unos estándares mínimos aceptables en cuanto a selección rigurosa de manuscritos, originalidad, calidad científica, periodicidad o difusión. En sintonía con ello, únicamente 28 revistas españolas aparecen en la última edición del Science Citation Index/Journal Citation Report (que incluye el conocido Factor de Impacto, cuya unidad, dicho sea de paso, superan sólo un par de ellas) y la mitad tan sólo es tenida en cuenta por la empresa que elabora el reciente Factor de Prestigio, un nuevo parámetro bibliométrico que amenaza con desplazar al anterior por su mayor precisión. Meditar sobre sus causas y posibles soluciones sería un ejercicio muy saludable con el fin de gestar una política editorial inteligente en este sentido.
Soledad
En la más absoluta soledad, con ilusionada dedicación pero generando a nuestro alrededor escaso entusiasmo -a veces, incluso desconfianza no exenta de menosprecio-, frecuentes amenazas de cierre y un mínimo soporte financiero institucional, la revista española The International Journal of Developmental Biology intenta progresar en este ambiente desde hace más de una década. Hoy, sin embargo, pueden palparse ya no sólo sus beneficios científicos, sino también los económicos, a pesar de las grandes limitaciones de una modesta editorial universitaria en el competitivo y agresivo mercado internacional de las publicaciones científicas. Si este ejemplo prosperara y España pudiera tener tan sólo una buena revista científica internacional por cada área de conocimiento, daríamos un paso de gigante en la consideración exterior de nuestro prestigio científico y obtendríamos además generosos ingresos por este tipo de exportaciones. En este sentido, no nos cansaremos de repetir que debemos dejar de ser consumidores pasivos de ciencia del exterior para convertirnos en exportadores activos de la misma. Para ello, nuestro ariete más útil será la industria editorial, junto a la de suministros de instrumental científico y de material fungible. Ése debiera ser un componente esencial de nuestra política científica en los próximos años y no la creación de grandes centros estrella de investigación o la repesca de nombres famosos en el exterior a los que son muy aficionados algunos de nuestros políticos y cuya productividad interior estará siempre en relación inversa a los gastos suntuarios que generan.
En ciencia, como en el deporte, hay que trabajar a largo plazo y cultivar la cantera. Los Juanitos Muehlegg de la investigación pueden quizás dar rápidos éxitos -aunque, evidentemente, a costa de un oneroso presupues-to- pero son poco duraderos y no crean escuela. Por otra parte, no debe olvidarse que cuando un científico famoso, español u 'oriundo', por seguir con el símil deportivo, viene a España, desgraciadamente lo hace, en no pocos casos, cuando sus expectativas profesionales han decaído ya notablemente o aspira simplemente a un buen retiro. Por el contrario, trabajando en el país y con escasos medios, existen muchos 'cajales' a los que se ignora o menosprecia cuando comienzan, frente a los que se halaga hasta el ridículo cuando se hacen famosos en el exterior. Sin embargo, estos investigadores de a pie son, en la modestia de sus laboratorios, los que están prestos para labores de alto alcance y, en este sentido, no conviene olvidar esas dos muletas que aún faltan en la ciencia española para su avance: un conjunto de empresas editoriales apropiadas para sus publicaciones y una industria de suministros para la investigación científica.
Juan Aréchaga es catedrático de la Universidad del País Vasco y editor de la revista The International Journal of Developmental Biology (www.ijdb.ehu.es).
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