'Felipe V es un caso de neurosis obsesiva con respecto a Cataluña'
'Cuando todavía hay algún ayuntamiento valenciano que penaliza el retrato de Felipe V manteniéndolo colgado hacia abajo, cuando algún partido de algún parlamento autónomo propone condenar formalmente a Felipe V, uno piensa que la fuerza simbólica del personaje sigue intacta', escribe el historiador Ricardo García Cárcel en Felipe V y los españoles. Una visión periférica del problema de España. El libro del catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona recibió el premio Así Fue 2002 de Plaza & Janés y acaba de ser publicado. En él analiza la imagen de un rey todavía controvertido, cuya 'fuerza simbólica' acaba de ponerse todavía más de manifiesto con el descubrimiento de los restos de la Barcelona que mandó derruir como represalia por el partido que tomaron los catalanes a favor de la causa austracista y en contra de él en la guerra de Sucesión.
Pregunta. ¿Cómo influirá el descubrimiento de los restos del Born en el conocimiento de lo que sucedió en Barcelona a raíz de la guerra de Sucesión?
Respuesta. Lamentablemente, constato que muchos de mis alumnos actuales ignoran qué hay detrás de la fiesta nacional catalana. En una encuesta que les hice, sólo una tercera parte conocía exactamente su contenido histórico. Si esto ocurre entre los universitarios, se supone que hay una ignorancia común. Por tanto, conocer unos restos que demuestran la evidencia de una represión violentísima en 1714 implicará la conservación de una memoria histórica.
P. ¿Por qué Felipe V ordenó una represión tan brutal?
R. Es un caso de neurosis obsesiva con respecto a Cataluña. Una neurosis que tenía su origen en la conciencia de deslealtad o traición que él atribuía a los catalanes. Después del testamento de Carlos II, que le nombra a él sucesor legítimo de la Corona española, los catalanes le prestan homenaje de fidelidad, como todos los españoles. Pero hacia 1704, Cataluña apuesta por el otro candidato, el archiduque Carlos. No se puede desvincular la actitud neurótica de Felipe V hacia los catalanes del hecho de que su condición de rey absoluto le llevaba a considerar que había sufrido una traición y que tenía que vengarse. Ese perfil de rey vengativo es fundamental para entender su actitud.
P. Pero su abuelo, Luis XIV, le aconsejó ser más comedido.
R. Sí, pero su percepción era tan irracional que despreció los pragmáticos consejos de parte de los militares que participaron en el sitio de Barcelona y de Luis XIV, que era un rey absoluto más inteligente y que tenía un extraordinario olfato político del que carecía Felipe V. Políticamente, le desaconsejaron una actitud despótica e irreflexiva por mucha razón moral que pudiera tener. También la opinión española, no sólo la catalana, consideró siempre que el rey se había excedido. Nunca fue legitimada esa postura del rey vengador o represor. Felipe V ganó la guerra militar, pero perdió la guerra mediática.
P. Usted afirma que la memoria de Felipe V en Cataluña está vinculada en principio con la pérdida de los fueros, pero que con el tiempo se da prioridad al recuerdo de la represión física.
R. Lo que ha sucedido con las excavaciones del Born lo demuestra. Lo que ha quedado de 1714 es el recuerdo de la destrucción del barrio de la Ribera, la presencia de la ciudadela militar a lo largo de un montón de años. Ha quedado la memoria del dolor de las víctimas más que la memoria de los afectados por la pérdida de los fueros, que sólo eran la cúpula política. En el nacionalismo, tanto en el catalán como en el vasco, la cuestión de los fueros ha quedado en la esfera de lo simbólico.
P. ¿Qué hay de la imagen de la Cataluña abandonada a su suerte?
R. El catalán es un caso patético de tremendo engaño. La lección de 1714 es doble. En el largo plazo, sobre todo en el siglo XX, ha habido una venganza de la historia, porque se ha constatado que la construcción de la España vertical y centralista se apoyó en una represión violentísima, y todo lo que se construye sobre la represión está condenado al fracaso. La segunda lección viene del lado catalán, que creyó que las potencias extranjeras le sacarían las castañas del fuego cuando los problemas tiene que solucionárselos uno mismo. La situación catalana de 1714 era patética porque se quedó sin candidato. Carlos marchó a Viena en 1711 y los ingleses y holandeses también olvidaron sus compromisos con Cataluña. La percepción es de profunda soledad.
P. ¿En qué queda el austracismo tras la victoria de Felipe V?
R. A lo largo de su reinado se mantiene una llama de un austracismo vivo pero dividido. Después de su muerte y de la del emperador Carlos VI, el austracismo deja de existir, pero pervive su sistema de valores y un concepto horizontal de España. Una visión más profederal, vinculada a la manera de entender España en los siglos XVI y XVII. Muerto Felipe V ya nadie cuestiona la dinastía borbónica, pero personajes como Gregorio Mayans en Valencia y Antoni de Capmany en Cataluña pretenden introducir en sus análisis políticos un concepto de España alternativo al centralista. En el siglo XIX, el carlismo y el federalismo de la primera República y Pi i Margall son evocadores del antiguo austracismo.
P. ¿Es la Constitución la vía de superación de esas dos Españas, la vertical y la horizontal?
R. La Constitución representó un intento de superación de las dos Españas ideológicas de Machado, la derecha y la izquierda. En el libro he intentado poner de relieve que puede suponer también la superación de las dos Españas nacionales. Si aspiro a ello es porque creo que la historia demuestra que la España horizontal que se abrió con los Reyes Católicos y que continúa en los siglos XVI y XVII no ha tenido un éxito político rotundo. Sólo durante esos siglos generó la separación de Cataluña entre 1640 y 1652. Y a lo largo del siglo XIX, las experiencias no excesivamente felices de la primera República o las derivas cantonalistas. También creo que la España vertical tampoco es un modelo feliz. Ni el Estado fue más fuerte ni la nacionalización española más eficaz. Quisiera creer que la solución está en un Estado que asuma la unidad y la diversidad a la vez. Pero afirmar que la Constitución es la solución supone más un ejercicio de voluntad que una profecía.
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