Zoo
El pasado Viernes Santo se me ocurrió una gran idea: ir a pasar el día al Zoo de Madrid con mi familia. Todos estábamos emocionados por seguir con la tradición de una visita familiar con las enanas, cuando todavía ellas quieren salir de excursión con los padres.
Llegamos tempranito y, aun así, no encontramos ningún aparcamiento de minusválidos. Haberlos, los había, pero todos ellos estaban ocupados por conductores sin tarjeta.
Tras un buen rato dando vueltas, y con la grata ayuda de un indigente (de ésos que cobran varios euros por nada), ya que el zoo no se permite el lujo de tener guardas en el parking, logré dejar el coche en una plaza.
Lo primero que hicimos fue dirigirnos a alquilar una silla de ruedas eléctrica; alguien me dijo que no llevase la mía, que las del zoo serían mejores.
Y, claro, 15 euros por dos horas, o sea, que si la alquilaba por todo el día (de once a ocho) tendría que pagar 135 euros, unas 22.500 pesetas.
Las cosas no empezaban muy bien, pero no podía hacer nada. Pagué un par de horas y dejé mi DNI. ¿No es ilegal obligar a entregar el documento original? ¿No sirve una fotocopia o el número simplemente? Pues tampoco pude hacer nada y pasé todo el día indocumentado.
A pesar de todo, intenté llevarlo bien por mi familia. ¡Vamos allá! A por... ¿la silla?
Eso no era una silla eléctrica, era un armatoste gigantesco que ocupaba más de 1,5 metros de ancho que frenaba con un pedal. ¿No es irónico que un minusválido tenga que frenar con el pie?
Aunque la verdad es que mi familia tenía que empujar el carromato para subir y ayudarme a pararlo en las bajadas.
Marcha atrás no andaba, así que cuando llegaba a algún pabellón, de ésos que tenían escalones o las entradas eran muy estrechas, como los restaurantes, el acuario, las serpientes..., montábamos un verdadero show para aparcarme en algún rinconcito mientras los demás comían o disfrutaban viendo los animales.
De tanto esperar y desesperar, me entraron ganas de ir al aseo, pero... ¿y los WC? ¡Ah, sí, alguno había! Pero no hubo manera de entrar en ellos porque no estaban adaptados para minusválidos. ¡En el Zoo de Madrid! Visto lo visto, o lo no visto, me veo obligado a devolver el carromato. No sabíamos qué hacer.
Como todo no puede salir tan mal, un encargado de 'no sé qué' me trajo otra 'silla'. Ésta no era tan grandota, ni eléctrica, ni de aluminio.
Me encontré sentado en una silla de ruedas de finales de la guerra. De hecho, creo que fue la primera silla de ruedas que inventaron, pero, ¿qué hacer?
Ahora comprendo por qué en el aparcamiento las plazas de minusválidos están ocupadas por 'andantes'. ¿Acaso alguno de nosotros podemos ir al zoo?
Menos mal que conocí el parque cuando era niño y fui con mis padres. ¡Lástima que no pueda hacer lo mismo con mis hijas!
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