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Reportaje:MÚSICA

La tercera búsqueda de Tom Waits

Diego A. Manrique

Hace tiempo que Tom Waits (Pomona, 1949) decidió no transigir con las reglas de la industria musical. Ignora la rutina de nuevo-disco-y-gira-para-venderlo; de hecho, sus escasas actuaciones obedecen a impulsos extramusicales: actuó en 1995 en Oakland para recaudar fondos para un amigo acusado de traficar con LSD; en 1999, estaba en Los Ángeles en el concierto contra la pena de muerte inspirado por la película Dead man walking. Dice que, en gira, las canciones se desgastan. Y él quiere que ellas tengan su vida propia, ajena a usos bastardos. Y acude a los tribunales cuando sus temas se utilizan en publicidad, imponiéndose a gigantes como Levi Strauss, que tomó su Heart attack and Vine, en la truculenta versión de Screamin' Jay Hawkins, para vender vaqueros. Ya en 1990, sentó un precedente judicial -y se embolsó dos millones y medio de dólares- al conseguir que se retiraran unos anuncios de Doritos donde un imitador de Waits ponía la voz.

Tras sacar Black rider, un

proyecto con Bob Wilson y William Burroughs, dejó Island, una compañía que perdió tolerancia creativa con la marcha de su fundador, Chris Blackwell: su actual hogar discográfico es Anti, sello dependiente de Epitaph, compañía cimentada en el punk rock californiano; allí graban renegados como Waits y Merle Haggard, que se identifican con su lema: 'Artistas de verdad haciendo grandes grabaciones en sus propios términos'.

Anti no torció el gesto cuando, el pasado año, Waits anunció que sacaría dos discos a la vez. Alice y Blood money, que llegan a las tiendas el 7 de mayo, son obras muy contrastadas en espíritu y sonido, aunque ambas tienen el mismo origen: colaboraciones de Tom y su esposa, la escritora irlandesa Kathleen Brennan, para proyectos de Robert Wilson. A lo largo de su carrera, el director teatral ha contado con músicos como David Byrne, Philip Glass, Ryuichi Sakamoto o Lou Reed, pero se entiende misteriosamente bien con Waits.

Alice parte de una versión de Alicia en el país de las maravillas, que se estrenó en Hamburgo en 1992. Waits habla de 'canciones adultas para niños o canciones infantiles para adultos, una odisea en la lógica de los sueños y el sinsentido'. Metales y cuerdas arropan las historias, fantasmales valses y canciones de antorcha. Blood money contiene el material hecho para la adaptación de Woyzeck, de Georg Buchner, que Wilson realizó con un grupo teatral danés (se presentó en Madrid durante el pasado Festival de Otoño). Aquí, dice Waits, están 'canciones pegadas a la tierra, de carne y hueso, que hablan de la rabia, los celos, toda la gama de emociones terribles'.

Desde 1983, cuando saltó Asylum a Island, Waits se ha forjado un sonido que desafia el poder descriptivo de los críticos: los instrumentos inusuales se unen a formas arcaicas como el blues o el tango en una masa oxidada, asimétrica, amenzadora. Reniega el autor de los primeros discos, por el convencionalismo de los arreglos de cuerda y su sonido jazzístico, aunque uno podía añadir que el problema principal estaba en el personaje que cultivaba, un caricaturesco beat desfasado que eclipsaba la verdad de su mejor repertorio. Ojo: Waits sigue cultivando cuidadosamente su imagen. Las entrevistas de promoción para Mule variations, su reaparición de 1999, se hacían en un restaurante chino situado en una zona desolada de Santa Rosa. Y sometía a los inquisidores a preguntas insólitas, extraídas de un cuaderno donde acumula información curiosa: el número de espermatozoides en una eyaculación, los días de vida de la mosca común, las leyes disparatadas que todavía rigen en algunos rincones de Estados Unidos.

Todavía acepta encargos para aparecer en películas pero piensa que no tiene ni la paciencia ni la formación para considerarse actor. La música vuelve a ser su prioridad y últimamente se le puede encontrar participando en discos experimentales o produciendo una colección de temas suyos en interpretación de John Hammond. Que siga la racha.

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