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Reportaje:DEHESAS DE LOS MOLINOS | EXCURSIONES

Adiós a los prados

Las fresnedas que rodean la ermita de la Virgen del Espino, al pie de la Peñota, son un paisaje en peligro de extinción

El fresno (Fraxinus angustifolia) es un árbol de la familia de las oleáceas, primo pues del olivo, del jazmín y del lilo, que en nuestra sierra se distingue por ser el primero que florece, cosa que hace antes incluso de dar sus hojas compuestas -formadas por un número impar, entre 5 y 13, de hojuelas lampiñas, lanceoladas y de borde aserrado-, y el primero que amarillea, hacia mediados de septiembre, entregando acto seguido a Eolo sus frutos, que, como van dentro de cápsulas aladas, o sámaras, se esparcen que da gusto.

Sin ser fresnólogos, reconoceréis de lejos este árbol por su tronco exageradamente grueso en comparación con el enclenque ramaje, el cual suele cortarse al cero cada poco para alimentar al ganado en invierno.

Son parajes amenazados porque están en las vecindades de pueblos que no paran de crecer

Al ejemplar así rapado se le dice trasmocho. Del fresno se ha aprovechado, además, su madera -ideal, por soportar golpes machacones, para carros, herramientas y material deportivo- y sus propiedades medicinales, entre ellas las que, según Quer, tienen sus semillas, que tomadas con vino hacen 'enflaquecer'.

Amantísimo de la humedad, el fresno formaba antaño apretadas masas en las jugosas navas del piedemonte guadarrameño. Fresnedas que fueron pronto adehesadas -esto es, cercadas y aclaradas para favorecer el desarrollo de pastizales- y que, estabilizadas desde hace siglos, trazan la amistosa frontera entre el hombre y la sierra desde El Escorial hasta Guadalix, pasando por Manzanares el Real. Son parajes de égloga, ricos y equilibrados, donde a la dura silueta del toro bravo se contrapone la de la blanda cigüeña anidada en el fresno trasmocho; en primer plano, el vaquero a caballo y, al fondo, sobre la ermita de rigor, la cresta nevada del Guadarrama.

Pero son parajes amenazados, pues suelen estar en las vecindades de pueblos que no paran de crecer -en Guadarrama, verbigracia, hay un residencial Vallefresnos, cuyo nombre lo dice todo-, y los dueños de las fresnedas, que saben lo que hay en juego, están deseando que se las recalifiquen.

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Urbanizaciones en regla y chalés piratas; granjas y prados abandonados junto a ostentosos picaderos; urbícolas en moto y en todoterreno; cercas levantadas con bloques de cemento y somieres viejos a modo de puertas... Todos estos peligros se ciernen sobre las dehesas, incluidas las de Los Molinos.

Las dehesas de Los Molinos son seis o siete kilómetros cuadrados de prados relativamente bien conservados que se extienden desde las últimas casas del pueblo, por la parte de poniente de éste, hasta la vía del ferrocarril Madrid-Segovia, al pie mismo de la Peñota. Es un reducto ancestral de verdor, sitiado por el ladrillo y el asfalto, en el que nos vamos a adentrar, precisamente, desde la carretera M-622 (Guadarrama-Cercedilla).

En el kilómetro 3,800, donde una señal indica el derrotero de la ermita de la Virgen del Espino, comenzaremos a andar por la calle de la Fuencisla y su prolongación, un camino asfaltado que nos llevará por los primeros prados hasta la entrada de la residencia de ancianos de las Hermanitas de los Pobres, que ocupa un edificio tremendo, tipo Pentágono.

Abandonando aquí el asfalto, seguiremos de frente por una buena pista de tierra que bordea fincas de toros bravos, para contemplar los cuales hay que andar con cuidadín, no por temor a que se salten la valla, sino porque, antes al contrario, huyen despavoridos no más sentir al más temible ser de la Tierra. Y así, como a una hora del inicio, arribaremos a la ermita de la Virgen del Espino, que desde 1962 se alza sobre un mogote granítico con enormes vistas: de la Peñota, de Siete Picos, de la Bola del Mundo, de la Maliciosa..., así como al ejército de chalés que, desde Villalba hasta Cercedilla, ha desalojado a las fresnedas de las frescas riberas del curso alto del Guadarrama.

Dos bifurcaciones hallaremos acto seguido y en las dos tiraremos a la diestra para, sin dejar la pista principal, volver al punto de partida diciendo adiós a estas fresnedas, y quién sabe si para siempre.

De estación a estación

- Dónde. Los Molinos dista 55 kilómetros de Madrid capital yendo por la carretera de A Coruña (A-6) y la antigua N-VI hasta Guadarrama, para desviarse a la salida de este pueblo a la derecha por la M-622. El punto de partida de la excursión es el kilómetro 3,8 de esta carretera. A Los Molinos se puede ir en trenes de Cercanías-Renfe (teléfono 902 24 02 02) y autobuses de Larrea (teléfono 91 530 48 00). - - Cuándo. Paseo circular de siete kilómetros y dos horas de dura-ción, prácticamente llano -desnivel acumulado, 80 metros- y con una dificultad muy baja -siempre por pista-, recomendable para personas de toda edad y forma física y para cualquier época del año. - - Quién. Domingo Pliego es el autor de Excursiones en tren y a pie (por la sierra de Guadarrama y su entorno), guía editada por Desnivel en la que se propone una ruta por las dehesas de Los Molinos empezando en la estación de este pueblo y acabando en la de Cercedilla, perfecta para los que no tengan o no quieran usar coche. - Y qué más. Cartografía: hoja 18-20 (Cercedilla) del Servicio Geográfico del Ejército o la equivalente (508) del Instituto Geográfico Nacional; también, mapa excursionista Sierra de Guadarrama, de La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38; teléfono 91 534 32 57).

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