Enemigos para siempre

Después de diecisiete años de estar casi en solitario al pie del cañón del maltratado rock madrileño, de sufrir injustos sinsabores comerciales, de pasar en vida a la mitología del género, de excesos, de carretera y de rock and roll, Los Enemigos se han despedido de su público como era de esperar y desear: con una gira de actuaciones en las que su público ha tenido la oportunidad de oír por última vez el puñado de canciones que han sido referencia importante para sus vidas. En la actuación de Santiago de Compostela se juntaron hasta seis mil seguidores. En Madrid, su ciudad, han llenado por primera vez tres días seguidos la sala La Riviera.

Para la ocasión, Los Enemigos han enarbolado un repertorio de treinta y pico canciones en alrededor de tres horas de actuación cada noche, para regocijo de una entregada parroquia que les volvió a regalar el cariño que siempre les ha dispensado. En el buen momento en directo que venía atravesando el cuarteto, reforzado en sus últimas giras con la presencia del multiinstrumentista gallego Pablo Novoa, volvió a dar gusto escuchar Fuagras, No amanece en Bouzas, John Wayne, Qué bien me lo paso, Boquerón, An-tonio, Ser humano, Complejo, Yo el rey, Señora -de Serrat-, Septiembre, Florinda, La paella y, sobre todo, En el jergón. Hubo ocasión de brindar canciones a propios y extraños, de acordarse de ausentes y de volver a reunir a los supervivientes de una época que empezó a animar la ciudad de Madrid en la decadencia de la movida, en templos de supervivencia creativa como la Vía Láctea, el Agapo, la Vaca Austera y el, ahora en peligro, Flamingo. Puro rock de asfalto. Los Enemigos se han disuelto y Madrid ha perdido a su última gran, legendaria, banda de rock en uno de los momentos más críticos, desde un punto de vista lúdico y vitalista. Pero seguro que pronto empezarán a sonar las cosas que Josele, Fino, Manolo y Chema hacen en solitario. Y, mientras queden sus discos, tendremos Enemigos para siempre.