_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los otros

El espectáculo que han ofrecido las autoridades de Almería en el asunto Bisbal no me hubiese parecido tan lamentable si apreciar el mérito o el valor ajenos fuera una costumbre del Ayuntamiento y de la Diputación. No es así. De hecho, lo más normal es que uno y otra ignoren las iniciativas sin rentabilidad electoral y desprecien las actividades que se salgan del eje cultural Feria de Almería-Procesiones de Semana Santa. Podría citar una docena larga de almerienses más valiosos que Bisbal, cuyo trabajo es desconocido o menospreciado por los políticos locales. Son los otros. Aquí sólo me caben dos. Los elegiré de campos bien distintos.

Uno: el ebanista Antonio Sáez, que acaba de restaurar la puerta de la Alcazaba. Quien quiera comprobar su maestría que suba a verla. En esta época de avaros y chapuceros es una suerte que en esta ciudad exista alguien capaz de dejarlo todo por amor, incluidos encargos de mucho dinero. Por amor al arte. Por amor a un tablero de caoba cubana que Antonio Sáez, tras horas de silenciosa labor solitaria, convierte en un delicado bargueño, en una verdadera pieza de museo. En su taller no caben ya las restauraciones de piezas antiguas, los muebles originales y las tallas labradas no por encargo, sino por el puro placer de dar forma a la madera, una actitud que jamás podrá comprender un vicepresidente de diputación provincial. Por cierto: fue precisamente al vicepresidente de la Diputación de Almería a quien Antonio Sáez se dirigió para proponerle una exposición de su obra en el patio de la institución, donde se celebran a menudo actividades de este tipo. Creo que el vicepresidente ni siquiera le ha contestado. Y si lo ha hecho, le ha dicho no.

Dos: Antonio Serrano, un profesor de literatura que hace veinte años entendió que la mejor manera de enseñar La vida es sueño a un grupo de adolescentes era organizando una función de teatro y pidiendo a los actores y al director de la compañía que hablaran de su trabajo ante los chicos. Así nacieron las Jornadas de Teatro del Siglo de Oro, que estos días celebran en Almería su decimonovena edición. En todos estos años no ha importado nunca que las funciones teatrales de las jornadas hayan sido siempre un éxito de público, y que por aquí hayan pasado las mejores compañías con sus últimos montajes; no ha importado nunca que a los ciclos de conferencias hayan asistido especialistas de todo el mundo y becarios de todas las universidades; no ha importado nunca que las jornadas hayan alcanzado, con muchísimo menos presupuesto, el mismo prestigio que el Festival de Almagro: año tras año Serrano ha tenido que peregrinar por los despachos oficiales mendigando dinero para ponerlas en marcha. Hoy, después de 18 años de súplicas, Serrano ha conseguido un vago convenio de colaboración. Con otros gobernantes menos groseros las Jornadas contarían con un patronato y con una generosa asignación presupuestaria fijada de antemano.

Pero esto es lo que hay: a los del Ayuntamiento el Siglo de Oro les debe de parecer antiguo o elitista, y a los de la Diputación la caoba no les debe de decir nada. Unos prefieren las letras de Bisbal y otros las vírgenes de mármol.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_