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Columna
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Lo normal

Una vez que la moda ha rastreado lo bello y lo feo, lo excelso y lo deplorable, lo caro y lo pobre, el brillo, lo retro y lo punki, le quedaba un espacio por explotar: la normalidad. Nada es más moda en el momento máximo de la moda que el momento mínimo de la moda. Nada es más distintivo en el momento de la personalización de los diseños, de la customización, de las elecciones mixtas, étnicas, exóticas y de fusión, que atenerse a la estricta normalidad. Contra la norma de la excepción, la anormalidad de la normalidad. Una opción tan rigurosamente normal que se convierte al cabo en anormal. Comprar polos de rebajas en El Corte Inglés (no en Sepu, no en Zara, no en Cortefiel), adquirir la ropa deportiva en los hipermercados, no en los comercios menores o en Decathlon. Por supuesto, no pasarse de listo y conseguir las prendas en mercadillos, tiendas de saldo o liquidaciones de barrio. Para ser normal hay que privarse de esbozar toda voluntad de elección. Elegir es condenarse a la diferenciación y la moda ya es la indiferenciación, la protesta contra la individuación, el abandono de ser distinto, un único yo. El estilo ahora, lejos de ser sinónimo de elitismo, consiste en confundirse con el montón. Cuando toda la sociedad de masas huye de ser tomada como masa, los signos valiosos son aquellos que nos hacen multitud. Tratar de ser muchedumbre cuando hasta el más vulgar huye de ella es moda. Ser vulgar cuando el más ignorante trata de ser singular es exquisito. Lo cursi es pretender ser único. Muestra de que no se ha conocido el ridículo que, en el mundo globalizado, homogeneizado y controlado, conlleva pretender la liberación. De la misma manera que contra la orden de exterminio se opone la huelga de hambre, contra las cadenas de la igualación, la rebelión de la igualdad. Despojarse de personalidad, ayunar del yo, hacerse tan invisible como lo más normal es la opción superior de nuestros días. La solución en la que disolverse, la forma de ser disolvente, disoluto, mortal. ¿Dejar de existir? Eso sería el colmo. Morirse como todo el mundo, normalizarse absolutamente y de una vez. Pero entonces, completamente muerto, ¿cómo izar la bandera de la normalidad militante, revolucionaria, descomunal?

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