Un penalti como condena
En un partido de perfil muy bajo y falto de rango, el Barça hipotecó su acceso a las semifinales. Los azulgrana se han condenado a un encuentro de vuelta muy peligroso por su mala cabeza en la ida. En lugar de ir a por un contrario menor, el Barcelona se dejó llevar ayer por el reloj y el marcador y quedó a merced de cualquier eventualidad, como fue el penalti que se inventó el árbitro, una concesión excesiva para el Panathinaikos y al tiempo un castigo para la especulación azulgrana. El Barcelona ha perdido tanta grandeza que se rebaja a disputar partidos que no deberían tener nada en litigio como era el caso del jugado anoche. Frente a un rival pequeño, el Barça salió acurrucado, con un planteamiento estraperlista, lleno de detalles de mal gusto, alejado de la cultura ofensiva de la que aún se le supone depositario ni que sea por la nómina de su plantilla o se deduce con una mirada a su banquillo (Rivaldo, Xavi, Saviola). Puso Rexach al equipo entero por detrás de la pelota y durante una hora mató el partido sin remordimientos. Aparecieron de nuevo los tres centrales para enfrentar a un solo punta; Coco volvió a tomar a la figura rival (Liberopoulos) en una marca al hombre tan despreciable que quedó neutralizada a la que cambiaron al contrario; prescindió del medio centro; y cargó el juego por el flanco izquierdo con Overmars. El tinglado defensivo se reveló excesivo, así que Charly fue abriendo el grifo, primero con Xavi y después con Rivaldo, creyendo que tenía el partido maduro. Falsa impresión. Por la dimisión azulgrana, la diferencia entre uno y otro equipo había quedado a expensas no del juego sino de una jugada, con todo el riesgo que ello supone, como así se comprobó. El colegiado intervino en favor del Panathinaikos y le regaló un penalti que decantó un partido que si bien no merecía vencedor si sancionó la actitud contemporizadora de los azulgrana, que quedaron a la intemperie con uno de los peores marcadores. Más que un error, el penalti fue una condena.
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